El estadounidense Jason Vogt-Roberts se ha atrevido a devolver a la gran pantalla al que es, por derecho propio y con el perdón de Caesar, el simio más célebre de la historia del séptimo arte, y no sólo por su tamaño morrocotudo; y el resultado, por enérgico, ha sido francamente sorprendente.El Rey Kong salió de las mentes febriles de Edgar Wallace en 1933 y se convirtió de inmediato en **un icono de los primeros años del sonoro y, sin remedio, del mismo cine: King Kong**, dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack por sus avances técnicos, sus imágenes asombrosas e indelebles y por la tragedia de esa bestia descomunal que escondía su corazoncito, fascinó a propios y extraños, y se dice que era la preferida del infausto Adolf Hitler. **The Son of Kong**, secuela del mismo año realizada en solitario por Schoedsack, no tuvo ni su alcance ni la buena valoración de su antecesora por parte de la crítica y el público, y se puede decir que la mayoría de los cinéfilos de hoy incluso desconoce que existe.
Por extraño que parezca teniendo en cuenta su fama, Hollywood no se propuso realizar un remake de la exitosa película original hasta 1976, actualizando la misma historia con John Guillermin (The Towering Inferno, Death on the Nile, 1974, 1978) a la cabeza y Kong escalando igual el Empire State, pero sin el encanto de la de… y Schoedsack; y no digamos en el caso de **King Kong Lives, la secuela del propio Guillermin en 1986. Sin embargo, haciendo caso omiso de las delirantes y tópicas aproximaciones japonesas y pese al escepticismo de muchos, la que se puede considerar la mejor versión de este relato ya clásico es la también homónima que Peter Jackson* (The Lord of the Rings*, 2001-2003) elaboró en 2005, con mayor estilo y capacidad de inquietar y hasta horrorizar al espectador y metraje e imaginería muy ampliados.
Y no ha sido hasta una docena de años después cuando otro se ha propuesto tomar el testigo y, por fin, con una estimable variación de la historia, pues eso es **Kong: La Isla Calavera**: pese a que el prólogo sucede sólo una década después del primer filme, la aventura principal ocurre más cerca del de Guillermin, nada más concluir la Guerra de Vietnam, con otra fatídica expedición al hogar de nuestro gigantesco simio. Y Vogt-Roberts, al que hasta ahora sólo le conocíamos en el largometraje la comedia dramática The Kings of the Summer en 2013 y el documental de stand-up comedy Nick Offerman: American Ham en 2014 y, se ha ocupado de ella, probablemente como una manera de introducirse en banquete de las superproducciones de Hollywood.
Desde el mismo prólogo, bastante impresionante, y el sugerente montaje histórico de los títulos, uno intuye que haberse sentado a ver la película va a merecer la pena. La madurada planificación visual de Vogt-Roberts posee un vigor y una frescura que sorprende al cinéfilo más resabiado, ya no sólo por su habilidad, sino también por *la envidiable convicción con la que ha sido elaborada; tanta que hay instantes que pecan de grandilocuencia. Uno abandona la sala de proyección sabiendo que el director desea dejar muy claro que, si bien se trata de un filme de encargo para meter el pie el en carrusel más movido de la industria, él quiere de veras contarnos esta historia porque le entusiasma, porque está firmemente comprometido con esta tarea y nos ha querido ofrecer sus mejores mañas en su trabajo.
De ninguna manera puede considerarse Kong: La Isla Calavera* una de las grandes películas de la temporada y, ni mucho menos, del siglo, pero qué alegría da encontrarse con personas virtuosas y honestas en esto del cine que, sabiendo que un filme como este no es más que puro espectáculo y está muy lejos de codearse con las obras de hondura y verdadera importancia, siguen dando lo mejor de sí mismos para su realización porque respetan su profesión y, al tiempo y con ello, a los espectadores, y así, deben recibir de nosotros tanto respeto como nos brindan.
Uno de los mayores aciertos de los guionistas Dan Gilroy, Max Borenstein y Derek Connolly es olvidarse de la trama primigenia de la tragedia de Kong y reinventar el mito del que es objeto, trasladando la acción a otra época y haciendo de este simio colosal algo más que el animalote con algo de sentimientos que era, lo que lo convierte en un personaje con motivaciones más complejas y cambia ligeramente la esencia de su interacción con los seres humanos. Y, no obstante, no pierde ni su brutalidad, que aquí es muy superior y bastante más escalofriante que en sus apariciones precedentes, ni la relación un tanto especial con “la chica” del filme, que se reduce de todos modos porque no es lo que interesa aquí.
*Aunque las secuencias de tensión y calma se dosifican y alternan con sabiduría, la sensación que nos deja Kong: La Isla Calavera es de constante movimiento, de trepidación*, porque incluso durante la calma, el peligro se cierne sobre los personajes que han osado introducirse en los dominios del Rey y golpear su avispero, y la inquietud, sobre los espectadores. Y lo que se mantiene intacto y hasta se potencia es la escala de grises en el tratamiento de los principales responsables del conflicto dramático, lo que siempre resulta interesante en superproducciones como esta, en las que todo suele ser cosa de los buenos contra los malos y para de contar. Así, la animadversión se dispone para quienes de veras son acreedores de ella. El único problema en tal sentido es que los guionistas no hayan aprovechado estos mimbres para extremar el conflicto y, sin excesos, aumentar la complicación dramática y la angustia y garantizar con ello su reminiscencia en el espectador.
Los personajes tienen una idiosincrasia robusta porque se encuentran bien perfilados, y algunos de ellos se nos antojan de una simpatía tal que se sirven de ellos para procurar pequeños momentos hilarantes. Y el reparto, no es que se deje la piel al encarnarlos porque no es preciso, pero se defienden con su incuestionable talento, ya sea Tom Hiddleston como el serio James Conrad, Brie Larson como la echada para adelante Mason Weaver, Samuel L. Jackson como el implacable capitán Preston Packard, John Goodman como el visionario Bill Randa o John C. Reilly como el hilarante soldado Hank Marlow. Además, *la partitura de Henry Jackman subraya muy bien toda la acción que se desarrolla; y es bastante destacable la labor de fotografía de Larry Fong, sobre todo en aquellas secuencias que traen a la memoria reconocidas películas bélicas como Apocalypse Now*, obra que hizo sudar a Francis Ford Coppola en 1979.
Conclusión
En definitiva, parece sumamente improbable que el recio trabajo de Jordan Vogt-Roberts en Kong: La Isla Calavera y su supervisión decepcione ni al cinéfilo más quisquilloso. Este filme queda, pues, como una de las más satisfactorias aproximaciones a la historia del mítico King Kong que hemos tenido el gusto de presenciar.
Pros
- La vigorosa planificación visual del director Jordan Vogt
- Roberts.
- La buena decisión de reinventar el mito de Kong.
- La sabia dosificación de tensión y calma.
- La idiosincrasia de los personajes.
- La adecuada banda sonora de Henry Jackman y la destacable fotografía de Larry Fong.
Contras
- La grandilocuencia de algunos instantes.
- Que no hayan aprovechado para extremar el conflicto y aumentar la complicación dramática y la angustia.
- Que, en fin, esto es puro espectáculo sin profundidad.