Hemos mencionado en muchas oportunidades que los desarrollos aeronáuticos y aeroespaciales dieron saltos grandísimos durante la Guerra Fría. Demostrar de qué eran capaces llevó a Estados Unidos y la Unión Soviética a explorar cualquier posibilidad que les diera una ventaja a nivel técnico, científico y armamentístico. Y en una época en la que cualquier información útil sobre el enemigo o sus aliados cotizaba a un muy alto precio, toda idea que amplificara los instrumentos de vigilancia y espionaje existentes era bienvenida. En ese contexto nació el Lockheed D-21, un dron supersónico inspirado en el mítico SR-71 Blackbird y sus predecesores.
Hablar de un dron es de lo más común en la actualidad, pero no lo era en la década de 1960. Sin embargo, la opción de crear una aeronave no tripulada que obtuviera información sensible en espacio aéreo enemigo comenzó a ganar adeptos. El derribo del avión espía U-2 sobre la Unión Soviética, en mayo de 1960, demostró el peligro que suponían las misiones de espionaje cuando no se podía reducir la firma de radar de los aviones destinados a las mismas. Así fue como Skunk Works, la división dedicada a los proyectos secretos de Lockheed, comenzó a trabajar en otros tipos de naves de reconocimiento, capaces de volar por encima de Mach 3.
Esto derivó en la aparición de tres aviones prácticamente idénticos: el A-12 empleado por la CIA, el prototipo de interceptor YF-12 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y el mítico SR-71 Blackbird, también usado por la USAF. Este último tuvo el historial operativo más destacado, volando hasta fines de la década de 1990 sin ser alcanzado por ninguno de los más de 4.000 misiles que le dispararon. Y dentro de esta notoria familia de aeronaves fue que se gestó el Lockheed D-21, aunque estuvo lejos de lograr el éxito deseado.
Lockheed D-21: una buena idea que nunca funcionó
Con un diseño claramente inspirado en el del SR-71 Blackbird y sus predecesores, el Lockheed D-21 intentó posicionarse como una alternativa no tripulada para misiones espía en territorio enemigo.
Al igual que muchos otros proyectos que tuvieron lugar en los años 60, el Lockheed D-21 fue un desarrollo adelantado a su época. Pero nunca dio buenos resultados, y posiblemente sea por ello. ¿Pero en qué consistía este dispositivo, al fin y al cabo? Como ya mencionamos al comienzo, hablamos de un dron supersónico no tripulado que podía volar más rápido y más alto que cualquier interceptor de la época. Estaba dotado con una cámara fotográfica de alta resolución que permitía realizar tareas de vigilancia sobre puntos específicos, para posteriormente liberar el módulo con la película y autodestruirse.
Para lograr la eyección del compartimiento donde se ubicaba la cámara con las imágenes, el dron utilizaba un sistema de navegación inercial. De este modo, se valía de sensores como giroscopios y acelerómetros para reconocer el punto de entrega y liberar el material. Una vez hecho esto, un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea se encargaba de capturarlo en pleno vuelo; aunque en caso de no lograrlo, el dispositivo incorporaba un flotador para facilitar su "rescate" en el mar.
Al igual que muchos otros proyectos desarrollados en el seno de Skunk Works, la idea del dron fue de Clarence Johnson. El ingeniero pretendía crear el vehículo en base a la tecnología utilizada para concebir el Lockheed A-12, algo que pudo concretar una vez que recibió el aval de la CIA y la Fuera Aérea de Estados Unidos en 1962. Originalmente bautizado como Q-12, el diseño del dron se basó claramente en la estética que luego se hizo mundialmente conocida con el SR-71 Blackbird. De hecho, la nave no tripulada parecía un motor con un ala en delta y un estabilizador vertical, pero era mucho más que eso.
