Salvo que vivas debajo de una roca, sabrás quién es Andrew Tate. Incluso si previamente no lo conocías, es más que probable que te hayas enterado del épico zasca con el que la activista medioambiental Greta Thunberg puso fin al escarnio iniciado por el autodenominado “millonario hecho a sí mismo” en Twitter.
Desde luego, su posterior detención no ha pasado desapercibida para nadie. El pasado mes de diciembre, el conocido influencer de extrema derecha fue arrestado junto a su hermano en Rumanía. Ambos están acusados de violación, tráfico humano y organización criminal.
Andrew Tate, que ha declarado ser inocente de los cargos que se le imputan, es conocido, sin embargo, por rentabilizar su misoginia en redes y alardear públicamente de abusar de mujeres. Acompáñanos en esta triste historia sobre el regreso a los infiernos del último juguete roto de internet.
Los primeros años de Andrew Tate: de la miseria a la televisión
De padre estadounidense y madre británica, Emory Andrew Tate afirma haber nacido en Chicago, Illinois. Lugar en el que vivió hasta el divorcio de sus padres, cuando tanto él como su hermano se mudaron a Luton, en Inglaterra. Allí conocieron la pobreza. Según han contado en varias entrevistas los propios hermanos, recuerdan recoger sobras en el KFC para tener algo que comer. Sin embargo, su suerte fue cambiando con el tiempo.
Tras entrar en el mundo del kickboxing, Andrew Tate llegó a ser cuatro veces campeón mundial en este deporte. Hazaña que lo conduciría de lleno a la televisión a través de su aparición en el conocido programa Gran Hermano, en Reino Unido. Pero su carrera en la pantalla grande duró poco. A los siete días fue expulsado de la casa después de que el tabloide The Sun publicase un vídeo en el que aparecía golpeando repetidamente a una mujer con un cinturón.
Se trataba de un vídeo pornográfico “consentido” que, según declaró, “habían editado para cortar todas las bromas y risas” —pues quién no se divierte mientras le pegan con un cinturón—. Tras su breve escarceo televisivo, y con la fama alcanzada a raíz del incidente, Andrew Tate encontró refugio en internet.
Fama, criptomonedas y misoginia online
No contento con acumular millones de seguidores en sus principales redes sociales, Andrew Tate creó la “Hustler’s University”. Una comunidad de cryptobros con profesores certificados por el propio Tate que, según reza su web, “te enseñarán cómo ganar dinero de verdad” por un módico precio de 50 dólares mensuales. Toda una ganga.
Junto a esta “estafa por suscripción”, llenaba sus perfiles con declaraciones misóginas, homófobas y racistas que lo convirtieron en un gurú de lo “políticamente incorrecto”. Hasta que en 2017, tras afirmar que la depresión no existe y declarar, en el marco del #MeToo, que las víctimas de violación tienen parte de culpa, sus perfiles en redes fueron suspendidos.
Pero el daño ya estaba hecho. Miles de seguidores, en su mayoría adolescentes, con edades tan tempranas como los 13 años, continúan republicando contenido de Andrew Tate y han incorporado su discurso de odio a la vida cotidiana. Con todo el peligro que eso supone para las niñas y adolescentes que comparten con ellos su día a día.
Los primeros problemas de Andrew Tate con la justicia
En una entrevista concedida a Fox Nation, Andrew Tate declaraba sentirse “silenciado” por los poderosos. Sin embargo, por esas mismas fechas, su nombre acumuló más búsquedas en Google que los de Donald Trump o Kim Kardashian. Entre simpatizantes y detractores, está claro que presumir descaradamente del machismo más rancio le ha salido muy rentable.
Pero, por desgracia, como era de esperar, su misoginia no termina en las redes. Según una investigación de VICE, en el año 2015, Andrew Tate fue acusado de violación en el Reino Unido. Sucedió durante su aparición televisiva en Gran Hermano, con la gravedad que la la producción del programa lo sabía. Sin embargo, prefirieron esperar a la filtración del vídeo para expulsarlo; restándole absoluta importaba a la seguridad de las mujeres que participaban en el reality, y aquellas que sufrieron abusos por parte de Tate.
