Hoy en día los experimentos científicos deben cumplir muchos requisitos de seguridad para que puedan llevarse a cabo. Pero en el pasado todo valía. Incluso comer caca de personas enfermas para demostrar que una enfermedad no era infecciosa. Eso justamente fue lo que hizo a principios del siglo XX un médico de lo más visionario, llamado Joseph Goldberger.

Acudió al sur de Estados Unidos para estudiar la pelagra, una enfermedad conocida también como el mal de los aparceros. Hacía apenas unos años que Louis Pasteur había postulado la teoría germinal de enfermedades. Con ella, se demostraba que las enfermedades que aparentemente pasaban de unas personas a otras lo hacían a causa de un germen, o microbio, que se contagiaba entre ellas. La tarea de Goldberger era encontrar ese germen. Sin embargo, cuando vio los primeros casos, la teoría de que fuese una enfermedad infecciosa dejó de cuadrarle.

Es cierto que aparentemente se contagiaba. Los aparceros de una misma finca caían como moscas y, de las personas que vivían en una misma casa, se solían contagiar hasta el 80%. Sin embargo, para él tenía más bien relación con la comida. Hizo algunos experimentos en cárceles de la zona, pero no logró convencer a sus colegas de profesión. Por eso, optó por experimentar sobre sí mismo haciendo algo muy desagradable: comer caca. Bueno, eso y muchas cosas más,

El misterioso caso de la pelagra

La pelagra comenzaba como una especie de quemadura en la mano. Después esta se convertía en una erupción, que aparecía también sobre la cara de los enfermos, poco antes de que se dieran otros síntomas como depresión, cansancio, diarrea o demencia. Además, en aproximadamente un 40% de los casos terminaba con la muerte de los pacientes. 

comeere caca
Joseph Goldberger

Hoy en día se sabe que esta enfermedad se debe a un déficit dietético de la vitamina B3, también llamada niacina. Sin embargo, a principios del siglo XX su origen parecía ser algún germen misterioso.

Joseph Goldberger se trasladó desde Nueva York para rastrear la enfermedad, que también estaba asolando orfanatos, prisiones y asilos. Su primer experimento fue bastante poco ético. Los principios de la bioética aún estaban sin postular.

Consistió en reclutar a doce presos sanos, a los que les dio de comer únicamente lardo, un plato típico sureño consistente en la capa de grasa bajo la piel de la espalda del cerdo crujiente, con sémola de maíz y melaza. No se acompañó de ningún tipo de vegetal, carne fresca ni huevos. Los presos lo tomaron con gusto, pero seis meses después todos cayeron enfermos.

Con esto, el médico neoyorkino pretendía demostrar que el problema estaba en la alimentación, no en un germen. Sin embargo, sus compañeros seguían insistiendo en que esos presos se podrían haber contagiado entre ellos. No le quedó más remedio que tomar medidas drásticas. Tanto como comer caca.

Comer caca para desenmascarar la enfermedad

En este punto, Goldberger decidió que había llegado el momento de dejar de investigar con otras personas y convertirse a sí mismo en sujeto de estudio. Por eso, se acercó a un hospital con enfermos de pelagra y tomó moco de la nariz de uno de ellos. Después, se lo inoculó en sus propias fosas nasales.

Más allá de lo asqueroso de la intervención, el médico no enfermó. Estaba claro que no se contagiaba por las vías respiratorias. ¿Pero y si lo hacía por el sistema digestivo? De nuevo, se desplazó al hospital, recogió muestras de orina, piel y heces de los enfermos y, tras mezclarlas con un poco de harina para compactarlas y hacer una píldora, se la comió. A todo el mundo le pareció una locura que osara a comer caca de los enfermos de pelagra. Aunque también parecía una genialidad, pues no enfermó, lo cual dejaba mucho más claro que no era una enfermedad contagiosa.

Solo quedaba ver si podía transmitirse a través de la sangre. Y aquí fue la esposa de Goldberger quien, harta de escuchar las críticas hacia su marido, se ofreció como voluntaria. Se le inyectó la sangre de una mujer muy enferma de pelagra y tampoco pasó nada. ¿Consiguió así por fin el apoyo del resto de médicos? Lo cierto es que no.

La clave estuvo en la levadura

levadura
Joanna Kosinska

Goldberger volvió a casa triste por el desenlace de los acontecimientos, pero no se rindió. Siguió investigando con perros, a los que intentaba provocar pelagra del mismo modo que a los presos. Pero no parecía gustarles el lardo, por lo que acompañaba el plato de un poquito de levadura. Esta se usaba habitualmente para abrir el apetito. Sin embargo, también comprobó que los perros que la tomaban porque no eran capaces de ingerir el plato sureño de otra manera nunca enfermaban. 

Por eso, cuando supo de un nuevo brote de pelagra en el sur, viajó hasta allí y comenzó a administrar levadura a los enfermos. Estos se recuperaban rápidamente, de modo que se procedió a ver qué componente de la misma estaba siendo la responsable de la cura. Tenía varios componentes que eran muy pobres en la dieta sureña, entre ellos la niacina. Por eso, por fin se aceptó la teoría del Goldberger de que, en realidad, la pelagra no era una enfermedad infecciosa, sino una afección debida a un déficit nutricional.

Todo tuvo un final feliz. A pesar de que él, su esposa y algunos otros voluntarios que también se atrevieron a comer caca podrían haber acabado muy mal. No olvidemos que introdujeron en su organismo fluidos corporales humanos sin ningún tipo de esterilización. Hoy en día todo sería una locura. En su día también lo fue, todo sea dicho, pero al menos sirvió para salvar miles de vidas.

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