Ya en 1963, y con la CIA apartada del proyecto, Lockheed rebautizó el Q-12 como D-21. La compañía, que ya se había garantizado un contrato de la USAF para avanzar con la fabricación del dron, decidió que la mejor opción para lanzarlo era montarlo sobre el fuselaje de un A-12 modificado, renombrado como M-21. Finalmente se prepararon dos unidades de la “nave nodriza”, aunque un trágico incidente durante las pruebas obligó a cambiar de plataforma de lanzamiento. Pero avanzaremos sobre esto más adelante.
Un rendimiento similar al del SR-71 Blackbird
El Lockheed D-21 utilizaba un motor RJ43-MA-20S4, desarrollado por Marquardt Corporation. La versión original se había implementado en el misil tierra-aire CIM-10 BOMARC, de Boeing; sin embargo, la variante para el dron se modificó para brindar propulsión a gran altura y velocidad por un período de tiempo mucho más prolongado.
La intención de los diseñadores era que el dispositivo volara a una altura máxima de 29.000 metros, que tuviera una autonomía de unos 5.600 kilómetros, y que alcanzara una velocidad máxima de Mach 3.35. Esto lo ponía a la par del rendimiento del SR-71 Blackbird. Sin embargo, los ingenieros se toparon rápidamente con que lograr números tan impactantes no era una tarea sencilla.
El Lockheed D-21 medía 13,1 metros del largo y tenía una envergadura de 5,8 metros. Su altura era de 2,1 metros y pesaba unos 5.000 kilogramos al momento del despegue. Vale remarcar que, al igual que el A-12 y el Blackbird, parte de su estructura estaba hecha de titanio para soportar las altísimas temperaturas que se generaban al volar sostenidamente por encima de la velocidad del sonido.
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Problemas, y más problemas
La etapa de pruebas del Lockheed D-21 fue muy problemática. Los primeros tests se llevaron a cabo en 1964, pero fueron siempre “cautivos”; es decir, sin desprenderse del avión que lo cargaba sobre el fuselaje. Los lanzamientos comenzaron recién en 1966 y estuvieron cargados de drama: de los cuatro intentos, tres terminaron con inconvenientes.
En uno de ellos se perdió el dron por un problema hidráulico, a una altura de 27.000 metros y volando por encima de Mach 3. En otro, logró completar el recorrido dispuesto pero un desperfecto electrónico impidió que el módulo con la cámara saliera despedido para su posterior recuperación.
Mientras que en el cuarto test, el 30 de julio de 1966, se registró un problema en el motor del Lockheed D-21 durante la separación. En dicha oportunidad se realizó el procedimiento con el dron nivelado con el Lockheed M-21, no con la nariz ligeramente hacia arriba como en ocasiones anteriores. Al fallar el impulsor, el vehículo no tripulado se desplomó sobre la cola del avión y provocó su destrucción. Los tripulantes lograron eyectarse y cayeron con sus paracaídas en el Océano Pacífico.
Sin embargo, Ray Torrick, el oficial de control de lanzamiento, murió ahogado tras ingresar agua en su traje presurizado. Los motivos de esta fatalidad nunca se aclararon y existen dos versiones: que abrió la máscara de su casco antes de tiempo, o que la indumentaria se dañó con un trozo de material desprendido de la aeronave destruida, y que ello permitió la filtración.
El incidente empujó a los desarrolladores a cambiar la plataforma de lanzamiento del Lockheed D-21. Se dejó de utilizar el M-21 como nave nodriza y se le aplicaron modificaciones a dos Boeing B-52 Stratofortress. Así, el bombardero de ocho motores podía llevar dos drones en simultáneo, uno bajo cada ala.
El cambio obligó a realizar adaptaciones en el vehículo no tripulado. Se le aplicó un anclaje en la parte superior para acoplarse al B-52, en tanto que en la parte inferior se le adosó un cohete de combustible sólido. Una vez que el avión soltaba el dron, el booster se encendía durante 90 segundos para permitir que el motor RJ43-MA-20S4 funcionara apropiadamente. Por otra parte, se decidió incrementar un 20% el tamaño del estabilizador vertical.
