John Krasinski se ha distinguido por tener un buen manejo del lenguaje cinematográfico para historias con experimentales. De hecho, su saga Un lugar tranquilo — que estrena precuela el 28 de junio de 2024 — está basada en su capacidad para contar mucho con poco. Algo parecido ocurre en Amigos imaginarios (2024), un relato ingenuo con tintes trágicos, que no esconde su intención de ser un tradicional cuento infantil. No arriesga mucho y usa una visión de la niñez casi trivial, para tocar algunos temas profundos. Lo que resulta bien, siempre y cuando la película logra mantener su equilibrio entre el humor y lo conmovedor. 

Pero cuando no lo hace, el largometraje de John Krasinski cae en un bache complicado. Demasiado edulcorada para los adultos y un poco más compleja de lo que podría ser para un público muy joven. El guion, que el director también escribe, va de un lado a otro entre imágenes digitales y camas de hospital, sin encontrar un tono coherente. Lo que hace que la mayor parte de la cinta, sea una combinación de buenas intenciones y una historia amable, con deseos de hacer reír. Eso, entre las insinuaciones de querer profundizar en el dolor, la pérdida, la angustia por la muerte cercana y el duelo, que no llegan a concretarse. 

Amigos imaginarios

Amigos imaginarios es una mezcla entre un cuento para niños, con un relato de crecimiento a partir del duelo. Algo semejante, solo funciona con humor, pero cuando se aleja de los chistes, se hace edulcorada y confusa. Con algunos momentos buenos y un diseño visual conmovedor, la película logra en varias ocasiones emocionar. Aunque en otras tantas, solo aburrir.

Puntuación: 3.5 de 5.

Krasinski tiene verdaderas dificultades para mezclar los diversos escenarios que plantea y mucho más, cuando son tan alejados entre sí. Por un lado, está la historia de Bea (Cailey Fleming) y su familia. Huérfana de madre y con un padre (el mismo director), enfermo, la pequeña, de doce años, intenta mantearse en pie. La cinta cuenta la historia a través de una secuencia de créditos emocionante y bien realizada, pero que no termina por ser una cosa que información. El guion no logra transmitir la angustia, el miedo o la desolación de Bea o cómo se siente, ahora que luego de la muerte de su madre, debe afrontar la enfermedad cardíaca de su padre. Un elemento que después utilizará para plantear el curioso conflicto de la trama. 

Un mundo de monstruos amigables

Al otro extremo de esta grave situación, se encuentra la recién descubierta capacidad de Bea para ver criaturas imaginarias. Hacerlo con enorme detalle y casi siempre como un propósito. La premisa, que funciona impecablemente en el primer encuentro del personaje con uno — una mariposa caricaturesca con la voz de Phoebe Waller-Bridge — pierde fuerza con rapidez. Eso, a pesar de que la curiosa habilidad, llevará a Bea a conocer a Cal (Ryan Reynolds), que también la tiene y la comprende mucho mejor que ella misma. 

Planteado lo anterior, la cinta juega con la idea de este recorrido entre dos territorios distintos, unidos por la imaginación. Por un lado, como Bea logra lidiar con la enfermedad — y posible muerte — de su padre. Al otro extremo, su deber emocional de ayudar a los amigos imaginarios desdeñados, a encontrar nuevos libros. Claro está, la cinta intenta mezclar ambas cosas en una historia de crecimiento, aceptación y esperanza. Mucho más, cuando las heridas de Bea y de Cal, los unen y les permiten una amistad que cumple la típica fórmula entre adulto torpe y niña brillante. 

Sin embargo, la película no logra ordenar sus piezas para hacer reír o conmover. O hace una cosa o la otra, pero cuando intenta ambas — y para su segundo tramo insiste en el tema en más ocasiones de las recomendables — la trama se vuelve absurda y confusa. En especial, debido a que Reynolds, interpreta una versión azucarada de un gruñón con buenas intenciones. Lo que le lleva al humor facilón o en el peor de los casos, a interpretarse a sí mismo en varias ocasiones. 

Una mezcla singular para una película infantil

A pesar de sus fallos, Amigos invisibles tiene la suficiente solidez como para llevar su historia a lugares poco comunes. De reflexionar acerca de cómo crear — o soñar — brinda significado a los momentos más difíciles, a la forma de apoyar a otros en situaciones duras. La cinta tiene un mensaje melancólico, un tanto anacrónico pero dulce, que funciona mejor cuando no intentar ser solo simbólico. De modo a que todas las secuencias que muestran a Bea pintando con los colores de su imaginación calles y edificios, celebran un tipo de cine amable que ya no se ve con frecuencia. 

En 2016, Juan Antonio Bayona hizo algo semejante con Un monstruo viene a verme. La cinta del español, mostró cómo la mente y el deseo de remontar el dolor, puede ser un campo fértil para soñar y crear. En especial, como una forma de consuelo. Pero Amigos imaginarios, pierde el pulso al intentar una premisa parecida, mucho más a medida que medita acerca de sus grandes y dolorosos temas sin llegar a ninguna conclusión.

Colorida, amable e irregular, el primer intento de John Krasinski en el cine infantil, se queda corto en su forma de narrar su ambiciosa premisa. Con todo, el apartado visual y varias de sus secuencias más emotivas, evitan que la película decaída del todo. Una buena noticia para una historia que, a pesar de sus fallos, tiene mucho que dar de sí. 

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