Hace unos días, una de las escritoras de la serie Emily In Paris, Deborah Copaken, escribió un artículo para el periódico The Guardian en el que decía que, a pesar del entusiasmo que le despertó las dos nominaciones que obtuvo el programa, sabía que la serie que verdaderamente merecía el honor era I May Destroy You, de Michaela Coel. La serie de HBO fue considerada de manera casi unánime una de las mejores del año 2021, por lo que sorprende fuera ignorada en la lista de nominaciones. De modo que Copaken escribió un texto sentido para agradecer la inclusión del programa en que trabajó en uno de los grandes premios del año, y para meditar sobre lo que significa — para ella y su equipo — que la magnífica serie sobre el abuso, el consentimiento y la sexualidad moderna de Coel al parecer no fuera analizada en su importancia.
La reflexión de la guionista despertó un considerable revuelo y al final puso sobre el tapete el debate inevitable. Las nominaciones al Globo de Oro del 2021 mostraron de manera muy clara cómo repercutió la escasa producción del año anterior en las listas de selecciones de lo mejor de la industria. Las categorías parecen carecer de la espectacularidad de años anteriores, pero también son un recorrido por la forma en cómo la cultura del entretenimiento afrontó el parón debido a la emergencia sanitaria. Por si eso no fuera suficiente, la inclusión de Emily In Paris es además un símbolo de la transición de la industria del espectáculo hacia algo nuevo y no necesariamente mejor.
La polémica de los Globos de Oro
¿Merece dos nominaciones una serie que despertó polémica por su aparente banalidad y superficialidad? ¿Qué llevó a los gremios y votantes a considerar que la serie era mucho más significativa que otras tantas para mostrar la producción del 2020?
En realidad, el dilema no es tan sencillo ni se comprende solo a través del análisis directo de si Emily In Paris, que muestra a una Lily Collins en lo que en apariencia es un paseo turístico por París, merece una nominación. La verdadera pregunta es por qué Hollywood analizó el fenómeno que despertó la serie como imprescindible para entender un año lleno de momentos amargo y de una sensación de potencial fracaso colectivo. No se trata de una reflexión sencilla ni tampoco, una mirada al mundo del espectáculo como un reflejo de la cultura, sino la gran pregunta inevitable. ¿Qué es el mundo del entretenimiento en la actualidad?
Emily por el mundo
Desde que se estrenó Emily In Paris hubo una moderada polémica a su alrededor debido a su cualidad banal. La chica norteamericana que llega a Paris para deslumbrar con sus modales arrogantes, su ropa de alta moda y actitud privilegiada se convirtió en un éxito inmediato. Pero no precisamente por buenas razones.
En Francia hubo quejas de críticos y periodistas de medios especializados acerca de lo que se llamó “erróneos estereotipos” que mostraba sobre la cultura gala. Mientras, al otro lado del océano, la actriz Lily Collins era motivo de burla colectiva. Su imagen se convirtió en el meme más popular durante varías semanas y se le vio tomándose una selfie alrededor del mundo, en las más variadas escenas. Al final, Emily se convirtió en un símbolo intrascendente. En una pieza más de una discusión colectiva sobre lo que divierte, educa, confronta y al final trasciende.
Pero, ¿en realidad es tan superficial Emily In Paris? La respuesta inmediata es sí y es inevitable que lo sea. Y lo es porque así fue planeada, concebida y construida. La Emily que viaja a París sin hablar el idioma del país, sin otra intención que cumplir su sueño de chica corriente de llegar a la meca de la Moda, no es otra cosa que una mirada acartonada de un viejo cliché. El estereotipo está ahí y la serie no lo disimula. Vemos el mundo a través de Emily: una chica cuya mayor ambición hasta entonces es deslumbrar con su vestuario, conquistar una ciudad mítica y volver con las glorias a su Norteamérica natal.
