Las primeras consecuencias tangibles del cambio climático durante los últimos años han llevado a que la búsqueda de soluciones para el calentamiento global se convierta en una prioridad, tanto para los científicos como para la población en general.

Una de las opciones más valoradas en el pasado era la plantación de zonas verdes, especialmente árboles, ya que al realizar la fotosíntesis recogen CO2 de la atmósfera y lo utilizan para obtener las sustancias necesarias para su nutrición, en un proceso en el que, además, se desprende oxígeno.

¿Qué es el cambio climático?

El problema es que el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera es ya tan grande que no hay sitio en el planeta para plantar todos los árboles que serían necesarios para “secuestrarlo”. ¿Pero qué pasaría si la solución, o al menos parte de ella, no estuviese en la tierra, sino en el mar?

Un tesoro oculto en el mar

Cuando se habla de carbono secuestrado de la atmósfera se distingue entre dos tipos: el carbono verde, retenido por los bosques terrestres, y el azul, capturado por las especies vegetales marinas, como las que se encuentran en los manglares, las marismas y las praderas de posidonia. Todas ellas recogen el CO2 del agua, gran parte del cual procede de la atmósfera, almacenando parte de él en los sedimentos oceánicos, donde puede permanecer durante cientos e incluso miles de años. Esto supone que fijan el carbono con una gran eficiencia, que a menudo pasa desapercibida. “Como están debajo del agua no les hacemos caso”, explica a Hipertextual Rosa Mendoza, coordinadora del proyecto Life Blue Natura.

Dicha iniciativa, llevada a cabo por la Junta de Andalucía, el CSIC, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y la Asociación Hombre y Territorio y financiada por CEPSA, surgió en 2015, con el propósito de estudiar el sumidero de CO2 que albergan en Andalucía todas estas especies vegetales, así como promover medidas que conciencien a la población y los organismos competentes de la necesidad de conservarlas.

Es una labor importante, ya que se ha considerado que las especies vegetales pertenecientes a ecosistemas marinos tienen la capacidad de secuestrar entre tres y cinco veces más carbono que las terrestres y, además, lo mantienen retenido durante un periodo de tiempo diez veces mayor. ¿Pero hay suficiente vegetación para mantener a raya el cambio climático?

Esta rata recién extinta es una de las primeras víctimas del cambio climático

El calentamiento global lleva tiempo causando pequeños estragos, cada vez más grandes, que ya hacen ver las consecuencias del cambio climático: especies animales extintas, fusión acelerada del hielo de los casquetes polares, aparición de fenómenos climatológicos extremos… todo ello ha ocurrido a pesar de la presencia de estos bosques submarinos. Por lo tanto, no pueden detenerlo por sí mismos, pero sí frenarlo notablemente. Basta con observar lo que ocurre en las praderas de posidonia, que suponen el 97% de la vegetación submarina en Andalucía. Así, según los cálculos del CSIC, en el primer metro de sedimento estas praderas capturan alrededor de 15.000 toneladas de carbono por hectárea y año. De momento no se dispone de cifras definitivas en torno a los manglares y las marismas, aunque sí se conoce que su contribución a la captación de carbono es incluso más eficiente, con 6’3 y 8 toneladas por hectárea al año respectivamente. Estas últimas, además, son el hábitat costero de carbono azul que mayor extensión ocupa en nuestro planeta, de ahí que se consideren responsables de aproximadamente un 60% del secuestro del dióxido de carbono que se genera en estos entornos.

Praderas de posidonia. Crédito: Yoruno (Wikimedia commons)

La solución que se destruye

El problema es que la falta de conciencia sobre la importancia de estos bosques marinos está llevando a que poco a poco se destruyan, con todas las consecuencias negativas que eso tendrá a nivel climático.

De hecho, se calcula que cada año se pierde entre el 2% y el 7% del carbono azul almacenado, siete veces más que hace tan solo cincuenta años. Las más vulnerables son las praderas de posidonia, cuya extensión podría haberse perdido en un 34% en el próximo medio siglo, ya que se recuperan mucho más lentamente de lo que se pierden. Las consecuencias serán terribles si no se hace nada para evitarlo, ¿pero qué se puede hacer?

Nueve hechos que probablemente desconocías sobre los océanos

Las principales actividades que perjudican a los bosques marinos se dividen en tres grupos: la destrucción mecánica, generada por la construcción de infraestructuras costeras, la contaminación orgánica y la eliminación premeditada, llevada a cabo por considerar que son zonas de bajo rendimiento económico.

Lo peor es que su destrucción no solo es perjudicial por acabar con estas "máquinas" de secuestrar carbono, sino porque al eliminarlas el dióxido de carbono que se encuentra almacenado en el océano se liberaría de nuevo a la atmósfera. Eso, teniendo en cuenta la cantidad de toneladas que se fijan al año, es algo que resulta más que preocupante.

Mucho más que temperatura y clima

Es necesario, por lo tanto, tratar de implementar acciones que disminuyan estas actividades en las zonas en las que se encuentran estos ecosistemas marinos. Pero no solo para frenar el cambio climático; pues, en realidad, el carbono azul tiene otras aplicaciones muy beneficiosas.

Por ejemplo, se ha comprobado que praderas y marismas tienen la capacidad de proteger las costas de la erosión, además de estabilizar los sedimentos y mantener la producción pesquera de muchas especies para las que son su hábitat natural.

Por todo esto es importante asumir que el contenido de nuestros océanos no es una mercancía de la que podamos deshacernos si no genera beneficios económicos. Es parte de la solución a uno de los mayores problemas que afronta la humanidad a día de hoy, y sin embargo lo estamos destruyendo. De ahí que sea muy necesario tomar las medidas convenientes para dejar de hacerlo.

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