Aún no es seguro que vayamos a necesitar vacunarnos contra la viruela del mono por el brote que se está extendiendo por el mundo. Sin embargo, muchas personas ya hacen memoria para recordar si en su día recibieron la vacuna de la viruela humana. No es para menos, pues esta ofrece un 85% de protección frente a la del simio. De hecho, sería esta la vacuna que nos pondríamos llegado el caso. El problema es que dejó de administrarse hace más de 40 años, por lo que no es fácil recordar quién se la puso y quién no. Por suerte, esta vacuna dejaba una cicatriz bastante fácil de reconocer en el brazo. Se trata de una especie de círculo, más o menos del tamaño de la goma de un lápiz, en el que la piel se encuentra algo más hundida. Ahora bien, ¿a qué se debe esto?

Básicamente, se debe a que la vacuna de la viruela se administraba con una aguja diferente a las que se usan mayoritariamente hoy en día. De hecho, no solo era diferente la aguja, también lo era el lugar en el que se depositaba su contenido. En vez de ser una inyección intramuscular, se inyectaba la vacuna debajo de la piel, imitando en cierto modo el proceso de variolización en el que se inspiró la vacuna de la viruela.

Por eso, las personas vacunadas suelen tener esa cicatriz. Aunque a veces es tan pequeña que apenas se ve, sobre todo si han pasado muchos años. Puede parecer que no hay ninguna, pero eso no significa que la persona en cuestión no esté vacunada. 

De la variolización a la vacuna de la viruela

La variolización es un proceso cuyas primeras descripciones conservadas proceden de China y la India, en el siglo XVI.

En esa época se hacía a las personas sanas vestir con las ropas de los enfermos de viruela, de modo que entraran en contacto con los fluidos de sus pústulas. Esto propiciaba que el sistema inmunitario generase una respuesta que sería beneficiosa de cara a futuras exposiciones a la viruela. Si el virus no los mataba en el proceso, claro.

Aunque el proceso se ha ido perfeccionando, el hecho de administrar la vacuna de la viruela bajo la piel se conservó año tras año

Más tarde, en el Imperio Otomano, se dejó de usar las ropas de los enfermos para introducir directamente el virus bajo la piel. Lo que se hacía era tomar muestras de las pústulas de los enfermos y, a través de varios cortes realizados en la piel de individuos sanos, introducirlas bajo su piel. Este mecanismo fue llevado a Europa por Mary Wortley Montagu, la esposa de un embajador inglés. 

Más tarde fue perfeccionado por el médico rural Edward Jenner. Consciente de que muchas personas morían en el proceso, decidió realizar la variolización con muestras tomadas de las pústulas de las lecheras. El motivo es que estas se contagiaban de viruela bovina mientras ordeñaban las vacas y luego quedaban protegidas frente a la humana. Del mismo modo que la viruela del mono, la bovina es mucho más leve que la humana. Por eso, realizar así la variolización resultó ser mucho más seguro. Así se obtuvo la que más tarde se consideraría la primera vacuna de la viruela.

Y si bien con el tiempo se ha ido perfeccionando, el hecho de introducirla bajo la piel, como hacían en el Imperio Otomano, es algo que se mantuvo en cierto modo. De hecho, esa es la causa de la famosa cicatriz de la vacuna de la viruela.

Aguja bifurcada. Crédito: CDC (Wikimedia commons)

¿A qué se debe la cicatriz?

Del mismo modo que ocurría con la variolización, la vacuna de la viruela se siguió administrando bajo la piel.

Se hizo siempre así, aunque fueron cambiando las herramientas empleadas. En el siglo XX se usaba mayoritariamente el inyector de chorro. Este generaba una corriente estrecha y de alta presión, de modo que la vacuna líquida penetrara en las capas más externas de la piel. En 1964 el ingeniero Aaron Ismach desarrolló una boquilla intradérmica que facilitaba inyectar la vacuna de la viruela con el inyector de chorro de una forma menos profunda. Pero aún se podía optimizar mejor el proceso. Con ese fin, en 1965 el microbiólogo estadounidense Benjamin Rubin inventó la aguja bifurcada. Esta consistía en una varilla de acero estrecha con dos puntas en un extremo. Era algo así como una aguja de coser con un corte en el centro de su ojo. De hecho, Rubin se inspiró en este utensilio para diseñar su invento.

En los 60 comenzó a usarse la aguja bifurcada, con la que se realizaban varios pinchazos muy rápidos en un área de 5 mm de diámetro

La aguja bifurcada se sumergía en la vacuna de la viruela y luego con ella se perforaba perpendicularmente la parte superior del brazo unas quince veces rápidamente en un área circular pequeña. Las punciones se realizaban en un área de aproximadamente 5 mm de diámetro.  

Tanto con los cortes de la variolización, como con el inyector de chorro y la aguja bifurcada, la vacuna de la viruela quedaba justo debajo de la piel. Los virus que esta contenía empezaban a multiplicarse, generando la deseada respuesta defensiva del sistema inmunitario. Pero esta llevaba acompañada la formación de una protuberancia en torno a los virus, empujándolos hacia fuera. Más tarde esta se transformaba en una costra que acababa derivando en la famosa cicatriz que todos hemos visto alguna vez.

Se trata de un círculo pequeño que ocupa aproximadamente ese área en la que se realizaron los pinchazos. Cabe destacar que la vacuna de la viruela no es la única con la que se llevó a cabo este proceso de administración. Por ejemplo, el de la BCG, dirigida a prevenir la tuberculosis, era similar, por lo que también dejaba una cicatriz, ligeramente diferente.

De cualquier modo, si todo fue bien y se siguieron las recomendaciones, al menos en España, todas las personas de más de 42-45 años deberían haber recibido la vacuna de la viruela. Ahora mismo, en la situación que se encuentra el brote de viruela del mono, no es algo que deba preocuparnos todavía. Si llega el momento de realizar una nueva campaña de vacunación, habría que ver quiénes la tienen puesta, pero por ahora basta con hacer uso de la cautela, sin llegar a la desesperación ni el pánico.