El penúltimo capítulo de la segunda temporada de La Casa del Dragón deja algo en claro: la necesidad de encontrar cuál es el punto central de una batalla estratégica en la que ninguno de los bandos Targaryen lleva ventaja. Por lo pronto, todo parece tener relación con lo que aparentan ser manifestaciones de un poder que sobrepasa a las facciones y que se sostiene en los dragones.
De hecho, desde que Aegon (Tom Glynn-Carney) se desplomó de lomos del suyo, la serie parece tener un especial interés en exponer que el poder depende de accidentes, malas decisiones y, en especial, de la incapacidad de los beligerantes de entender los peligros que deben enfrentar.
Pero en esta ocasión el argumento tocó un punto todavía más complicado. El séptimo episodio de La Casa del Dragón comenzó con Addam di Hull (Clinton Liberty) a los pies de la reina Rhaenyra (Emma D’Darcy). No solo ofreciendo su sincera fidelidad, sino también ratificando que todo el poder de los dragones —según el personaje, al menos— atraviesa Rocadragón. Se trata de un recurso sencillo, pero contundente, que permite entender la trama central del capítulo.
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Fuego como moneda de cambio
En esta ocasión, todo lo que las facciones en disputa necesitan es asegurarse de que el poder de fuego está de su lado. Sin embargo, no se trata de algo sencillo. Para la Reina Negra, la mera existencia de Addam (y el hecho de haber sido escogido por Bruma) deja ver que, más allá de los nobles emparentados con la casa Targaryen, un jinete de dragón puede venir de cualquier parte.
Esto confronta la posición de Rocadragón de pasear la cabeza de Meleys por Desembarco del Rey. Si cualquiera puede montar las míticas bestias, ¿son realmente dioses? Mucho más peligroso aún: ¿Son invencibles los Targaryen? No obstante, a la reina por ahora parecen escaparles semejantes sutilezas. Esto se debe a que su principal objetivo es hacerse más fuerte en medio de una serie de situaciones que no la favorecen.
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En lo que parece ser un error táctico, Rhaenyra decide que de ahora en más la búsqueda de semillas de dragón se llevará a cabo entre el pueblo de Desembarco del Rey y sus cercanías. Alentada por los consejos de Mysaria (Sonoya Mizuno), la reina casi sin saberlo sacudió los bastiones del poder en La Casa del Dragón. Mucho más, cuando la gran pregunta que todos se formulan es si podrá hacer frente a una guerra en la que de momento ha tenido varios fracasos evidentes.
Tal vez por ese motivo, buena parte del nuevo episodio de La Casa del Dragón, escrito por David Hancock y dirigido por Loni Peristere, muestra este sacudón telúrico a lo que la serie asume como influencia. Poco a poco, la decisión de Rhaenyra expone las brechas que la separan de los que le rodean. Jace (Harry Collett) asume por primera vez en voz alta su cualidad como hijo ilegítimo. Lo que es peor: deja en claro que su lugar como príncipe tiene relación con su habilidad para montar a lomos de un dragón. Lo que, de nuevo, plantea la encrucijada. Si cualquiera puede volar un dragón, ¿qué hace superiores a los Targaryen?
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El episodio se balancea entre semejantes cuestiones —todas imprescindibles para entender la historia en adelante— y la decisión de Rhaenyra de “reunir un ejército de bastardos”. El plan, por supuesto, está lleno de fallas. Según las palabras de Mysaria, los Targaryen acumulan hijos ilegítimos por docenas en Desembarco del Rey. Pero ninguno pertenece a amantes reconocidas o rumoreadas, sino a casas de placer. ¿Cómo demostrar la identidad? Rhaynera de nuevo, demuestra que es más ambiciosa que cuidadosa y, a pesar de lo que pueda significar, convoca a cualquiera cuya sangre pueda estar emparentada con la suya.
Un trato mortal
De esta forma, La Casa del Dragón explora personajes que serán de interés en el final de la segunda temporada, como también en la tercera: Ulf (Tom Bennett) y Hugh (Kieran Bew), quienes ya habían mostrado interés por una vida mejor. Sin embargo, es el segundo el que se convierte en un elemento de interés para la trama. Bastardo de la princesa Saera —hija del rey Jaehaerys I—, tiene todas las posibilidades de hacerse un lugar en Rocadragón.
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El trato de la reina es simple. Los que estén dispuestos a morir — en sus términos y no a manos de los Verdes—, pueden probar suerte en el territorio abisal de Rocadragón. La decisión enfrenta a la Reina Negra con los Guardianes del Dragón, quienes se hacen a un lado en medio de la situación, escandalizados por lo que pueda significar.
Por lo que es Rhaynera la que, al final, invoca al inmenso Vermithor. Para la ocasión, La Casa del Dragón muestra a la segunda bestia más vieja de Poniente como una criatura mítica superior a cualquier otro dragón mostrado hasta el momento. Y es lo suficientemente violento e implacable como para escupir fuego sin apenas provocación.
Al final, la verdad es indiscutible. Vermithor escoge a Hugh como su jinete en honor a su línea familiar, y demuestra que el hasta ahora nieto de rey Jaehaerys I se acaba de convertir en una pieza de poder a tener en cuenta.
Miedo y pasos en falso en Harrenhal
De nuevo, el elemento más débil de este compacto capítulo de La Casa del Dragón es el giro que detalla las actuaciones de Daemon (Matt Smith) en la ancestral Harrenhal. En esta ocasión, ya con el apoyo del Oscar Tully (Archie Barnes), el rey consorte recibe un sacudón de realidad. Por un lado, que por más intentos que ha hecho de afianzarse en el dominio del poder, la lealtad del pueblo está con Rhaenyra.
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Al otro extremo, que debe aceptar sus errores. Lo que incluye, asesinar a Lord Blackwood (Jack Parry-Jones), como prueba de fidelidad y respeto. Para no variar, La Casa del Dragón le brindó otra visión a Daemon. En esta oportunidad, pudo ver a Viserys (Paddy Considine) al borde de la muerte. El poder le tienta, las manos extendidas y el viejo rey a punto de sucumbir. ¿Un mensaje para lo que espera en el final de temporada? Solo queda esperar.