Apostar por un largometraje de puro género es una decisión con sus ventajas y sus inconvenientes. Por un lado, está clarísimo que los guionistas y el director conocen la fórmula a estas alturas por la gran cantidad de antecedentes; y así saben cuáles son a ciencia cierta los códigos narrativos que deben aplicar para no columpiarse en ningún momento. Por otro, pese a que lo hagan bien, su obra puede verse reducida a un ejercicio de manual, sin un estilo verdaderamente propio. Que es, de hecho, lo que ocurre con la reciente Way Down (Jaume Balagueró, 2021).

Pero esto no quiere decir en absoluto que se trate de un filme fallido, ni monótono ni desganado; ni que, en consecuencia, provoque más pronto que tarde la hartura del público que ha decidido pagar una entrada para verlo, o que incluso acaben oyéndose ronquidos en la oscuridad de los cines donde lo estén proyectando. El cineasta catalán que encabeza esta producción algo de práctica tiene.

Su ópera prima fue la digna Los sin nombre (1999), galardonada en Sitges, y luego dio pasos en falso con Darkness (2002), Frágiles (2005), [•REC] (2007), también premiada en aquel festival, y [•REC]² (2009). Volvió a los buenos modales gracias a Mientras duermes (2011), cuyo actor protagonista, Luis Tosar, recibió la nominación correspondiente en los Premios Goya. Pero [•REC]4: Apocalipsis (2014) supuso un nuevo traspié. En cuanto a Musa (2017), cae en el saco de los aciertos por su intriga interesante pese a la reticencia de cierta crítica.

Una anomalía a rebufo de ‘La casa de papel’

way down jaume balagueró crítica la casa de papel
Mediaset

Con el evidente currículo terrorífico que ha ido conformando Jaume Balagueró, lo que podría incluir el abominable documental OT: la película (2002), no cabe duda de que Way Down supone una anomalía entre las elecciones de sus proyectos. Ninguna relación temática existe, ni siquiera tangencial, entre este thriller de robos y atracos con sus largometrajes anteriores. Si bien nadie ha dicho que un cineasta no tenga derecho a experimentar saliéndose de sus carriles habituales.

El verdadero problema estriba en que algunos analistas han señalado a este filme como un intento descarado de aprovechar el éxito increíble de La casa de papel (Álex Pina, desde 2017), el mascarón de proa de las series hispanas en Netflix. Y puede que la idea haya salido de ahí por el escenario principal, juntándose de una forma curiosa con elementos de hace nada en La Fortuna (Alejandro Amenábar, 2021), pero dándole la vuelta al foco por completo.

Pero, si uno examina el corazón narrativo y dramático de Way Down, se dará cuenta de que sus parecidos posibles con la ficción televisiva de los atracadores del mono rojo y la icónica máscara de Salvador Dalí son absolutamente superficiales. El nuevo largo de Jaume Balagueró destaca por su clasicismo en el género y un enfoque total en la intriga que desarrolla; con la motivación del reto, las usuales secuencias explicativas de lo planeado, la palpable tensión por los problemas imprevistos que se suceden y los volantazos ingeniosos y arteros de costumbre.

‘Way Down’, un eficaz entretenimiento para el olvido

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Mediaset

En cambio, La casa de papel palpita con un apasionamiento indiscutible por sus tramas personales; no le basta pasar de puntillas sobre ellas como en Way Down si es que la segunda opta por eso en algún instante; y determinan lo que ocurre en multitud de ocasiones y hasta su brújula. Y se da la paradoja de que, en determinada escena, se reproduce el inolvidable discurso de El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) sobre las pasiones.

Pero ni el Thom Johnson de Freddie Highmore (Descubriendo Nunca Jamás), ni la Lorraine de Astrid Bergès-Frisbey (Orígenes), ni el Liam Cunningham (Juego de tronos), ni el Gustavo de José Coronado (El inocente), ni el James de Sam Riley (Control), ni el Simón de Luis Tosar (Celda 211), ni el Klaus de Axel Stein (Barefoot), ni el mandamás de Emilio Gutiérrez Caba (Las bicicletas son para el verano) ni la Margaret de Famke Janssen (Así nos ven), todos ellos interpretados con solvencia, se suben por las paredes como los personajes de La casa de papel.

Llama la atención, por otra parte, el número de los que han metido mano en el libreto como para acreditarles: Rafa Martínez (Sweet Home), Andrés M. Koppel (Intacto), Borja González Santaolalla (Qué vida más triste), Michel Gaztambide (La caja 507) y Rowan Athale (Wastedland). Dos de ellos merecen nuestra confianza por su currículo, Koppel y Gaztambide, y Athale, además, cuenta con una experiencia anterior en la escritura de películas como Way Down.

Sea como fuere, Jaume Balagueró sale airoso de su tentativa genérica, en la que nos conduce por los entresijos de su argumento con la eficacia de una planificación oportuna, sin alardes, la adecuada aportación del compositor Arnau Bataller (Un día perfecto) y el único propósito de entretener para el olvido.