Celebré cuando Elon Musk hizo una oferta para adquirir Twitter. Otros se llevaron las manos a la cabeza y no tardaron en escribir lo perjudicial que sería que un millonario, que ya no opinaba como ellos, quisiera «liberar Twitter». Para ellos, la libertad de expresión era peligrosa; para mí, esencial. Quería que en Twitter se pudiese decir o discutir cualquier cosa sin miedo a ser censurado.
¿Por qué se debería restringir la cuenta de un usuario que desea debatir sobre la mejor manera de ejecutar los procesos de vacunación? ¿Para quién era realmente peligroso compartir que se había encontrado un portátil que parecía pertenecer al hijo de un candidato a la presidencia de EE.UU.? No creo en la censura. Defiendo que las malas ideas sean combatidas con buenas ideas, no con mordazas.
Entiendo lo rápido que se propagan las mentiras en la red y lo peligrosas que pueden éstas ser. Pero considero más peligroso que alguien decida qué es cierto y qué es falso por nosotros o qué es lo que se puede decir y qué no se puede en pos de «proteger» la democracia. Justamente eso es lo que atenta contra la democracia.
El libertador frente a la oligarquía
Vi a Musk como un libertador. Iba a entrar por la fuerza —la del dinero— a poner fin a una directiva que, a mi juicio, censuraba tuits que no deberían haber sido retirados y que no había sabido sacar rentabilidad a un servicio esencial en mi vida laboral.
¿Por qué iba a escandalizarme? Creía que era necesario un cambio. Y no se me ocurría nadie mejor para el puesto y que dispusiera de los recursos necesarios para hacerlo. Musk era el empresario por excelencia: valiente, rápido, dedicado y un alborotador nato. Me caía bien y estaba con él. Creía en él; creía en Twitter.
Ver a ciertos medios y sectores de la población, un contrapoder, rabiar porque los poderosos perdían su poder me entristecía profundamente. No lo entendía. Se sacaba todo de contexto y se intentó, a mi parecer, manipular a la opinión pública con piezas delirantes sobre cómo la libertad y la democracia se iban a extinguir porque ahora no podrían censurar lo que a ellos no les gustaba. Libertad de expresión no significaba libertad para ensalzar a Adolf Hitler o incitar a la violencia. Musk sólo quería acabar con la censura política y que nadie delimitase unilateralmente lo veraz o lo perjudicial. Al menos, eso es lo que veía.
Creo que Twitter necesita buenos ingenieros, no más moderadores. Defiendo que cada uno exprese lo que quiera y sea responsable de lo que lee. Con algoritmos, los usuarios no tienen por qué leer lo que pueda ofenderlos o disgustarlos, y los que sí, podrán expresarse con libertad. Si quieres decir que la Tierra es plana, creo que deberías poder hacerlo. Es más peligroso censurarte que ignorarte. Cuando se censura haces que los demás se pregunten por qué lo has hecho y das fuerza renovada a los que censuraste. La persecución que sufrieron los primeros cristianos fundó su hegemonía posterior.
Cuando tomó el poder y se hizo efectiva la compra, seguí defendiendo las decisiones de Musk, porque creía en ellas. Los despidos me parecieron la decisión más adecuada porque veo más apropiado tener un equipo pequeño de ingenieros volcados al cien por cien, que un equipo diverso y numeroso de personas encargadas de reunirse y censurar lo que les incomoda en nombre de la “seguridad”.
Y todo fue bien, pese a los vaticinios catastrofistas de los que se mostraron «muy preocupados» como usuarios sin más razones que sus creencias e ideas políticas. Twitter no cerró, como vaticinaron erróneamente los expertos en “desinformación”; tampoco se disparó el discurso del odio, como los activistas aseguraban para reafirmar sus creencias; e, incluso, según Musk, la actividad en la red social aumentó. Todo el mundo decía que iba fatal, pero yo veía que todo empezaría a ir mejor y que, incluso, podría ir genial.
Me agradaba el nuevo líder. Lo reconozco. Sé que tomó decisiones estúpidas, como verificar a todo hijo de vecino que pagase los ocho dólares, pero rectificó rápido y se añadieron novedades todas las semanas. Me gustaba ver cambios constantemente sin miedo a cometer errores. Creo que es lo mejor para un servicio anquilosado como Twitter. Todos los medios hablaban de él, aunque sea para criticarlo y señalar lo estúpido que es. A mi parecer, estaba consiguiendo lo que quería. Musk es un provocador nato y un narcisista. Pero creía que era compatible con la idea de «liberar Twitter».
Su rol de provocador
Musk se estaba comportando como Julio César o Napoleón. Quería que lo reconociesen como el hombre poderoso que se ponía de parte del pueblo frente a lo establecido. Sueña con adoptar ese rol porque quiere ser amado o detestado, y sabe que necesita generar conflicto para que su empresa llegue a buen puerto. Estaba con él, me gustan los provocadores y creía en lo que hacía. Da igual los errores que se cometieran por el camino, todo acabaría bien y demostraría que se puede tener una red social sin censura y rentable. O eso pensaba, pese a los malos augurios y a las malas pequeñas decisiones.
