El MonsterVerse, la saga cinematográfica más reciente sobre dos titanes clásicos, llega a cierto punto culminante con Godzilla vs. Kong (2021), el cuarto filme, dirigido por el estadounidense Adam Wingard. Y, con ello, Legendary Pictures y Warner Bros. se curan en salud.

Tanto si logra un éxito obvio de crítica y público como si no, la alaben o la destrocen y triplique su presupuesto en la taquilla mundial o su recaudación definitiva sea discreta, puede servir perfectamente como colofón a esta franquicia de odas a la destrucción más animal. No en vano, los productores no han previsto aún una continuación a la espera de su rendimiento.

No parece que el conjunto de críticos profesionales le estemos dando muchos soplamocos como los que se ven en pantalla durante las casi dos horas que dura. En general, Godzilla vs. Kong es una película decente.

Podemos decir sin titubeos que su alcance dramático supera al de las poco memorables Godzilla (Gareth Edwards, 2014) y Godzilla: Rey de los monstruos (Michael Dougherty, 2019). Se limitan a entretener sin un verdadero desarrollo de personajes ni zarandajas así, propias de un interés artístico de mayor profundidad. Y solo falta saber si los espectadores están bien dispuestos a facilitar al menos otra secuela.

‘Godzilla vs. Kong’: siempre digna, nunca encomiable

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Warner Bros.

Además, para alegría de Adam Wingard, se encuentra lejos de otros patinazos suyos, como Pop Skull, Enfermizo (2007), Una manera horrible de morir (2010), Autoerotic (2011), Blair Witch (2016) y, oh, Death Note (2017).

O sea, la contamos entre sus aportaciones más decorosas a esto del séptimo arte, junto con Tú eres el siguiente (2011) y The Guest (2014). En su humildad clara como producto estrictamente comercial, sin grado de joyita; no vayamos a creer algo distinto. De hecho, se sitúa impepinablemente por detrás de Kong: La Isla Calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017), de su atrevimiento estilístico y su intensidad.

Hay que entender que las decisiones por las que Godzilla vs. Kong sobrepasa a los otros dos filmes sobre el dinosaurio gigantesco no tienen relación especialmente con el aparato audiovisual. Justo por lo que Kong: La Isla Calavera sobresale frente a los de Gareth Edwards, Michael Dougherty y Adam Wingard.

Lo que este último nos brinda aquí es una limpieza absoluta en la planificación y en el montaje, una eficacia a prueba de bomba en la búsqueda de sus irreprochables objetivos palomiteros, testada en Hollywood durante décadas de espectáculos efímeros en la memoria del público. Siempre digna y defendible, pero nunca encomiable.

Tocarle la patata y enardecer al espectador

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Warner Bros.

Y no los sobrepasa debido a ello porque Godzilla y Rey de los monstruos son de la misma escuela. Ni por las interpretaciones de su elenco, que cumple sin tachas pero sin brillantez, desde Rebecca Hall (El truco final) en la piel de Ilene Andrews, Alexander Skarsgård (Big Little Lies) como Nathan Lind y Millie Bobby Brown (Stranger Things) encarnando de nuevo a Madison Russell. Hasta Brian Tyree Henry (Joker) como Bernie Hayes, Julian Dennison (Deadpool 2) en los zapatos de Josh Valentine, Demián Bichir (Los odiosos ocho) y Eiza González (Baby Driver) como los insustanciales Walter y Maya Simmons.

Tampoco por la banda sonora estruendosamente adecuada de Tom Holkenborg (Mad Max: Furia en la carretera) para Godzilla vs. Kong. Debemos admitir que la clave de su ligera superioridad está en el correcto guion de Eric Pearson (Thor: Ragnarok) y Max Borenstein (The Terror), quien ya había firmado los de las dos primeras películas y hecho contribuciones a la historia de la tercera.

Porque, esta vez, el modo en que humanizan a Kong —cosa imposible con el otro titán— vinculándole emocionalmente a la pequeña Jia (Kaylee Hottle) nos toca la patata; y los giros finales de la lucha colosal, con el poder de los mitos, consiguen enardecernos.

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