Los ingenieros también dotaron al Lockheed D-21 con instrumental de telemetría y algunas opciones de control a distancia. Así, por ejemplo, era posible activar el sistema de autodestrucción desde el Stratofortress, en lugar de esperar que el dron se destruya por su cuenta al cumplir una misión.
No obstante, las mejoras implementadas al dispositivo —rebautizado D-21B tras las modificaciones— demostraron no ser efectivas. De los 12 lanzamientos de prueba que se realizaron en 1967 y 1968, solo cuatro se completaron con éxito. Pese a ello, la Fuerza Aérea de Estados Unidos y Skunk Works continuaron con el proyecto.
Espiar el programa nuclear de China, la misión del Lockheed D-21
Tras su problemático desarrollo, el Lockheed D-21 tuvo su esperado estreno el 9 de noviembre de 1969. ¿Su misión? Volar sobre China y espiar la base de pruebas nucleares situada en Lop Nor desde 1959. Sin embargo, el dron no pudo cortar con la mala racha de la etapa de pruebas y todos sus lanzamientos terminaron en fracasos.
La primera misión se realizó con normalidad hasta que se produjo una falla que impidió que el vehículo no tripulado se dirigiera hacia el sitio designado para recuperar el material fotográfico. Así, en lugar de corregir el rumbo, continuó en línea recta hasta finalmente estrellarse en territorio de la Unión Soviética.
El segundo intento fue más de un año más tarde: el 16 de diciembre de 1970. En este caso, el Lockheed D-21 sí se dirigió al punto de recuperación del material, pero una falla en el paracaídas del módulo de la cámara hizo que el equipamiento caiga al mar y se arruine.
El tercero fue el 4 de marzo de 1971 y tampoco culminó de la mejor manera. El dron cumplió su misión y liberó el material, pero el avión encargado de recogerlo en pleno vuelo no pudo completar la tarea. Y para colmo de males, el destructor estadounidense que debía recuperar el módulo del agua lo embistió y lo hundió.
El cuarto y último intento del Lockheed D-21 fue apenas un par de semanas más tarde, el 20 de marzo de 1971. Y, como se imaginarán, no pudo torcer el destino. Una falla durante su vuelo provocó que se estrelle en tierras chinas, sellando definitivamente el final del programa. No sorprende, entonces, que apenas tres meses más tarde se haya decidido bajarle la persiana al proyecto y condenarlo al ostracismo.
Al día de hoy, las unidades sobrevivientes del Lockheed D-21 se exponen en distintos museos a lo largo y ancho de Estados Unidos. Lo verdaderamente llamativo es que las que se estrellaron durante las misiones de espionaje también se recuperaron. Una se expone en el Museo Chino de la Aviación, pero aún se desconoce dónde ha terminado la restante.
No obstante, a mediados de la década de 1980 se supo que la Unión Soviética encontró los restos del vehículo no tripulado caído en su territorio. Y como era de esperar, sus técnicos no se quedaron de brazos cruzados. De la mano de Tupolev, lo estudiaron para crear su propia versión, aunque nunca se fabricó.
El amargo adiós
Las historias de desarrollos aeronáuticos y aeroespaciales durante la Guerra Fría están plagadas de casos espectaculares. Por el lado de Estados Unidos, lo vimos con el propio SR-71 Blackbird, el F-117 Nighthawk o el programa del transbordador espacial y sus derivados. En tanto que por el costado soviético quedó de manifiesto con el MiG-25, el Buran o el Antonov An-225, entre tantos otros. De una manera u otra, cada uno dejó su marca en la historia.
Para el Lockheed D-21 el desenlace final no fue benévolo; no obstante, también ha servido como ejemplo. Al fin y al cabo, puso de manifiesto que no todo lo que se desarrolló durante el punto más caliente de la rivalidad entre soviéticos y estadounidenses tuvo el éxito asegurado. Esta vez no hubo dinero, empeño, ni trabajo a contrarreloj que salvara una gran idea del fracaso.