En Una joven prometedora (2020), debut en la dirección y el guion de Emerald Fennell, el sexo era un asunto importante. Más allá, un tema propenso a la violencia. La historia de una joven que se convierte en agresora para vengar la violación de su amiga de la infancia, era incómoda y brutal. Pero, se quedaba a medias al intentar profundizar en la misoginia y la cultura de la violación. Lo mismo ocurre en Saltburn (2023), su más reciente cinta en la que la realizadora, comete un error parecido.
Esta vez, el argumento analiza la obsesión y la envidia, también la violencia, lo erótico y la lujuria. Lo anterior, en medio de una especie de subtexto acerca del clasismo y la connotación del estatus social como escenario peligroso. Pero ya sea porque son demasiados temas o la mayoría están mal desarrollados, que la película da la impresión de dejar muchos de sus puntos más complejos en el tintero. En especial, cuando por problemas de tono y de ritmo, el argumento — otra vez de Fennel — parece dividido en tres partes.
Saltburn
Saltburn de Emerald Fennell tiene la intención de narrar cómo una amistad entre dos jóvenes de distintas clases sociales, termina por ser un vínculo tóxico, perverso y lujurioso. Pero en lugar de eso, termina por caer en lugares comunes acerca de la manipulación, el deseo y la necesidad de poseer. Todo, en medio de un ambiente gótico bien logrado, que, aun así, no logra sostener las notorias fallas de guion y de lógica de la historia.
La primera — y quizás, la mejor — narra como Félix (Jacob Elordi, de Euphoria) y Oliver (Barry Keoghan, de Eternals) son compañeros de estudios en Oxford. Todo es apropiadamente lujoso, decadente e incluso, con un aire a lo Dickens. Ambos, son amigos que de vez en cuando parecen rozar la línea de una amistad apasionada hacia algo más retorcido. Particularmente, porque la directora convierte a Félix en un objeto del deseo para el nuevo milenio. La cámara sigue a Elordi con cuidado, mientras el guion le brinda las mejores líneas y también, largos y detallaos primeros planos.
Un ídolo que brilla bajo la cámara
Por supuesto, este personaje salvaje, lujurioso y despreocupado (también, amoral), está destinado a llevar el peso de la premisa. Es una tentación y como todas, se convierte en un símbolo de lo inalcanzable y lo irresistible. Solo que la historia es tan pobre, como para depender del entusiasmo por la belleza masculina del actor y la forma en que el argumento pone eso en primer plano.
La intención es, sin duda, mostrar lo que el estudioso y callado Oliver debe soportar y cómo de cerca está de sucumbir a la invitación erótica involuntaria que encarna su amigo. Pero ya sea porque la película insiste demasiado en el punto o que el guion tiene pocos recursos para ser más sutil, Saltburn se hace repetitiva. Mucho más, subraya sus ideas con tanta insistencia como para que su segunda y tercera parte, carezcan de interés.
En particular, el hecho que Oliver es pobre y que está atado a la rígida educación con la que se creció. Lo que hace que su deseo por Félix y lo que implica, sea más duro de sobrellevar que solo ser un impulso erótico, quizás no correspondido. No obstante, la realizadora pierde el tiempo en volver sobre el punto que la riqueza y un origen humilde, puede hacer la diferencia en la forma de amar. Un tópico polémico que olvida y añade a voluntad pero sin orden ni coherencia.
Una casa que guarda secretos
Luego de una tragedia doméstica, Oliver termina en un limbo emocional y psicológico. Por lo que la invitación de Félix a su casa familiar — la titular Saltburn — no es solamente bien recibida, sino la oportunidad de conocer el mundo decadente que lo rodea.
Es entonces, cuando la cinta se transforma en un cuento gótico, que imita a las claras a El talento de Mr. Ripley (1999) de Anthony Minghella. La amistad entre los protagonistas se vuelve ponzoñosa, extraña y desagradable. Pero lo que podría ser un relato acerca de la transgresión y la manipulación, se convierte en un escenario casi de celos adolescentes. Eso, mientras la realizadora explora con cámara fija los monumentales exteriores de la mansión de Northamptonshire (Inglaterra) en que se rodó la película. La fotografía de Linus Sandgren convierte los largos paseos, conversaciones y escenas nocturnas en una fantasía visual de colores vívidos y sombras delicadas.
No obstante, el argumento se vuelve superficial y mal encaminado. A pesar de que los jardines interminables y las habitaciones lujosas, le dan un aire macabro y atractivo. De hecho, toda la tensión erótica que la trama logró acumular, se disuelve en la sensación que Oliver es un peligro real que nadie descubrió a tiempo. Cada vez más irritante y casi ridícula, Saltburn intenta conectar la sensación de amenaza con la de la necesidad sexual.
La directora es incapaz de encontrar un punto medio entre ambas cosas. Por lo que la cinta se decanta, entonces, por un desenlace más que obvio que deja atrás sus audaces insinuaciones para ser únicamente melodramático y atropellado. Lo que convierte a su tercer tramo, en el apéndice de un relato por completo distinto, desordenado y sin el menor atractivo.
No era para tanto el escándalo
Saltburn llegó a los cines precedida de una cierta polémica debido a su trasfondo erótico y con Jacob Elordi convertido en la nueva obsesión de internet. Pero aunque el actor cumple y deja a su paso, lo que parece ser la actuación que marcará un antes y un después en su carrera, la cinta no es para tanto.
En sus últimos minutos, la trama se vuelve aburrida, pesada y sin ningún interés. Lo que convierte al argumento en un juego de trampas que no sale demasiado bien. El personaje de Félix pierde su potencial — un problema que proviene más del guion que del actor que lo encarna — pero lo peor se lo lleva Oliver. Convertido en una criatura perversa, no es ni la mitad de lo interesante que la película intenta mostrarlo. Para su cierre, la trama deja la sensación que pudo ser muchas cosas, pero que ninguna es, en realidad, muy interesante de contar. Su mayor problema.