En 2021, Ellos sorprendió por su combinación de horror psicológico y un incómodo trasfondo social. La historia de Prime Video en que una familia negra que terminaba por ser asediada en un barrio blanco de finales de la década de 1950, era dolorosa por necesidad. Pero, lo más asombroso de la serie, fue que tomó todo el planteamiento social y cultural alrededor de sus personajes, para crear una trama terrorífica. Poco a poco, lo que comienza por ser un análisis del prejuicio y la discriminación, se transforma en un tipo de tensión paranoica por necesidad mortal. Mucho más, cuando cada elemento de la trama, se conjugó para explorar en las dimensiones más violentas y mezquinas del ser humano.

Pero, a pesar de sus evidentes bondades de guion y apartado visual, Ellos decepcionó. En particular, por su carencia de ritmo e incapacidad, para llevar toda su inquietante premisa a una conclusión satisfactoria. La historia de Livia “Lucky” Emory (Deborah Ayorinde) y Henry Emory (Ashley Thomas), una pareja negra en medio del asedio de un barrio blanco, parecía quedarse a medias. Mucho más, cuando el trasfondo, en apariencia sobrenatural del relato, nunca llegaba a explorarse del todo. O en cualquier caso, quedaba relegado a la categoría de una trampa narrativa sin mayor relevancia. 

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No obstante, Ellos: El miedo, la segunda entrega de la antología, es una brillante pieza de terror corporal y psicológico, mucho más interesante y mejor trabajada que su predecesora. De hecho, con una solidez en el relato y en lo relacionado con su propuesta visual, con toda probabilidad, será una de las series más comentadas del año. Para demostrarlo, te dejamos tres razones por las que deberías ver la producción. De su osadía, en la forma de contar un argumento incómodo y provocador, a los créditos detrás de cámara. Todo un deleite para los amantes del terror.

Un comentario social brillante

Aunque la antología Ellos basa la mayor parte de su efectividad en narrar historias relacionadas con el racismo y la discriminación, lo hace mucho mejor en su segunda entrega. El relato sigue a Dawn (Deborah Ayorinde), una agente de policía negra de Los Ángeles que debe lidiar con el duro clima social y cultural de 1991. Las calles de la ciudad arden de inconformidad y resentimiento luego del asesinato Rodney King. Por lo que el personaje deberá enfrentar la posibilidad de un asesino serial que mata con especial brutalidad y también, un inminente estallido urbano.

Al otro extremo, la serie relata la historia de Edmund Gaines (Luke James), un actor fracasado que intenta obtener el papel de su vida. Pero, todo se volverá más turbio, cuando la frustración, decepción y el miedo en su vida, se conviertan en una monstruosa con entidad propia. Eso, alrededor de las capas de discriminación y violencia con las que ha debido lidiar toda su vida. 

Cuando ambas historias terminen por colisionar, los vínculos entre el horror del prejuicio y un viejo secreto temible, crearán un escenario aterrador. Pero la serie no se limita a explorar en las complicadas repercusiones de actos gravísimos de crueldad y abuso emocional. El guion de Little Marvin, Tony Saltzman, Malcolm M. Mays, Scott Kosar, Sarah Cho, Beverly Okhio y Matt Almquist reinventa su propio concepto. Esto es: se esmera por mezclar el tema social con una narración de terror en estado puro. Lo que le permite avanzar hacia lugares más perversos y retorcidos, que convierten a la temporada en un relato escalofriante a toda regla. 

Un apartado visual impecable

En la primera entrega de la antología, el director de fotografía Checco Varese trabajó en un apartado visual de ángulos simétricos y fríos colores pasteles. Una decisión estética que creaba un escenario claustrofóbico, más incómodo y duro a medida que la trama mostraba sus secretos. En específico, cuando el mal contemporáneo que detallaba, se profundizaba como una colección de horrores privados a puerta cerrada.

En esta ocasión, la serie redobla la apuesta para crear un escenario escalofriante que, además, juega con la idea de lo maligno como espacios reducidos y asfixiantes. Brendan Uegama, incorpora los tonos cálidos y ocres del sofocante verano de Los Ángeles, para mostrar la tensión en las calles. Pero es su trabajo dentro de casas y habitaciones, lo que convierte a la producción en una combinación bien lograda de miedo y ansiedad mal contenida. 

En Ellos: El miedo, lo sobrenatural, se manifiesta a través de horrores que se deslizan en puertas entreabiertas, pasillos diminutos y escaleras retorcidas. Gradualmente, la búsqueda de Dawn por sus orígenes, le llevará a comprender el horror que encarna Edmund. Eso, mientras la cámara dibuja un paisaje de horrores y medita sobre la precariedad y el sufrimiento de la soledad por medio de colores cada vez más apagados. Una decisión que convierte a la entrega en una pequeña obra de arte estética que sorprende por sus alcances. 

Un invitado de honor en ‘Ellos: El miedo’

Como antología que es, Ellos: El miedo disfruta de una libertad creativa que una serie con una única línea de continuidad no puede ofrecer. En esta ocasión, esa naturaleza amplia, permite que un talentoso grupo de directores se encargue de capítulos por separado. De Craig William Macneill, Axelle Carolyn, Guillermo Navarro a Little Marvin. La selección de realizadores, abarca desde experimentados cineastas especializados en cortometrajes a debutantes talentosos en el terreno del formato serializado.

Pero es el final de temporada, el que tiene la mayor sorpresa detrás de los créditos. Se trata de la participación de Ti West, director de varios éxitos de terror, entre los que se cuentan, X y Pearl (ambas de 2022). Se trata de una adición que convierte el capítulo en una fantasía terrorífica, en la que el body horror, el terror psicológico y al final, la desesperanza, se unen en conclusión brillante. Una que, además, rinde tributo sorpresivo a la primera entrega y cierra con elegancia una historia siniestra. 

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