La texana Carlson Young, directora de The Blazing World (2021), que ha recibido una mención especial en el palmarés del Festival de Sitges como mejor ópera prima, se metió en esto del séptimo arte como actriz.
Sus papeles, televisivos y pequeños sobre todo, van desde una animadora en Heroes (Tim Kring, 2006-2010) o Tammy en True Blood (Alan Ball, 2008-2014), pasando por una inspectora en CSI: Las Vegas (Anthony E. Zuiker, 2000-2015) o la Mia Wilcox de CSI: Cyber (Ann Donahue, Carol Mendelsohn y Zuiker, 2015-2016), hasta Brooke Maddox en Scream (Jill E. Blotevogel, Jay Beattie y Dan Dworkin, 2015-2019) o la Brooklyn Clark de Emily en París (Darren Star, desde 2020).
Desconocemos cuándo empezó a albergar inquietudes narrativas, pero su primer corto fue precisamente The Blazing World (2018), que ahora ha convertido en un largometraje y que protagoniza igual que aquel como Margaret Winter. Pero, si el libreto de la versión breve lo firmaba solo ella, para el de la nueva película ha colaborado con el escritor Pierce Brown, responsable de los cinco volúmenes que componen la exitosa saga de Amanecer Rojo (2014-2019) a día de hoy.
La ópera prima de Carlson Young: del surrealismo a la fantasía pura
La primera secuencia marca claramente el tono semionírico o fantasioso que Carlson Young quiere imprimirle a la obra, por las imágenes escogidas y la partitura del estilo compuesta por el también incipiente Isom Innis (Little Boy), lo que entraña cierta dificultad para no caer en la inverosimilitud por las decisiones de la puesta en escena, de cierta ingenuidad algunas, que se hallan a un paso de la misma.
No obstante, lo que verdaderamente se le puede reprochar a The Blazing World es que no se lo tome con más calma para plantearnos lo que chirría en las percepciones febriles de Margaret Winter y, claro, que no construya sin prisa la situación anormal y las tribulaciones de sus personajes, dos aspectos de gran importancia dramática para que el espectador se adentre sin rechistar en lo angustioso con ellos, para conseguir su empatía y que, en fin, se crean lo que ocurre y no les traiga al fresco.
No es que pase tal cosa del todo, pero en gran medida, sí. Hay, por otro lado, extraños arranques de la banda sonora que no cuadran con el concepto ni el momento emocional de sus escenas; y notas en sintetizador que aluden, sin lugar a dudas, a la de Wendy Carlos y Rachel Elkind para El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Y, al adentrarse en la madriguera de conejo, el surrealismo del terror se transforma en una sombría fantasía pura a lo Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll, 1865), con agradecidas ocurrencias visuales.
Las contribuciones que definen ‘The Blazing World’
The Blazing World comparte ciertas motivaciones básicas de Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986) o Más allá de los sueños (Vincent Ward, 1998); y cuenta con la intervención de un personaje misterioso encarnado por Udo Kier (Rompiendo las olas), que nos recuerda a los que hablan siempre de forma confusa o enigmática en algunos de los filmes mencionados; estructuras torcidas y transiciones a paisajes como los de Beetlejuice (Tim Burton, 1988) y el reverso oscuro de los videojuegos de Silent Hill (Keiichiro Toyama, 1999-2012) o hasta de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) por el dolor y la huida.
Tanto Carlson Young y Udo Kier como Vinessa Shaw (Eyes Wide Shut) y Dermot Mulroney (Zodiac) en la piel de Alice y Tom Winter ofrecen unas interpretaciones creíbles en su propia intensidad. Aunque no nos acordaremos de otros que cumplen igualmente, como Liz Mikel (Friday Night Lights), John Karna (Lady Bird) o Soko (Her) encarnando a la doctora Cruz, Blake y Margot.
Debemos hablar así mismo de los montajes con flashbacks impresionistas y cortes abruptos realizados por James K. Crouch (Doce huérfanos) para contribuir al enrarecimiento ambiental de The Blazing World, los juegos de luz y colores que nos brinda el director de fotografía Shane F. Kelly (A Scanner Darkly) y, sobre todo, el decisivo diseño de producción ideado por Rodney Becker (Boyhood). Porque estas aportaciones resultan fundamentales para definir la ambiciosa propuesta de Carlson Young, que no se precipita desde la cuerda floja de milagro.