No está muy claro cuál es la canción del verano este año. Probablemente se la estén disputando intérpretes como Rosalía, Maluma, C. Tangana o alguno de los nuevos nombres surgidos de las dos últimas ediciones de Operación Triunfo. Pero si hay algo claro es que, sea cual sea, solo será la canción del verano 2019. Ya pocos recuerdan la de 2018 y para 2020 la que más nos haga bailar en las discotecas este año estará ya pasada de moda.

En cambio, sí que hay canciones del verano que perduran año tras año y nunca parecen estar desfasadas, pero para escucharlas no tenemos que ir a las salas de bailes, pues basta con salir al campo o, simplemente, agudizar el oído durante las horas más cálidas del periodo estival. Se trata del “canto” de la cigarra, ese chirrido que puede resultar incómodo, especialmente durante las horas de la siesta, pero sin el cual los veranos no serían lo mismo.

Una melodía que no se canta

Aunque comúnmente se conozca como el “canto de la cigarra”, en realidad estos insectos no cantan, sino que estridulan, pues para emitir su característico sonido no utilizan ningún componente de su aparato fonador.

Solo lo hacen los machos y para ello usan unos sacos de aire situados a ambos lados de su abdomen, conocidos como timbales. Estos instrumentos de la naturaleza han sido muy estudiados en las últimas décadas. De hecho, ya en 1954 se publicó en Journal of Experimental Biology un estudio en el que se analizaba cómo la cigarra Platypleura capitata y otras ocho especies de Ceilán se valen de ellos para entonar su canción.

Los autores de este trabajo observaron que el canto consiste en una serie de pulsos de sonido, emitidos con una frecuencia de repetición de entre 120 y 600 veces por segundo, y que cada uno de ellos se genera cuando el timbal se dobla o recupera su posición, gracias a la elasticidad del tejido del que está compuesto.

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Mucho después, en 2013, se presentó en el 21º Congreso Internacional de Acústica un nuevo estudio, en el que se utilizaban técnicas mucho más modernas para comprobar cómo estridulan las cigarras. Concretamente, utilizaron la tomografía microcomputarizada, que permite captar estructuras muy pequeñas, de una micra de tamaño o, lo que es lo mismo, la millonésima parte de un metro. Esto les permitió ver con detalle las secciones trasversales que componen los timbales, para después realizar un modelo de ordenador con el que se podía reproducir con exactitud el sonido de la cigarra. Al igual que se había demostrado 60 años atrás, comprobaron que el sonido se generaba cuando el timbal se dobla y recupera su posición, aunque concluyeron que este movimiento se lleva a cabo de 300 a 400 veces por segundo.

En conclusión, todos los entomólogos que se han encargado de estudiar a la cigarra apuntan a que su canto es único en la naturaleza, pues otros insectos, como el grillo, tampoco utilizan un aparato fonador, pero en su lugar usan las patas para generar el sonido. El caso de la “intérprete del verano”, con sus timbales abdominales, es diferente y efectivo. De hecho, sin realizar apenas esfuerzo pueden llegar a generar un sonido de más de 100 decibelios, que puede ser escuchado por las hembras situadas a dos kilómetros de distancia.

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Y es que atraer a las hembras es precisamente la función principal de su canción, que puede parecernos siempre igual, pero en realidad sufre diferentes variaciones, dependiendo de si el objetivo es el apareamiento o, por el contrario, pretenden marcar territorio. Para la primera aplicación, las hembras están dotadas de tímpanos de gran tamaño, que les permiten captar el sonido a grandes distancias, pero que a su vez pueden plegarse para evitar que su intensidad les genere daños auditivos.

No solo atraen a las hembras

Curiosamente, en 2016 se descubrió que el “canto” de la cigarra tiene también una función muy negativa para ellas: atraer parásitos. Concretamente capta la atención inmediata de las moscas de la especie Emblemasoma erro, cuyas hembras acuden hacia la melodía con el fin de poner los huevos en el interior del inocente cantante, que después servirá como alimento para las larvas. Pero eso no es todo, pues el sonido de los timbales atrae también a los machos de mosca, que simplemente acuden hasta allí porque saben que con gran seguridad encontrarán a hembras con las que aparearse. Es algo así como un Tinder para moscas, en el que se cambian los flechazos por la machacona melodía de las cigarras estridulando. La naturaleza nunca deja de sorprendernos.

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