Hasta que el poder le embriagó. Musk ha empezado a liderar en pos de su propio beneficio, y el libertador ha pasado a ser un monarca absoluto en apenas unas semanas. El ferviente defensor de la libertad de expresión descubrió que la libertad de expresión es realmente peligrosa. Vivió en primera persona el riesgo que sufrieron todos de los que él se burló. Por primera vez comprendió que alguien podía decir dónde se encontraba él físicamente con libertad, algo legal y protegido por la Primera Enmienda, y que eso ponía en riesgo su integridad y la de sus seres queridos. No le gustó. Se sintió amenazado y creó una norma para no revelar la localización de cualquier persona en tiempo real dentro de Twitter.
La nueva norma no es mala, y se puede debatir si es lo más apropiado o no. El problema es que no la promulgó porque creyese que fuese lo mejor para todos, sino porque era lo mejor para él. Por eso lo hizo en cuanto se sintió en peligro, y no antes. Su argumento es justamente el que usaron para censurar propaganda antivacunas u otros tuits que, aunque sean legales, pueden causar situaciones peligrosas para sus usuarios. ¿Por qué? ¡Porque es peligroso! Ser un «absolutista de la libertad de expresión» implica defender la libertad de expresión incluso cuando ésta es peligrosa o perjudicial para tus propios intereses, no sólo cuando te conviene. Musk acababa de entender que dirigir una red social era más difícil de lo que creía.
Musk acabó haciendo lo mismo que los demás, pero peor
Apenas unas semanas en el poder y ya se puso a hacer lo mismo que hizo la anterior directiva. Pero, para más inri, sólo en pos de su propio beneficio. No censuraba para defender a los vulnerables, sino para salvar su propio culo.
Al primer susto, el «absolutista de la libertad de expresión» se convirtió en absolutista de sí mismo. Peor incluso fue su segunda maniobra: censurar a sus críticos y luego legislar como justificación. Es lo que hizo con Taylor Lorenz, periodista del Washington Post. Fue suspendida sin explicación hasta que, pasadas unas horas, y mientras se disputaba la final de la Copa del Mundo de la FIFA en la que él estaba presente, Twitter anunció una nueva cláusula en sus términos de uso que limita enlazar a otras redes sociales como Instagram, Mastodon, Facebook etc. alegando que es promoción de competidores.
Dicha cláusula es la que supuestamente violó la periodista, que tenía en su perfil un tuit con enlaces a sus otros perfiles sociales (como Instagram, Substack, YouTube, etc.). Pero su cuenta fue vetada antes de que la norma se hiciese pública, como también ocurrió con la cuenta ElonJet, que revelaba la localización de su jet privado.
Musk censura lo que no le gusta y parece que luego pide a sus empleados que hagan una norma que lo justifique. ¿Es así como se gobierna? El libertador acabó actuando como el más patético y torpe de los dictadores.
Reconozco que fue divertido ver a los periodistas que defendían la censura ser censurados y convertirse en fieles defensores de la libertad de expresión en cuanto fueron suspendidos. ¡Bienvenidos!
Días antes, dejó de seguir e increpó públicamente a Bari Weiss, una conocida periodista liberal que le apoyó públicamente por decir que ella creía en la libertad de expresión y que creía que era un error censurar periodistas. Es decir, Musk sólo quiere escuchar a quien le dé la razón en un 100%, no un 99% si quiera. Se ha convertido en un dictador acorralado que ya no confía ni en los que quieren verlo triunfar. La mínima crítica constructiva es vista por él como un ataque. Sólo quiere palmeros, y eso es sinónimo de fracaso.
En la Antigua Grecia los tiranos eran libertadores que obtenían el poder por la fuerza en lugar de por su linaje. Aunque ahora la palabra tenga connotación negativa, antiguamente no era así, porque los habitantes de las polis veían justo ser gobernado por el fuerte en lugar de una oligarquía por derecho de sangre. Algunos eran incluso aclamados, hasta que el poder, y la forma de conservarlo, les hacía gobernar peor que la oligarquía que derrocaron. Lo mismo ha ido ocurriendo a lo largo de la Historia de Europa hasta nuestros días, sólo que ahora tenemos empresarios en lugar de genios militares.
Lo más sangrante es que el declive de Musk ha durado 10 semanas, no 10 años, y encima lo hemos visto en riguroso directo porque él mismo ha ido publicando sus meteduras de pata embriagado por su narcisismo. Al nuevo César le encantan los aplausos. Incluso para dar un paso atrás, lo hace como un niño con una ridícula encuesta, y no como un hombre digno de ostentar el poder, si es que alguna vez ha existido un hombre nacido para eso.
Hacer encuestas para tomar decisiones no siempre es lo más justo; sino lavarse las manos como Poncio Pilato. Lo hace así cuando le conviene. Hasta que no le gusta lo que deciden porque, tras perder su propia encuesta, en la que los usuarios votaron porque deje el cargo, ha seguido tuiteando con normalidad como si no hubiese pasado nada. El genio de los coches y cohetes es un niño pequeño; cuando pierde, tira el tablero.
Creía en tus objetivos y en tus capacidades, Musk, pero lamento que hayas sido otro error del que aprender y otro ejemplo de lo fácil que se corrompen las ideas y los objetivos loables cuando entra en juego las ambiciones y miedos de una única persona por muy grande que ésta sea.