Uno de los mayores genocidios que se recuerdan en la historia es, por supuesto, el llevado a cabo contra los judíos en el siglo XX por los nazis tras su ascenso al poder en Alemania, y por no pocos de sus simpatizantes en los países que ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial: **el Holocausto, con mayúsculas. Pero también podemos encontrar a personas decentes entre el horror que se arriesgaron para salvar de la muerte a cuantos judíos pudieron**. A una de estas personas la inmortalizó el cineasta Steven Spielberg en La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993), basada en el libro del australiano Thomas Keneally, Schindler’s Ark (1982). Sin embargo, Oskar Schindler no fue el único, y tanto de él como de muchos otros quiero hablaros en estas líneas.
Lo que hizo Schindler
Nacido en una familia de alemanes sudetes en Svitavy, que hoy forma parte de la República Checa, fue miembro del partido nazi y de la Abwehr, su servicio de inteligencia, y el empresario que arrendó una fábrica de esmaltados de Cracovia en 1939 por el consejo del contable judío Itzhak Stern, a la que se conoció desde entonces como Emalia y para la que empleó a otros centenares de judíos porque le resultaba más económico, dado que su sueldo había sido fijado por los nazis tras ocupar Polonia. Acabó defendiéndolos a capa y espada, incluso ante la policía secreta de Hitler, la Gestapo.El cineasta Steven Spielber inmortalizó a Schindler en su oscarizada película de 1993, basándose en una novela de Thomas Keneally
En 1940, un decreto había sacado a los judíos de la ciudad y los había reubicado en el gueto del distrito industrial de Pódgorze, donde se encontraba Emalia, y desde 1941, los nazis empezaron a llevar a la mayoría de sus habitantes al campo de exterminio de Bełżec y allí los masacraron; otros cientos fueron asesinados dentro del propio gueto, cuyo atroz espectáculo fue lo que Schindler se decidiera a maniobrar en favor de los judíos, o seleccionados para trabajar en el campo de concentración de Plaszow, levantado en 1943 y regido por Amon Göth, un capitán de las Schutzstaffel o SS tan perverso que disfrutaba disparando a prisioneros al azar y a quien la esposa de Schindler, Emile, consideraba el hombre más despreciable que había conocido en su vida.
El mismo Göth pretendía que todas las fábricas del distrito se trasladaran al interior de Plaszow, idea que Schindler consiguió quitarle de la cabeza muy diplomáticamente en lo que respectaba a Emalia, adulándole e incluso llegando al soborno; y hasta logró que edificara un pequeño campo de concentración junto a la fábrica, en la que construyó un hospital, una cocina y un comedor, para albergar a sus empleados y a otros cientos de judíos, en mejores condiciones y a salvo de la brutalidad de Göth, que acabó arrestado por corrupción y abuso de poder en septiembre de 1944 pero sin condena, y luego ahorcado por sus crímenes en el mismo mes de 1946.Al principio, Schindler contrató a 1.000 judíos en su fábrica por cuestiones económicas, pero acabó defendiéndolos a capa y espada de los nazis
Antes de eso, además de haber sido arrestado el propio Schindler en un par de ocasiones por dar muestras de afecto a algunos judíos y otra más por comerciar en el mercado negro y untar a Göth y a otros para favorecer a sus trabajadores, las SS decidieron cerrar las fábricas no destinadas al esfuerzo de guerra, así como de los campos de concentración a los que iba a llegar el ejército de Stalin. De lo primero fue avisado Schindler por Mietek Pemper, el secretario judío de Göth, que le sugirió que cambiara la producción de la fábrica por la de granadas antitanque y ayudó a confeccionar la famosa lista de Schindler, en la que figuraron los 1.200 trabajadores judíos a los que acabó salvado después de que persuadiera a Göth y a otros gerifaltes de Berlín para trasladar su fábrica a Brünnlitz, una aldea de su distrito natal junto a los montes Sudetes, en octubre de 1944.
Pero hubo un error y el tren en el que viajaban 300 de sus empleadas acabó en Auschwitz, como otros 700 de sus trabajadores se las vieron en el campo de concentración de Gross-Rosen durante una semana. Schindler, después de que le fallaran sus contactos y los sobornos habituales, mandó a Auschwitz a Hilde Albrecht, su secretaria, con un montón de artículos del mercado negro para que consintieran en que las mujeres saliesen de camino a Brünnlitz. Allí, dado el sustento miserable que las SS proveía a cada trabajador esclavo, los Schindler se dedicaron prácticamente a tiempo completo a buscar comida, productos sanitarios, armamento y otras cosas en la misma Brünntiz y en Cracovia.Por todo lo que hizo Schindler con el apoyo de su esposa Emile, merecía la novela de Keneally y la película de Spielberg
Ella cuidó en un enfermería improvisada de más de 200 judíos maltrechos que habían arribado a la aldea, tras ser desechados en la mina polaca de Goleschau, en un tren durante cuyo trayecto había fallecido una docena; y él siguió comprando a los nazis para evitar que liquidaran a sus judíos hasta el fin de la guerra, y para que 3.000 mujeres de Auschwitz fueran destinadas a varias industrias textiles de los Sudetes. Cuando la guerra terminó, el empresario había gastado ya toda su fortuna. No hay duda de que, por todo lo que hizo Schindler con el inestimable apoyo de su esposa Emile, merecía esa novela de Keneally y la oscarizada película de Spielberg.
