El último capítulo de temporada de Invasión secreta, de Disney+, comienza con una conversación. Varra (Charlayne Woodard) y Nick Fury (Samuel L. Jackson) se despiden entre susurros, aunque no queda claro si la convicción de este último tiene fundamento. Un claro guiño a la sensación de urgencia y desastre que cerró el episodio anterior. El que fuera el espía más peligroso del mundo está a punto de enfrentarse a lo desconocido. A un enemigo mayor, más violento y extraño de todos los que ha tenido hasta la fecha. ¿Qué espera a Fury más allá de las sombras?

La serie muestra sin tapujos que para enfrentar a la raza Skrull y la amenaza que representa, el agente deberá matar o morir. Lo que se hace más duro de aceptar una vez que el personaje se ha despojado de todo heroísmo. Invasión secreta presenta a un hombre que avanza hacía hacia lugares insospechados de su liderazgo de una forma distinta a cómo el Universo Cinematográfico de Marvel lo ha mostrado hasta ahora.

¿Es entonces la única vez que el líder estará frente a una misión real? Es evidente que para el espía solo existe un dilema. Con la Cosecha en su bolsillo y la decisión de poner punto final a un enfrentamiento cada vez más brutal, debe escoger un mal menor. Por lo que la tenebrosa figura de Fury se asemeja mucho más a su versión en cómic. Un hombre entre grises, que no desdeña ni teme entrar en las tinieblas de su conciencia.

En el horror de no saber en quién confiar

James Rhodes (Don Cheadle), suplantado por Raava, intenta cumplir las órdenes de Gravik (Kingsley Ben-Adir). Transmitir que la infiltración Skrull en las alturas del poder es más peligrosa y directa que nunca. El personaje involucra a los rusos en el atentado contra el presidente de Norteamérica. La tensión ambiental busca profundizar en la sensación de que una contraofensiva es inminente. Cuestión de horas. Pero el guion, de Kyle Bradstreet y Brian Tucker, no tiene la suficiente solidez para lograr la urgencia de amenaza que propone la serie.

De nuevo, Invasion secreta falla al construir un escenario verosímil alrededor de un ataque sigiloso. En particular, cuando el argumento envuelve a sus personajes en actuaciones y decisiones precipitadas. ¿Era necesario que Rhodes mostrara sus propósitos de manera tan directa si, en realidad, su utilidad siempre fue mantenerse en secreto?

La historia recorre, en su último capítulo, los peores errores de coherencia que sufrió la mayor parte de la temporada. A pesar de que la orden de Gravik era insinuar la potencia de la amenaza Skrull, ¿era imprescindible que se mostrara de forma tan inequívoca?

La cuestión no se profundiza. La acción regresa de inmediato a Fury, que continúa intentando penetrar el territorio Skrull en la Tierra. Aunque eso signifique su muerte. No obstante, lo que descubre es devastación. Una ola de asesinatos que apunta directamente a una decisión súbita y brutal de Gravik. Lo que lleva al agente al inevitable encuentro con su antagonista. Fury ofrecerá su vida en un pacto débil y complejo contra un enemigo superior. Mientras tanto, la paz del mundo pende de un hilo y de las decisiones políticas sobre el resguardo del presidente estadounidense.

El plan de Invasión secreta

Gravik y Fury tienen una larga historia a cuestas. Que incluye un pacto traicionado y una venganza contra toda la raza humana. Para el refugiado, y ahora líder extremista, el agente que le prometió un hogar a su pueblo es el origen del resentimiento destructivo que le anima. Algo que Invasión secreta pone de relieve en una de las mejores escenas de la serie. Gravik explota de rabia y explica con detalle su estrategia de destrucción. Finalmente, Fury reconoce que nunca tuvo la intención —o la posibilidad— de cumplir su palabra.

De modo que, el héroe se convierte en una sombra frágil de lo que fue, de lo que siempre representó en Marvel. Revelando que lo último que sintió antes de ser reducido a polvo por el chasquido de Thanos fue alivio. Un cese, necesario y postergado, a la urgencia de la lucha. El arco de Nick Fury se completa hasta llevarlo a los terrenos movedizos y poco claros del antihéroe vencido.

Invasión secreta, protagonizada por Samuel L. Jackson

Al menos, es la primera impresión de la trama, que pronto cambia de ritmo y profundidad. Gravik sopesa su oferta de huir con el ADN de todos los héroes de la Tierra. El villano alienígena comprueba que Fury no miente y la disyuntiva se hace inminente. ¿Por qué no traicionar al que traicionó? Invasión secreta, que siempre fue tibia e imprecisa en su capacidad para sorprender, encuentra en sus últimas escenas sus momentos más elaborados y significativos de cara al futuro.

G’iah (Emilia Clarke) se convierte en la clave de una componenda que tarda en llegar, pero que sostiene el mejor tramo del relato. Por su parte, Sonya (Olivia Coleman) es el punto central de la contraofensiva humana. Súbitamente, el plan de Fury queda claro y el ataque contra los Skrull se vuelve impecable. La gran revelación llega y el poder estadounidense descubre a qué se enfrenta.

Liberados del miedo

Para sus secuencias finales, Invasión Secreta responde algunas preguntas. Rhodes fue secuestrado desde el incidente que le dejó paralizado, lo que abre interrogantes de la influencia de cada una de sus decisiones en la saga. Everett Ross (Martin Freeman) lo estuvo por menos tiempo, lo que parece confirmar la teoría de su abducción durante el rescate de Wakanda.

Pero el elemento más importante de la serie es la guerra que el gobierno de EE. UU. desata, casi de forma accidental, contra los Skrull. Lo que, a la vez, provoca una sacudida en los pilares de poder del mundo occidental. Mientras Fury toma busca una forma de detener el horror —enlazando el argumento con The Marvels—, la historia concluye casi de manera tópica. Una narración de amor que cierra una larga alianza. Un mensaje predecible y blando en una producción que intentaba ser exactamente lo contrario.

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