Tras más de dos años de coronavirus vemos la recién llegada viruela del mono como una posible nueva pandemia. Pero la gran diferencia con la COVID-19 es que la viruela del mono tiene poco de recién llegada. En África la conocen muy bien desde hace décadas. Incluso se sospecha que podrían llevar siglos conviviendo con ella. Sin embargo, hasta que no ha puesto patas arriba Estados Unidos y Europa (y ahora también algunos otros países) no nos ha llamado la atención.

Iñaki Alegría, pediatra y coordinador médico del Hospital General Rural de Gambo, en Etiopía, lo señalaba estos días en su cuenta de Twitter con tanta dureza como exactitud. “Hasta que no haya un blanco con viruela del mono, no se le va a dar importancia”. Esa frase, escuchada en varias ocasiones a médicos de República Democrática del Congo, uno de los países de África más afectados, era una triste predicción de lo que finalmente ha ocurrido.

Poca gente a este lado del mundo conocía la viruela del mono, pero ahora todos la tenemos en cuenta. Ocurrió lo mismo en su día con el ébola. Además, con las enfermedades que nos han atacado primero a nosotros, como la COVID-19, apenas hemos hecho mención a la situación en África. Hemos acumulado vacunas hasta la saciedad, sin pensar en esos países con menos recursos. Ni siquiera por puro egoísmo, pues para hablar realmente de una inmunidad de grupo lo ideal sería inmunizar a todo el planeta. 

En temas de salud, el egoísmo, unas veces consciente y otras un tanto inconsciente, sigue imperando. Por eso, tienen que darse situaciones como esta para que nos demos cuenta. Porque los virus no entienden de colores de la piel ni de dinero ni de clases sociales. Pero por desgracia los recursos económicos destinados a la sanidad sí. Y los grandes olvidados siempre son los mismos. 

La situación de la viruela del mono en África

La viruela del mono, transmitida por un virus del género Orthopoxvirus, recibe este nombre porque fue descrita por primera vez en un simio de laboratorio, en 1958. Sin embargo, el primer caso en humanos tardó 12 años en descubrirse. Fue en 1970, cuando un niño de 9 años de una aldea de la República Democrática del Congo contrajo lo que en un principio parecía la viruela humana.

Tras hablar con la familia, los sanitarios descubrieron que a veces comían carne de mono poco cocinada y que el pequeño era el único miembro de la familia que no había sido vacunado contra la viruela humana. También era el único que había enfermado al comer ese exótico plato. Este dato sobre su alimentación, unido a que los síntomas eran más leves que los de la viruela humana, llevó a sospechar lo que finalmente se pudo confirmar: se trataba de viruela del mono, también conocida como monkeypox. Y la buena noticia fue que la vacuna había protegido al resto de su familia, por lo que podía servir para proteger también de esta enfermedad que hasta entonces no se había visto en humanos.

El primer caso de viruela del mono detectado en humanos se dio en un niño de 9 años

Desde entonces se han detectado casos de viruela del mono en 11 países de África: Benin, Camerún, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Gabón, Costa de Marfil, Liberia, Nigeria, República del Congo, Sierra Leona y Sudán del Sur. Nigeria es uno de los países más afectados; pues, según explican desde la Organización Mundial de la Salud, desde 2017 ha notificado más de 500 casos.

Allí, la letalidad es de aproximadamente un 3%. No obstante, es una cifra variable, que en otros países y distintos brotes ha variado desde el 1% hasta el 10%, aproximadamente. Hay dos versiones, más conocidas como clados, uno que afecta principalmente a la República Democrática del Congo y otro característico de África Occidental. Este último es más leve y es el que parece estar corriendo ahora por Europa, Estados Unidos. Y ahora también con pocos casos en otros países como Australia o Pakistán. De hecho, de momento todos los pacientes están cursando la enfermedad muy leve.

También cabe destacar que desde 2014 ha habido algunos brotes en Europa y Estados Unidos, pero todos han sido muy aislados, con pocos casos y sin transmisión comunitaria. Esta es la primera vez que lo vemos como una amenaza y, por lo tanto, la primera vez que parece que nos importa.

Búsqueda desesperada de vacunas

A pesar de la levedad de este brote, muchos de los países afectados están ya viendo cómo hacer acopio de vacunas de la viruela. La viruela humana se erradicó a finales de los años 70 del siglo pasado, por lo que su vacuna dejó de administrarse en todo el mundo en los 80.

En su día se vio que esta vacuna ofrecía un 85% de protección frente a la viruela del mono. Sin embargo, según ha explicado a Hipertextual Iñaki Alegría, en África también dejó de administrarse tras dar la enfermedad por erradicada. 

En África también dejó de administrarse la vacuna de la viruela tras darse por erradicada, a pesar de ser eficaz contra la viruela del mono

El propio pediatra residente en Etiopía reconoce que esta no es una enfermedad que preocupe especialmente en África, donde son mucho más graves los brotes de otras patologías, como “neumonía, VIH, tuberculosis o malaria”. No obstante, resulta curioso que en países como Nigeria, donde se han detectado más de 500 casos en 5 años, no se haya decidido vacunar al menos a la población vulnerable, mientras que aquí estamos buscando vacunas y antivirales por todos los medios. Eso no es malo, está bien intentar frenar los brotes cuando comienzan. Por suerte, esta es una enfermedad bien conocida y detenerla debería ser mucho más sencillo que con la COVID-19.

Sin embargo, todo esto plantea cómo en temas sanitarios sigue habiendo ciudadanos de primera y de segunda. Enfermedades de las que no se hablan hasta que las pústulas que provocan aparecen en pieles de color blanco. Virus a los que no se intenta frenar hasta que no sobrepasan las fronteras de los países que se creen invencibles. En los dos últimos años hemos aprendido de sobra que no somos invencibles. Ya es hora de tener en cuenta que tampoco somos mejores que nadie. Es triste que tengan que ser dos virus en un periodo de dos años y medio los que nos hagan abrir los ojos. O al menos lo intenten.