En ese momento, fue arrestado por sospecha de agresión sexual y abuso físico. La policía tardó cuatro años en pasar el caso a la Fiscalía, que finalmente, por razones desconocidas, decidió no presentar cargos. Según fuentes independientes, en el Reino Unido solo se persigue uno de cada 100 casos de violación.
Ahora, VICE ha tenido acceso a los testimonios de las víctimas de Andrew Tate. Estas mujeres han declarado que era habitual que las agrediese de diferentes formas durante estallidos repentinos de violencia. Las asfixiaba, las azotaba con un cinturón o les daba puñetazos.
Una de ellas cuenta que un día se despertó con pecas rojas alrededor de los ojos. “Me estranguló con tanta fuerza que mis vasos sanguíneos literalmente reventaron”, afirma. Otra, que presenció cómo Tate violaba a su amiga. Ambas denuncian que, de haberse perseguido los delitos en 2015, podría haberse evitado que continuase con sus abusos.
El modus operandi del negocio de la misoginia
Estos ataques sucedieron mientras estas mujeres trabajaban para Andrew Tate en su empresa de pornografía por medio de webcams en directo. La mayoría de las chicas estaban en una relación sentimental con él cuando entraron en el negocio. Ninguna de ellas se había dedicado antes a la industria del sexo.
Sus métodos de captación no son un secreto. De hecho, Andrew Tate se ha jactado de ellos en más de una ocasión. Mucho alcohol, chicas jóvenes y la táctica del lover boy clásica de las mafias. Esos son las claves de una industria basada en la explotación de los cuerpos de las mujeres. Una en la que un misógino como Tate se siente como pez en el agua.
En una sección eliminada de su propia web, Tate afirmaba que su trabajo consistía en “conocer a una chica, tener algunas citas, acostarme con ella y probar si es de calidad. Hacer que se enamore de mí hasta el punto de hacer cualquier cosa que le diga y luego colocarla en la cámara web para que podamos hacernos ricos juntos”.
Una sumisión lograda a base de abusos psicológicos, físicos y sexuales que, mientras, sin lugar a dudas, engrosaba los bolsillos de Andrew Tate, dejaba a las mujeres víctimas de su maltrato con graves secuelas para toda la vida.
Rumanía, el principio del fin de Andrew Tate
No obstante, este magnate de la explotación sexual, que declaró ganar 600.000 dólares mensuales con 75 chicas trabajando para él, decidió mudarse a Rumanía cuando empezó a sentir la presión. Después de la emergencia del movimiento #MeToo, se le hizo más complicado mantener sus abusos y su discurso de odio en una sociedad que empezaba a pedirle responsabilidad por sus actos.
“No soy un violador —¿seguro?—, pero me gusta la idea de poder hacer lo que quiero. Me gusta ser libre”, declaró en uno de los vídeos en que explicaba los motivos de su traslado definitivo a Rumanía. El resto es historia.
En noviembre de 2022, tras la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk, la cuenta de Andrew Tate en la red social fue restaurada. Dando lugar a su humillante encontronazo con la activista climática Greta Thunberg y a su posterior arresto por parte de las autoridades.
¿Una historia que acaba entre rejas?
A finales de diciembre de 2022, la policía rumana afirmó haber identificado a seis mujeres que fueron explotadas sexualmente y obligadas a grabar contenido pornográfico mediante violencia física y coerción sicológica por parte de los hermanos Tate. Actualmente, ambos permanecen bajo custodia policial, acusados de organizar un grupo criminal que se extendía desde Rumania hasta Reino Unido y Estados Unidos con el fin de traficar con personas con fines sexuales.
También se está investigando la dudosa procedencia de una gran parte del dinero de Andrew Tate. Según la Agencia de Gestión y Recuperación de Activos (ANABI) rumana, se le han incautado bienes por valor de 4 millones de dólares.
Solo el tiempo, y las autoridades pertinentes, podrá determinar si la historia de Andrew Tate termina entre rejas —aunque tiene toda la pinta—. No obstante, su contenido en redes habla alto y claro. Un hombre que cree que las mujeres le pertenecen o que anima públicamente a agredirlas, llamándolas “zorra”, es un peligro para la integridad de las mujeres y una amenaza para cualquier sociedad que se pretenda justa e igualitaria.