Una de las sagas de videojuegos más queridas de la historia es, sin discusión alguna, Sonic the Hedgehog (Naoto Oshima y Yuji Naka, desde 1991). Sega Games creó al veloz erizo azul para competir con el célebre Mario (Shigeru Miyamoto, 1981) de Nintendo, los dos un triunfo de aquella época bidimensional con entretenidísimas aventuras de plataformas. Y, como la avidez de Hollywood en sus producciones no tiene reparos en aprovechar la nostalgia de los espectadores desprevenidos, ahora nos llega su primera adaptación a la pantalla grande tras siete series animadas y un largo sin trascendencia.

Porque está claro que ni Las aventuras de Sonic, el erizo (Kent Butterworth, 1993-1996), ni Sonic, el erizo (Emory Myrick, Dick Sebast y John Grusd, 1993-1994), ni Sonic the Hedgehog(Kazunori Ikegami, 1996), ni Sonic Underground (Tom Smith, Marc Boreal, Francois Hemmen y Daniel Sarriet, 1999-2000), ni Sonic X (Hajime Kamegaki, 2003-2005), ni Sonic Boom (Evan Baily, Donna Friedman Mier y Sandrine Nguyen, 2014-2017), ni Sonic Mania Adventures ni Team Sonic Racing: Overdrive (Tyson Hesse, 2018, 2019) han logrado el alcance que puede lograr Sonic (Jeff Fowler, 2020).

crítica de sonic, la película
Paramount

Pero lo sorprendente es la constatación de que el erizo de Sega se ha prodigado más en el cine hasta el día de hoy, con largometrajes o series, que el fontanero italiano de Nintendo. Si bien el segundo ya contaba con una adaptación de acción real, la denostadísima Super Mario Bros. (Annabel Jankel y Rocky Morton, 1993). Pues de eso se trata el nuevo filme del director estadounidense, un encargo gracias al que se estrena en el largometraje: las correrías del héroe antropomórfico de videojuego en las que lo vemos alternar a sus velocidades extraordinarias de costumbre con actores de carne y hueso.

Si uno se molesta en visionar los cortometrajes que había realizado Fowler, no le puede parecer más obvio que era el tipo perfecto para dirigir la adaptación reciente; o trasladar a imágenes el guion de Patrick Casey y Josh Miller para esta película, al menos: en Gopher Broke (2004), que obtuvo una nominación al Oscar, encontramos el humor cafre y una gloriosa cámara lenta —a veces con múltiples objetos alrededor del personaje enfocado— que descubrimos en el filme sobre el erizo; y en Atlas Reactor: The Case (2016), la misma clase de humor pero con un toquecillo surrealista y acción ultratecnológica, como en Sonic.

El inconveniente de la cámara lenta a la que nos referimos es, en cualquier caso, que por sus elementos, por el meollo que motiva las escenas concretas, no resulta gloriosa en absoluto porque ya la hemos contemplado antes en otras ficciones: en los episodios Rush (7x05) y Orison (7x07) de The X-Files (Chris Carter, desde 1993) y en películas como X-Men: Días del futuro pasado (Bryan Singer, 2014) o Liga de la Justicia (Zack Snyder y Joss Whedon, 2017); de manera que no deleita ni seduce a esas alturas. Pero, por decirlo con claridad, tampoco el conjunto favorece que nos alucine ningún otro aspecto evaluable.

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No es que uno esperara prodigios con el sencillo material del videojuego, claro, pero se diría que Casey y Miller han escrito el guion con un molde por lo corriente, lo vulgar, lo poco ambicioso que les ha quedado. Esta circunstancia lastra los intentos de Fowler para lucirse con la puesta en escena, aunque no da la sensación de que el cineasta se haya devanado los sesos con la misma de todas formas. Por otro lado, Sonic no arranca carcajadas a pesar de que se lo propone decididamente, sin descanso más que para apuntes emocionales ñoños, y los goznes de la trama sufren por inconsistencias en la conducta de los personajes.

Los guionistas no habían ofrecido previamente nada defendible sino libretos tan deplorables como los del díptico de Escuela de novatos o el de Transylmania (David y Scott Hillenbrand, 2003, 2006, 2009); así que demasiado bien han escapado con el erizo de Sega. Y eso que los actores se limitan a justificar sus honorarios, desde James Marsden (Westworld) y Tika Sumpter (I Feel Good: La historia de James Brown) como Tom y Maddie Wachowski hasta Lee Majdoub (La montaña entre nosotros), Adam Pally (Finales felices) y Natasha Rothwell (Insecure) en la piel del agente Stone, Billy Robb y Rachel.

Y nadie podría encarnar mejor al doctor Ivo Robotnik que Jim Carrey (¡Olvídate de mí!): las necesidades de este prototipo de científico loco y perverso encajan sin apreturas con su histrionismo habitual, le vienen como anillo al dedo, pues nos complace informar de que ha logrado controlarse como bufón mayor del reino de Hollywood para no antojársenos sobreactuado, excesivo ni cargante. Así que la labor del cómico canadiense se puede reivindicar como lo más digno de Sonic, por encima de su charlatana e hiperactiva criatura azul, y ayuda a que la película de Jeff Fowler se muestre tolerable en última instancia.