¿Pensabais que The Walt Disney Company y Pixar tenían prácticamente el monopolio del cine de animación familiar, con aventuras emocionales protagonizadas por esos parientes directos y sus apuros de convivencia y de supervivencia? Pues esperad a ver Los Mitchell contra las máquinas, el fiestón dirigido por los estadounidenses Michael Rianda y Jeff Rowe (2021).
No es que Dreamworks y Blue Sky no hubiesen demostrado antes que se les podía plantar cara; sobre todo, con las familias expandidas de triunfos como las dos primeras entregas de Shrek (Andrew Adamson, Vicky Jenson, Kelly Asbury y Conrad Vernon, 2001, 2004) y de La edad de hielo (Chris Wedge y Carlos Saldanha, 2002, 2006); pero nunca sobra el recordatorio de que es posible gracias a una película de Netflix como esta.
El dinamismo de Los Mitchell contra las máquinas es un hecho incontestable, hasta el punto de que su trepidación no se circunscribe a las escenas de acción espectacular solamente; cubre hasta las expositivas por el entusiasmo de los personajes principales y de los propios cineastas, su diestra planificación audiovisual y su montaje decidido.
La flamante locura de ‘Los Mitchell contra las máquinas’
El estilo animado con el que se luce mezcla lo tridimensional con detalles tradicionales de dibujo sencillo y fotografías, con un diseño que lo acerca a los cartoons de siempre y que, en suma, le proporciona un aspecto bastante popero a esta película de Netflix. Y su sentido del humor resulta un poco irregular, pero nos ofrece la garantía de unas cuantas carcajadas y un elevado grado de locura que se transforma en un despiporre irreverente e imprevisible.
Esto último no debería parecernos raro en absoluto porque Michael Rianda y Jeff Rowe han sido guionistas de Gravity Falls (Alex Hirsch, 2012-2016), los dos, y de (Des)encanto (Matt Groening y Josh Weinstein, desde 2018) además, el segundo. Pero Los Mitchell contra las máquinas constituye su flamante ópera prima, y nos alegramos mucho de que los productores confiasen en ellos para realizarla.
Si hubiesen recibido una rotunda negativa tras presentar su propio libreto a dos manos con un currículo tan breve por ahora como respetable, hubiera sido algo triste para la industria y, claro, los analistas y los cinéfilos a la caza de las pocas obras que suelen sobresalir en mayor o menor medida cada temporada de cine. Porque nos habríamos perdido las peripecias desvergonzadamente pletóricas de la familia Mitchell.
Queremos más aventuras de la familia Mitchell
Sus miembros se asemejan a Los Increíbles (Brad Bird, 2004) pero en personas normales en vez de superheroicas, lo cual es mucho decir. Sin embargo, la cuestión consiste en que hay escenas en esta película de Netflix cuya composición resulta una gloria para los ojos y los oídos. Y sus ocurrencias elevan la función varios enteros con el conjunto, incluyendo soluciones que nos traen a la memoria alguna de Mars Attacks! (Tim Burton, 1996).
Si los espectadores más resabiados albergaban dudas sobre el hecho de que Los Mitchell contra las máquinas ofrezca el gozo, discontinuo al menos, que les habían asegurado los profesionales con la alegría de los que vuelven cuando otros están yendo tras descubrir alguna joyita, mientras las secuencias animadas se suceden unas a otras hasta el último tramo, el mismo se las debería despejar por completo. Gracias en parte al estupendo apartado musical que contiene.
El veterano Mark Mothersbaugh (Thor: Ragnarok) nos brinda una oportuna partitura de apuntalamiento, y la selección de canciones no se la salta un galgo. En resumidas cuentas, no por nada al resto de la crítica también le ha encantado con un increíble noventa y siete por ciento de aceptación en Rotten Tomatoes. Y ya estamos deseando ver Los Mitchell contra los aliens y Los Mitchell contra los zombis. Ojalá, si no es mucho pedir, Sony y Netflix nos recojan el guante.