Una burla de sí misma
Los primeros capítulos de la serie son en realidad la visión de nuestra cultura sobre sí misma. Ese análisis de la gran conversación virtual sobre las grandes aspiraciones fatuas y la fama basada en lo virtual.
Emily es una influencer que refleja, para bien o para mal, la cultura que creó una figura que aún resulta inclasificable. Es el reflejo de la gran conversación de las redes sociales. De los ávidos de atención de las plataformas, que crean grupos de poder a base de la explotación de la imagen personal y en especial, de la forma en que se hace uso de esa influencia a través de un fenómeno colectivo. Emily, que lleva un detallado diario visual, que jamás deja a un lado su teléfono móvil y que disfruta con transmisiones en vivo, es el reflejo de una generación para quien es impensable otra cosa. Y es banal porque el fenómeno es orgánico, es espontáneo y sin duda, carece de explicación inmediata.
Jugando con una ficción muy real
Las redes sociales crean su propia forma de fama y es incluso de una simetría desconcertante que Emily — o su imagen- se convirtiera durante semanas en el chiste favorito de las plataformas en las que figuras semejantes abundan. El reconocimiento y el poder de las redes se basa en la imagen, en la forma en que lo superficial se convierte en una forma de negocio. En la época en que Kim Kardashian es sin duda el epítome de un tipo de éxito empresarial por completo inexplicables para algunos, la serie de Starr es una mirada al fenómeno desde su interior. Y además aparejado en algunas cosas más incómodas y difíciles de asimilar.
Pero además, desde su estilo extravagante, luminoso y burlón, Emily In Paris muestra un ecosistema que hasta ahora no se había analizado del todo en la televisión. Emily es arrogante y la personificación de la gran creencia tan arraigada en nuestra cultura que las buenas intenciones, la percepción del poder personal y el encanto personal es una panacea invencible.
No tan lejos de la realidad
La misma Deborah Copaken cuenta que varios de los momentos más embarazosos de Emily, se inspiraron en su experiencia como pasante a los 22 años en París. La escritora estuvo a punto de perder el trabajo varias veces, y además se enfrentó a una situación dolorosa: su propia ignorancia. Algo que jamás pensó podría hacerle daño o que incluso podría ser un obstáculo en su trabajo.
“Digamos que durante mi primer mes en París, cuando era una ingenua de 22 años cenando con mis colegas de fotoperiodismo, uno de ellos me preguntó si quería más comida, a lo que le respondí: “Non, merci. Je suis pleine ". Lo que no significa como creí “No, gracias, estoy lleno”, sino más bien “No, gracias. Estoy embarazada.” Copaken fue el chiste de su oficina por semanas enteras. Lo mismo que Emily.
Emily es el símbolo de nuestra época en mitad de una circunstancia que nos obliga a mirar nuestros errores más de cerca. Lo es porque su capacidad para burlarse de sus propios errores, el ridículo y de madurar como puede en mitad de una situación hostil, es una revancha de esa cultura de lo fútil.
¿Comparar? Sí, pero no es necesario
¿Es tan extraordinaria como Ted Lasso, con toda su carga de burla inocente pero efectiva sobre la competencia y el miedo al fracaso? ¿Con un guion tan brillante como The Flight Attendant? ¿Tan opulenta como The Great? ¿Tan entrañable como Schitt’s Creek? No, en absoluto lo es. Y de hecho, uno de los mayores logros de Emily in Paris es su llaneza, su simplicidad, su apego al producto de entretenimiento en estado puro que es. Darren Star no creó la gran obra del año, pero sí una burlona y sutil crítica a toda una cultura que ahora mismo se sostiene lo mejor que puede en una fama venial que a todos otorga sus incómodos 15 minutos de fama.
¿Eso es suficiente para una nominación de una categoría semejante como la que recibió? Quizás la verdadera pregunta sea otra: ¿por qué la misma generación que Emily In Paris parodia de manera elegante es también la misma que se siente ofendida por su visibilidad? ¿La broma llegó muy lejos?