Que la ficción literaria o fílmica bebe de la realidad es un hecho del que los narradores no pueden huir de ninguna forma. Y tampoco deberían intentarlo porque la verosimilitud y la empatía dependen de que los espectadores entiendan el comportamiento de los personajes y se sientan identificados con sus circunstancias. De modo que, incluso en un inexistente mundo apocalíptico como el de The Walking Dead (Frank Darabont y Angela Kang, desde 2010) y sus dos series derivadas, Fear the Walking Dead (Robert Kirkman y Dave Erickson, desde 2015) y World Beyond (Scott M. Gimple y Matthew Negrete, desde 2020) es así.
Conque los protagonistas, tanto el grupo de Daryl Dixon (Norman Reedus) y Carol Peletier (Melissa McBride) como el de Morgan Jones (Lennie James) y Alicia Clark (Alycia Debnam-Carey) y el de Iris (Aliyah Royale) y Hope Bennett (Alexa Mansour) deben poseer una conducta compresible y enfrentar situaciones de la misma condición. Hasta el surrealismo decente se puede explicar, y algunos ejemplos raros de ello hay en los episodios de estas series de la AMC.
Una famosa frase del Holocausto nazi en ‘The Walking Dead’
Con un pie en lo que el público reconoce del mundo real, no debe parecernos extraño que The Walking Dead utilice elementos de nuestra historia para insuflarle profundidad a su relato. Y es lo que han hecho en el capítulo “Acheron: Part I” (11x01), dirigido por Kevin Dowling (Bosch) y con un guion de James Barnes (Gotham) y la propia Angela Kang (Terriers). A ambos se les debe, entonces, el huevo de pascua sobre el Holocausto nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando la cuadrilla de Daryl Dixon, Maggie Rhee (Lauren Cohan), Gabriel Stokes (Seth Gilliam), Negan (Jeffrey Dean Morgan) y compañía recorren los túneles del metro de Washington D. C. para huir de una fuerte tormenta en el exterior, en una de paredes descubren algo escrito: “Si Dios existe, tendrá que rogar mi perdón”. Es lo que se encontraron los soviéticos en uno de los muros de Auschwitz-Birkenau, el más tristemente famoso de los terribles campos de concentración y exterminio nazis; un lugar de Polonia en el que fueron asesinados alrededor de 1.100.000 seres humanos.
Hoy es un museo de aquel horror homicida, para que nadie lo olvide y no se pueda repetir nunca, y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979, “como evidencia del esfuerzo inhumano, cruel y metódico de negar la dignidad humana a grupos considerados inferiores”. El noventa por ciento de las víctimas eran judíos de hasta nueve países diferentes, pero también prisioneros de guerra soviéticos y políticos polacos, gitanos, republicanos españoles, testigos de Jehová y homosexuales. Todas aquellas personas a las que abominaban los nazis.
La indiferencia de Dios ante el horror de Auschwitz y el apocalipsis zombi
“¿Dónde estaba Dios esos días?”, se preguntó en voz alta Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, en su visita a Auschwitz-Birkenau en mayo de 2016 con los ojos en el cielo gris. “¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”. Es una buena pregunta, pero ya la respondió el griego Epicuro de Samos unos veintitrés siglos atrás: si Dios sabe que existe el mal y no lo destruye, no es bueno; si lo desconoce, no es omnisciente; y si lo sabe, es bueno y no acaba con él, no es todopoderoso; en definitiva, un dios con las tres cualidades no puede existir.
Pero lo que decía el duocentésimo sexagésimo quinto papa de la Iglesia Católica entronca con la contundente frase del muro en el campo de exterminio nazi, reproducida por algún superviviente del apocalipsis zombi en The Walking Dead. Dos desconocidos, tanto el prisionero de Auschwitz-Birkenau que la escribió originalmente como aquel personaje que la puso en el túnel subterráneo de Washington D. C. en la terrorífica serie de la AMC, que sabría de la del emplazamiento polaco.
A hombros de Epicuro, fuesen conscientes de ello o no, el uno era incapaz de entender cómo Dios, en toda su bondad, permitía el espantoso Holocausto nazi; y el otro, lo mismo con la hecatombe planetaria de los zombis. Y, considerando su omnipotencia, por la que hubiese podido detener ambas catástrofes con un chasquido de sus celestiales dedos como el de Iron Man y su propio Guantelete en Avengers: Endgame (Joe y Anthony Russo, 2019), a los dos les embargaba una rabia enorme. Pero, por las contradicciones obvias entre las cualidades divinas, su existencia está en entredicho para ellos. Pero, si no es una patraña, más vale que esgrima una buena excusa o se disculpe con ganas.