Pensándolo con detenimiento, tal vez nos deberíamos plantear si una película sobre el famoso erizo azul antropomórfico de Sega, creado por Naoto Oshima y Yuji Naka en 1991 para competir con el fontanero italiano de Nintendo, puede reverlarse como una obra que supere el entretenimiento más simple. No se intuye demasiado probable; ni lo fue la primera adaptación a la gran pantalla (2020) y tampoco ahora su secuela, Sonic 2, dirigida por el mismo Jeff Fowler (2022).
En verdad, solo deberíamos desear productos interesantes si trasladan al cine videojuegos con una historia realmente dramática; como es el caso de The Last of Us, la serie de Craig Mazin y Neil Druckmann (desde 2023) en HBO Max a partir de la aventura para gamers de Naughty Dog. Y, tal como está el patio fílmico, démonos con un canto en los dientes si se logra una propuesta digna a lo Uncharted, la última aportación de Ruben Fleischer (2022) a esta clase de largos.
De hecho, si a la otra película solo la podíamos tolerar por el doctor Ivo Robotnik de Jim Carrey, lo cierto es que Sonic 2 procura sacarle partido nuevamente a la participación del actor y su histrionismo irreprimible desde el comienzo. Pero a la secuencia inicial, curiosilla cuando menos por sus ingredientes, le siguen unas cuantas bobadas e inverosimilitudes durante puestas en escena de acción que se pretende gloriosa y ni se aproximan a ello o de travesuras cotidianas.
‘Sonic 2’: una aventura más colosal pero igual de mediocre
Parece, no obstante, que Jeff Fowler y sus guionistas, los repetidores Patrick Casey y Worm Miller y el recién llegado John Whittington, se han decidido por brindarnos unas secuencias más aparatosas que las del largo original, con unos escenarios más exóticos y profusos en sus elementos y un nivel de destrucción superior. Pero sin los alardes de cámara lenta que conocíamos por The X-Files (desde 1993), X-Men: Días del futuro pasado o Liga de la Justicia.
Su deseo de ir hacia algo más grande y espectacular en Sonic 2 arregla uno de los inconvenientes que sufre la historia de 2020: su falta de ambición narrativa. Pero cuidado, porque no del todo. Que se opte por diversificar dónde tienen lugar las correrías del erizo con la voz de Ben Schwartz y de ofrecer unas circunstancias colosales no quita, nos tememos, que el fondo del relato, el nivel del humor que gastan y hasta su profundidad emocional sean más bien tirando a corrientuchos.
Puede que algún chiste muy concreto nos arranque una sonora carcajada con su referencialidad, pero no se repite. En lo que se refiere a su mayor lastre, el de la esencia de los productos de consumir como quien engulle un menú de comida rápida y olvidar la mayoría de sus imágenes y piruetas al poco tiempo, no ha cambiado ni lo más mínimo. Jeff Fowler y compañía han querido redimensionar la función cinematográfica, pero su corazón mediocre continúa latiendo sin reparos.
La desmesura que deja atrás las tonterías
Hay que confesar, sin embargo, que el temor con la boca torcida de que las tonterúas sean la tónica en Sonic 2 y se nos caiga de bruces, cuando la otra al menos se mantiene a duras penas, es totalmente real al principio. Pero Patrick Casey y Worm Miller, sin nada reseñable en su currículo antes del velocista de Sega, y John Whittington, al que le hallamos los guiones de La LEGO Ninjago película y de Batman: La LEGO película (2020) en su haber, se han sobrepuesto.
Así, conforme las peripecias del extraterrestre protagonista con los nuevos y agradecidos personajes van avanzando y se adentran en el territorio de la desmesura física, la dignidad consigue asentarse y terminamos olvidando la sensación de derrumbe inminente. Lo que no es poco por el exceso manifiesto en la conducta de la Rachel de Natasha Rothwell, a la que se lo perdonamos como a Jim Carrey y su doctor Ivo Robotnik. Y, entre lo cafre y los surrealista, Sonic 2 se mantiene en pie.