Desde su fallecimiento el pasado jueves, 8 de septiembre, la reina Isabel II ha estado de peregrinación por toda Inglaterra. La comitiva durará diez días, tras los cuales se celebrará su funeral y, por fin, sus restos podrán descansar. Pero no lo harán enterrados bajo tierra, sino en un mausoleo. Y este es, en parte, uno de los motivos por los que el ataúd en el que ha viajado durante estos días está revestido con plomo. 

De hecho, ella no es la primera integrante de la realeza británica cuyos restos descansarán rodeados de este metal. Antes que ella lo hicieron su marido, el príncipe Felipe, hace apenas un año, y Diana de Gales, 25 años atrás. Pero también otros muchos monarcas y príncipes ingleses en los últimos siglos. 

Cabe preguntarse el motivo. El plomo no es precisamente vistoso. De hecho, el ataúd de Isabel II es de roble y es solo el revestimiento el que está fabricado con este metal. Además, es tan pesado que no podría llevarse a hombros como es habitual en algunos funerales. La razón de causa mayor por la que se elige este material tan poco ventajoso es que ralentiza la descomposición de los cadáveres. El de la reina de Inglaterra lleva cinco días paseándose por su país, y aún le quedan otros cinco más. Además, descansará en un mausoleo, por lo que no habrá tierra que lo cubra. Si no se empleara este truco extra, su funeral podría llegar a convertirse en algo muy desagradable. Al fin y al cabo, la muerte no entiende de reyes ni plebeyos. Y los microorganismos que descomponen los cuerpos tampoco.

Historia del ataúd de plomo

Con motivo del funeral de Isabel II, en IFLScience recuerdan la muerte de otro monarca inglés ocurrida muchísimo antes. Se trata de Guillermo el Conquistador, el primer rey de Inglaterra normando. 

Falleció en 1087, a los 59 años de edad, a causa de una lesión durante la batalla que le perforó los intestinos. Gozaba de tan pocas simpatías que nadie se quiso hacer cargo de su cadáver, ni siquiera su hijo, por lo que este descansó sobre una losa de piedra durante días, esperando a que alguien se apiadara de él. Todavía seguía vivo cuando su lesión intestinal lo rodeó de un terrible olor a podredumbre, por lo que tras su muerte este era aún más desagradable.

Finalmente, un caballero se comprometió a hacerse cargo de él. Cabalgó con él 112 kilómetros, hasta la ciudad normanda de Caen, donde sería enterrado. No usó ningún método de preservación, por lo que la situación era cada vez peor. Tanto, que cuando llegó el momento de introducirlo en la tumba, se había hinchado de tal manera que no cabía. El caballero no se rindió y presionó para intentar hacerle entrar, con la mala suerte de que reventó, provocando una escena de lo más desagradable.

Eran otros tiempos, pero las técnicas de preservación de cadáveres, como el uso de formaldehído, tardaron mucho más en llegar. Es cierto que en el antiguo Egipto tenían sus propios métodos muchísimo tiempo antes, pero en Europa no se llegó a preservar correctamente los cadáveres hasta el siglo XIX.

Por eso, experiencias como las del rey Guillermo llevaron a la familia real inglesa a buscar trucos para evitar que sus vidas de lujo y ostentación culminaran con el mismo olor a descomposición que la de cualquier campesino. Esto llevó a revestir sus ataúdes con plomo, ya que es mucho más hermético, evita que penetre la humedad y, por lo tanto, las bacterias tienen más difícil iniciar el proceso de descomposición.  

La tradición sigue con Isabel II

En realidad, el uso de un revestimiento de plomo para los ataúdes no es algo exclusivo de la realeza, aunque sí de personas con suficiente poder adquisitivo para pagarlo. A lo largo de la historia ha habido más casos de enterramientos de este tipo que nada tuvieron que ver con la familia de la reina de Inglaterra. Por ejemplo, el compositor alemán George Frederic Handel fue enterrado así.

El ataúd de Isabel II se fabricó expresamente para ella, aunque no se sabe exactamente cuándo fue ni quién lo hizo. Esta información fue relatada recientemente a The Times por miembros de Leverton & Sons la compañía de enterradores con la que trabaja la familia real inglesa.

Al parecer, en 1991 se les hizo llegar el ataúd de Isabel II forrado con plomo y listo para su uso, pero no se les dio más información. Dos miembros de la familia, primero su nuera y después su marido, se enterraron con revestimiento de este metal antes que ella. Sin embargo, parece ser que la reina quería dejarlo todo atado y bien atado. Así fue. Ahora, su cuerpo procesiona por el país que reinó rodeado del plomo que hace 30 años había dejado listo para la ocasión.

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