Los diplomáticos que actuaron como Schindler
Pese a los que miraron para otro lado por diversas razones mientras se desataba la barbarie nazi contra los judíos, a los que las apoyaban y hasta los que echaban una mano en ella, otras personas tuvieron el coraje de Oskar Schindler para ayudar a las víctimas del Holocausto. En este sentido, sobresale por encima de todo la labor de diversos diplomáticos de multitud de naciones, destacados en los países que sufrieron la ocupación alemana y que utilizaron su poder e influencia para salvar a muchos judíos de los tiros y cámaras de gas.El diplomático sueco Raoul Wallenberg fue probablemente quien salvó a más judíos del Holocausto nazi
Raoul Wallenberg fue un diplomático sueco que proporcionó a miles de judíos húngaros pasaportes protegidos de su país, sobornó a oficiales nazis que no se dejaron engañar por estos documentos falsos, alquiló edificios para refugiarles, camuflándolos como bibliotecas o institutos de investigación suecos, y cooperó para que las deportaciones a los campos de concentración alemanes fueran canceladas. Contó con la colaboración de otros, como el embajador Per Anger. Y si es cierta la historia de que persuadió a un general nazi de que desatendiera la orden de Hitler de aniquilar a los habitantes de los guetos cuando estaban a punto de llegar los soviéticos, que le arrestaron como sospechoso de espionaje y le hicieron desaparecer, Wallenberg habría salvado la vida a unos 100.000 judíos.
Otros como él hicieron lo propio en Budapest, como el cónsul suizo Carl Lutz, que suministró salvoconductos hacia Palestina a miles de judíos húngaros, o el diplomático polaco Henryk Slawik, que dio a unos 5.000 judíos budapenses pasaportes de su país con identificación católica, o el embajador Ángel Sanz-Briz, que brindó pasaportes españoles a los judíos sefardíes primero y, luego, a todos cuantos le fue posible, de modo que, ayudado por Giorgio Perlasca, un comerciante italiano que hizo creer a todos que era cónsul español, protegió a unos 5.200 judíos húngaros.
Por su parte, el cónsul rumano Constantin Karadja evitó que unos 51.000 judíos alemanes fueran deportados y exterminados. El diplomático y coronel salvadoreño José Castellanos Contreras y el empresario György Mandl dieron papeles falsos a unos 40.000 judíos de Hungría, Checoslovaquia y Rumanía que les acreditaba como ciudadanos de El Salvador. El secretario de la embajada parisina española Eduardo Propper y el cónsul portugués Aristides de Sousa sellaron y firmaron hasta 30.000 pasaportes desde Burdeos para que tantos judíos franceses huyeran a España y Portugal, aunque esta cifra ha sido puesta en duda. El cónsul mexicano Gilberto Bosques en Marsella salvó la vida de unos 30.000 refugiados judíos y alemanes emitiendo visados de su país para ellos, razón de que fuera detenido por la Gestapo. Y el diplomático y dirigente de la Cruz Roja sueca Folke Bernadotte consiguió que unas 27.000 personas, muchas de ellas judías, fueran trasladadas a hospitales de su país.Diplomáticos de unas 19 nacionalidades distintas ayudaron a decenas de miles de judíos a escapar de la muerte
El cónsul chino Ho Feng Shan también emitió visados para cerca de 3.000 judíos austríacos, y el cónsul japonés **Chiune Sugihara otorgó pasaportes falsos sin autorización a unos 10.000 judíos lituanos y sus familias; y como él y los anteriores, muchos otros hicieron lo propio: el diplomático iraní Abdol-Hossein Sardari, el cónsul turco Necdet Kent y sus compatriotas el vicecónsul Namik Kemal Yolga y el diplomático Selâhattin Ülkümen, el cónsul uruguayo Florencio Rivas, el embajador brasileño Luis Martins de Souza, los diplomáticos españoles Bernardo Rolland, Juan Schwartz, José Rojas, Julio Palencia, Miguel Ángel de Muguiro y Sebastián Romero, el embajador portugués Carlos Sampaio, el alto comisionado estadounidense Paul V. McNutt y su paisano el vicecónsul Hiram Bingham IV, el embajador irlandés Hugh O’Flaherty y su colaboradora Delia Murphy, el embajador británico Jacob Benardout o el embajador alemán Georg Ferdinand Duckwitz.
