Las referencias de una serie como **The Mandalorian* (Jon Favreau, desde 2019) a cuanto hemos visto de Star Wars* desde que George Lucas estrenó en 1977 la primera película, Una nueva esperanza, parecen inevitables. En el primer episodio, titulado igual que la propia ficción televisiva, dimos con hasta veintisiete huevos de pascua; y en el segundo, “The Child” hemos encontrado algunos menos por su duración inferior. Para empezar, el más evidente no puede ser otro que una celebrable aparición de **los jawas**, los alienígenas ladrones a los que conocimos en el mencionado filme de Lucas y que agarraron a los droides R2-D2 y C-3PO y los metieron en **su sandcrawler**.
Después se los vendieron felizmente a Owen Lars (Phil Brown) y su sobrino Luke Skywalker (Mark Hamill), por lo que así empezó la aventura galáctica que le correspondía por derecho. Y la presencia de estos bichos en el capítulo 1x02 de The Mandalorian, por otra parte, podría significar que el desértico planeta Arvala-7 es realmente Tatooine, el nativo de Anakin Skywalker y su vástago, el mismo Luke —“Yo soy tu padre”, “¡Nooo!” y esas cosas—. Y, cuando Kuiil (Nick Nolte) le dice al cazarrecompensas que los jawas no le pueden ni ver, responde que será porque ha desintegrado a algunos de ellos.
Y es que, en El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), el malvado Darth Vader (David Prowse en cuerpo y James Earl Jones en alma) había advertido a sus propios cazarrecompensas, Boba Fett (Jeremy Bulloch) y el droide asesino IG-88 (Paul Klein), de que la tripulación del Halcón Milenario debía ser capturada con vida y sin desintegraciones: tal vez estos profesionales sean propensos a llevarlas a cabo sin previo aviso. Y al comprobar cómo nuestro protagonista chapurrea el idioma de los jawas, uno de ellos se burla: “Suenas como un wookie”, comenta, es decir, como la especie de Chewbacca (Peter Mayhew) y su lenguaje gutural.
Por otra parte, **Baby Yoda intenta servirse de su gran conexión con la Fuerza para curar la herida de Mando**, obra de unos asaltantes en su camino por la garganta, como Obi-Wan Kenobi (Alec Guinness) ayudó a que Luke se repusiese más rápido tras el ataque de los moradores de las arenas en Una nueva esperanza; y el pequeñuelo **hace levitar a un mudhorn** —un tipo de rinoceronte gigante que pone huevos— usando su gran conexión con la Fuerza del mismo modo que el viejo Yoda original, en El Imperio contraataca, sacó el Ala-X de Luke de las ciénagas que cubren el planeta Dagobah, donde se había refugiado al final de *La venganza de los Sith* (Lucas, 2005).
Los asaltantes a los que nos referíamos, unos humanoides reptilianos, son **cazarrecompensas trandoshan*, también llamados t’doshok*, que persiguen conseguir la correspondiente recompensa por entregarle al cliente imperial (Werner Herzog) el poderoso ser al que busca con el doctor Pershing (Omid Abtahi), el irresistible Baby Yoda, igual que Mando o IG-88. Y a esta raza pertenece Bossk, precisamente otro cazarrecompensas al que Darth Vader encomendó la captura del Halcón Milenario tras la Batalla de Hoth en El Imperio contraataca. Como Boba Fett y Jango utilizan lanzallamas ocultos y ganchos de agarre de la misma forma que el protagonista en este episodio.
El educadísimo Kuiil rechaza la oferta del mandaloriano para que se una como tripulante de la nave Razor Crest, en la que no vendría mal un tipo tan habilidoso en las reparaciones: “Me siento honrado, pero he trabajado toda mi vida para finalmente librarme de la servidumbre”, le dice. Y es que, según nos cuentan en El Imperio contraataca, los ugnaught son los mejores trabajadores de Ciudad Nube y su población de humanoides porcinos fue diezmada en su planeta natal de los Territorios del Borde Exterior, llamado Gentes, por la trata de esclavos. En total, *nueve huevos de pascua que pueden entretener lo suyo a los fantáticos de Star Wars para dar con ellos*.