Hay muchos factores que diferencian el actual brote de viruela del mono del que dio lugar a la pandemia de COVID-19. El primero y más importante es que no es una enfermedad nueva, pues hace muchos años que la conocemos. El segundo es que una parte importante de la población ya está vacunada. Es cierto que no lo está con una vacuna contra la viruela del mono, pero sí contra la viruela humana. Parece ser que esto ofrece un 85% de protección, así que marca una clara diferencia con los no vacunados. ¿Pero por qué hay algunas personas que están inmunizadas y otras que no? ¿Por qué no está ya la vacuna de la viruela en nuestros calendarios de vacunación? Y, sobre todo, ¿por qué sigue siendo eficaz una vacuna que se administró hace décadas?

Estas son preguntas que se han hecho mucho en los últimos días y tienen una sencilla respuesta. La vacuna de la viruela se dejó de administrar porque ya no hacía falta. Básicamente porque se trata de la única enfermedad humana que ha sido totalmente erradicada hasta el momento. Precisamente gracias a las vacunas. Y se trata de una vacuna muy eficaz para un virus muy estable, por lo que no necesita recuerdos. 

Por suerte, aún se conservan vacunas. De hecho, existen versiones mejoradas de aquella primera vacuna que cuentan con la aprobación de autoridades sanitarias como la FDA estadounidense o la Agencia Europea del Medicamento (EMA) para su administración a personal sanitario de riesgo o militares. Además, se han conservado unas pocas muestras del virus humano en laboratorios de alta seguridad, por si fuese necesario. Se pensaba quizás en una guerra biológica, pero finalmente la vacuna vuelve a ser necesaria por algo mucho más sencillo. Un brote bastante extendido de su prima africana, la viruela del mono. 

La historia de la vacuna de la viruela

La vacuna de la viruela en realidad surgió a raíz de un proceso mucho más antiguo, conocido como variolización. 

Este comenzó a llevarse a cabo en el siglo XVI, en China y la India. Allí, se hacía a las personas sanas llevar las ropas de los enfermos de viruela, de modo que entraran en contacto con las supuraciones de sus lesiones cutáneas. El objetivo era generarles la enfermedad de forma leve, de modo que su organismo generase una respuesta defensiva que perdurara de cara a una futura infección real. Más tarde, en el Imperio Otomano se desarrolló una versión consistente en tomar muestras de las pústulas de los enfermos e introducirlas bajo la piel de las personas sanas a través de un corte realizado en la misma.

La primera vacuna de la viruela surgió a raíz de un proceso mucho más antiguo, conocido como variolización

Este mecanismo fue llevado a Europa en 1718 por Lady Mary Wortley Montagu, la esposa de un embajador inglés que quedó maravillada por el proceso y quiso probarlo con sus propios hijos. Ya en Europa comenzó a llevarse a cabo primero entre miembros de la aristocracia, pero luego de una forma más extendida en el resto de la población. El problema era que no se trataba de un mecanismo demasiado seguro, por lo que es cierto que muchas personas quedaban protegidas, pero otras tantas morían. Al fin y al cabo, les estaban introduciendo la viruela en su organismo.

Fue un médico rural inglés llamado Edward Jenner el que en 1796 encontró la solución a este problema de seguridad. Descubrió que las lecheras que trabajaban ordeñando vacas a menudo se contagiaban de la viruela bovina. Como la viruela del mono, es un virus más leve que la humana, pero que está muy relacionado con ella. Por eso, si bien las lecheras no enfermaban gravemente, cuando luego se enfrentaban a la viruela humana no se contagiaban. Jenner decidió tomar muestras de las pústulas de una de esas mujeres e inocularlas a personas sanas, desarollando así la que se considera la primera vacuna de la historia. Aunque no fue él el que le dio ese nombre. Esa fue tarea de Louis Pasteur, quien prácticamente un siglo después decidió bautizarlas como vacunas en honor a las vacas que contagiaban a las lecheras. 

Aquella vacuna de la viruela salvó millones de vidas en todo el mundo. Aunque en aquella época había antivacunas, su discurso no caló tanto como ahora. Posiblemente porque le habían visto las orejas al lobo muy de cerca. Por eso, las campañas de vacunación tuvieron una gran acogida, todo el mundo quería vacunarse y poco a poco la enfermedad fue remitiendo hasta desaparecer. La última persona que enfermó de viruela fue Janet Parker, una fotógrafa médica que enfermó en 1978 mientras trabajaba en un laboratorio de la Universidad de Birmingham. Lamentablemente, falleció. Esos eran los últimos coletazos de una enfermedad que finalmente se declaró como erradicada el 8 de mayo de 1980.

Erradicada la enfermedad, no era necesario seguir vacunando, por lo que poco a poco la vacuna se fue retirando de los calendarios de vacunación de todo el mundo. Esto incluyó los países africanos, a pesar de que allí se había comprobado que también protegía frente a la viruela del mono.

CDC

Inmunidad frente a la viruela del mono

En 1970 un niño de 9 años enfermó en la República Democrática del Congo de lo que en un inicio se pensó que era viruela humana. Esta enfermedad se erradicó en África en 1977, por lo que era posible. Sin embargo, pronto se comprobó que en realidad se trataba de viruela del mono, una enfermedad descubierta en 1958 en simios de laboratorio. 

A pesar de que no se  trataba de viruela humana, hubo algo que llamó la atención de los sanitarios que atendieron al pequeño. Y es que el resto de su familia, todos vacunados frente a la viruela humana, no habían enfermado. Él era el único que aún no había sido inmunizado y el único que enfermó. Por eso, se descubrió que la vacuna era eficaz también frente a la viruela del mono.

Los virus de ADN, como el de la viruela del mono, suelen ser muy estables

A día de hoy se calcula que ofrece un 85% de protección. Por lo tanto, la mayoría de personas mayores de 42-45 años están bastante protegidas. 

Aquí surge una pregunta conspiratoria típica en los tiempos que corren. ¿Cómo puede estar alguien protegido frente a la viruela 42 años después de vacunarse, pero frente a la COVID-19 llevamos ya tres dosis y aun así podemos contagiarnos?

La respuesta es muy sencilla. Para empezar, son virus diferentes. El SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, es un virus de ARN. En cambio, los virus del género Orthopoxvirus, como la viruela del mono o la humana, son virus de ADN, mucho más estables que los de ARN. Esto supone que mutan mucho menos y una misma vacuna puede servir durante mucho tiempo.

Por otro lado, las vacunas del coronavirus no son vacunas esterilizantes. Disminuyen la capacidad del virus para replicarse, acortando el tiempo de infección y complicando los contagios. Además, los síntomas son mucho más leves que si no hay vacuna. Pero no se previene el contagio.

No es necesario hablar de coronavirus o viruela. Nuestros calendarios de vacunación cuentan con infinidad de vacunas que requieren recuerdos cada cierto tiempo. Incluso algunas como la del tétanos requieren volver a administrarse en una situación de riesgo si hace demasiado tiempo desde la última dosis.

Por eso, si se diese la situación de tener que vacunar frente a la viruela del mono, al menos sabemos que precisamente las personas mayores, las que fueron más vulnerables frente a la COVID-19, ya están protegidas. Los demás ya se verá si tenemos que vacunarnos. Es una enfermedad que requiere un contacto muy estrecho para que se produzcan contagios, por lo que contenerla debería ser más sencillo que con el coronavirus. El tiempo dirá qué medidas hay que tomar. De momento, la mejor conclusión que podemos sacar de toda esta historia es que las vacunas salvan vidas. Aunque eso ya lo sabíamos.