Lo que hicieron otros como Schindler
No sólo diplomáticos se distinguieron por su decencia en estos años oscuros, también otras muchas personas: el agente secreto británico Frank Foley entregó pasaportes y visados falsificados a unos 10.000 judíos alemanes para que marcharan a Palestina y Reino Unido; el periodista estadounidense Varian Fry condujo una organización de rescate que salvó a entre 2.000 y 4.000 judíos, entre ellos, a André Breton, Marcel Duchamp, Hannah Arendt, Max Ophüls o Heinrich Mann; y el comisario de policía suizo Paul Grüninger, que entregó papeles falsos a unos 3.600 judíos** para que escaparan de Austria.Irena Sendler: "Solo hice lo que había que hacer; debí salvar a más"
La trabajadora social polaca Irena Sendler sacó a unos 2.500 niños del gueto de Varsovia, de lo que ella decía: “Solo hice lo que había que hacer; debí salvar a más”; el abogado checoslovaco Rudolf Štursa y el sacerdote Jan Martin Vochoc elaboraron certificados de bautismo para unos 1.500 judíos; Frank Plagge, mayor alemán de la Wehrmacht, empleó a un millar de judíos lituanos para salvarles la vida; los hermanos y miembros de la resistencia francesas Gabrielle y Johan Hendrik Weidner rescataron a uno 800 judíos; el financiero británico Nicholas Winton se llevó a 669 niños judíos de Praga a Londres en ocho viajes de tren, de los que hoy descienden unas 6.000 personas; el sargento mayor Charles Coward, que sacó a unos 400 judíos del campo de trabajo de Monowitz; y el comandante de la Wehrmacht Anton Schmid, que fue fusilado por ayudar a huir a 250 judíos y que le escribía a su esposa las siguientes palabras: “Sabes qué supone eso para mi blando corazón. No podría pensármelo; debo ayudarles”.Anton Schmid, a su esposa: "Sabes qué supone eso para mi blando corazón. No podría pensármelo; debo ayudarles"
Y no pocos más hay como ellos: por ejemplo, el empresario neerlandés Frits Philips, que hizo lo mismo que Schindler y Plagge, el arquitecto neerlandés Jaap Penraat, el molinero polaco Jaap Penraat, la millonaria belga Suzanne Spaak y sus coterráneos Marie Taquet-Martens y Major Emile Taquet, los activista polacos Wladyslaw Bartoszewski y Zofia Kossak-Szczucka, el teniente general japonés Kiichiro Higuchi, el emisario polaco Jan Karski, el político búlgaro Dimitar Peshev; el aristócrata tunecino Khaled Abdul-Wahab, el fisioterapeuta nacionalizado británico Albert Bedane, el ministro luxemburgués Victor Bodson, la escritora y activista neerlandesa Corrie ten Boom, el estibador lituano Janis Lipke, los polacos Józef y Stefania Macugowscy, el contrabandista finlandés Algoth Niska, la chilena de la resistencia francesa María Edwards Mac Clure y los neerlandeses Bertha y Eugen Marx, también de la resistencia.
El sacerdote francoucraniano Alexandre Glasberg, el jesuita alemán Alfred Delp, el fraile polaco Maximilian Kolbe, la monja húngara Sára Salkaházi, el arzobispo croata Aloysius Stepinac, el arzobispo ucraniano Andrey Sheptytsky y el sacerdote de ídem Omelian Kovch, deportado al campo de exterminio de Treblinka por ayudar a los judíos.Muy pocos de estos héroes, como Irena Sendler, Nicholas Winton, Chiune Sugihara, Ángel Sanz-Briz o Charles Coward, han sido homenajeados en una película como Oskar Schindler
La actriz austríaca Dorothea Neff, las adolescentes polacas Stefania Podgorska Burzminski y Helena Podgorska y sus compatriotas Stanislaw Kielar e Irene Gut Opdyke, el inspector de justicia alemán Friedrich Kellner, la noble alemana Maria Gräfin von Maltzan, el jurista alemán Hans von Dohnanyi, los que escondieron a Ana Frank y a otros siete judíos durante dos años en Ámsterdam, Miep y Jan Gies, Bep Voskuijl, Victor Kugler y Johannes Kleiman; el oficial de la Wehrmacht Albert Battel, el oficial alemán *Wilm Hosenfeld, al que conocemos por la película The Pianist*, de Roman Polanski, en la que le vemos ayudando al músico Wladyslaw Szpilman; y sí, Helmuth von Moltke, consejero del Tercer Reich, y el empresario Albert Göring, hermano menor del líder nazi Hermann Göring.
Otros 6.500 hombres y mujeres polacos se suman a esta lista, 700 de ellos asesinados por los nazis cuando descubrieron a qué se dedicaban. E incluso localidades enteras se desvivieron por los judíos perseguidos: la rumana Cernauti, con el alcalde Traian Popovici a la cabeza, que protegió a 20.000 judíos bucovinos; la francesa Le Chambon-sur-Lignon se ocupó de entre 3.000 y 5.000 judíos, con la dirección del pastor André Trocmé y su mujer Magda; y la también francesa Moissac, la polaca Markowa, la neerlandesa Nieuwlande o la checa Tršice. Casi ninguna de estas personas cuenta con su propia película, como Oskar Schindler, que las homenajee; sólo Irena Sendler, Nicholas Winton, Chiune Sugihara, Ángel Sanz-Briz o Charles Coward. Sirva este humilde texto, pues, como homenaje**.