Uno de los objetivos del 11 de febrero es potenciar las vocaciones científicas en las niñas. Que sean conscientes de que pueden estudiar lo que quieran y que no hay carreras de hombres o de mujeres. Afortunadamente, quizás por este tipo de actividades, cada vez son más las chicas que comienzan este tipo de estudios. De hecho, en algunas titulaciones, como la biología, suele haber una clara mayoría de alumnas. Incluso poco a poco van aumentando las matriculaciones en carreras técnicas. Sin embargo, ya en el mundo laboral seguimos viendo a los hombres en los puestos de mayor responsabilidad. Llega un punto en el que ellos ascienden fácilmente, pero las mujeres científicas, por motivos como los cuidados y la conciliación, ven cómo sus carreras se estancan. De hecho, ya lo denunciaron hace dos años varias científicas a través de la campaña #ocientíficaomadre.

Si las científicas actuales lo tienen difícil, la conciliación debió ser todo un reto para las del pasado. Todas ellas tuvieron que superar numerosas trabas. Algunas comenzaron ya desde muy temprano, para que se les permitiera ir a la universidad. Más tarde, muchas tuvieron que trabajar el doble, para conseguir que se tomaran en serio sus investigaciones. Si a todo eso se sumaba la maternidad, podrían no quedarles fuerzas para continuar. Quizás por eso hubo muchas que no tuvieron hijos. Incluso algunas que ni siquiera se casaron. Pero las hay que sí hicieron malabares con ciencia y crianza, alcanzando carreras brillantes y demostrando a sus hijas que podrían llegar a ser lo que quisieran ser.

Y precisamente eso es lo que vamos a ver en este artículo: la historia de seis mujeres científicas cuyas hijas siguieron sus pasos, ya sea en la misma disciplina que sus madres o en otra.

Mujeres científicas y artistas

En casi cualquier lista histórica de mujeres científicas que se precie podremos encontrar el nombre de María Sybilla Merian. Siendo estrictos, ella nunca llegó a tener estudios en el área de la ciencia.

Sin embargo, sabía mucho más sobre biología que algunos científicos de su época. Lo logró todo a través de la observación de la naturaleza, que luego inmortalizaba en sus maravillosas ilustraciones. Publicó varios libros de dibujos, sobre la reproducción vegetal, la metamorfosis de los insectos y muchos temas más.

Esta pasión por la unión entre naturaleza y arte se la pasó a sus dos hijas: Johanna Helena, nacida en 1668, y Dorothea Maria, diez años menor.

Tras la separación de María Sybilla de su marido, se fue a vivir a Ámsterdam, llevando con ella a las dos niñas. Allí, fundaron un estudio de pintura, dedicado al dibujo de flores y otros motivos botánicos. Ambas empezaron así una carrera como pintoras naturalistas, en la que, al igual que ocurrió con su progenitora, el arte se entremezcalaba con la rigurosidad de las escenas plasmadas. Sin duda, aun sin tener estudio merecen que se las considere también como mujeres científicas.

Mamá, yo también quiero un Nobel.

Marie Curie y sus hijas
Marie Curie y sus hijas, Irène y Ève

La primera mujer de la historia en ganar un premio Nobel fue Marie Curie, en el año 1903. Más tarde, en 1911 se convertiría en la primera en obtener el galardón dos veces. Esta vez lo consiguió ella sola. En la primera ocasión lo compartió con el físico Henri Becquerel y con su marido, Pierre Curie.

Sin duda, las dos hijas del matrimonio Curie vivieron desde muy pequeñas lo que era la ciencia y los logros que podía llegar a acarrear. Aun así, la pequeña Ève, nacida en 1904, decidió tomar la senda de la literatura. Pero su hermana siete años mayor, Irène, sí que quiso ser científica. Como es lógico, no se encontró con las trabas de otras mujeres científicas de la época para estudiar ciencias.

Tras estudiar física y química, se casó con el asistente de su madre, con el que comenzó a investigar en el área de la física nuclear. En el marco de esta investigación sintetizaron artificialmente varios elementos radiactivos, una tarea que no se había logrado nunca antes y que les valió el premio Nobel de Química en 1935. No se puede decir que no siguió los pasos de su madre.

De una astrónoma a otra

Vera Rubin nunca ganó el premio Nobel. Sin embargo, su contribución esencial al descubrimiento de la materia oscura bien podría habérselo valido.

Este fue posiblemente el más llamativo de los impedimentos con los que se encontró por su género, pero ni mucho menos el único. De hecho, fueron muchos durante toda su carrera, ya que en esos momento las astrofísica estaba considerada como cosa de hombres. Fue la única mujer graduada en astronomía en el Vassar College en 1948 y, cuando más tarde quiso doctorarse en Princeton, le fue imposible, ya que el centro no aceptaba mujeres. Finalmente logró obtener dicho título en Georgetown. Nunca se rindió y siempre luchó para que ella y el resto de mujeres científicas de su campo tuvieran el reconocimiento que merecían.

Por supuesto, esta filosofía se la enseñó también a sus hijos Allan, David y Karl, pero más especialmente a su hija Judith, que decidió seguir sus pasos, estudiando física y especializándose en astronomía. Concretamente, destacó por el descubrimiento de que la distribución de luz y gas es proporcional en las galaxias. Y también por el desarrollo del proyecto Sunwheel, dirigido a la construcción de una rueda solar por todo el mundo, comenzando en la Universidad de Massachusetts.

La primera niña espacial

Valentina Tereshkova y su hija
Valentina Tereshkova con su hija Elena

En 1963, la soviética Valentina Tereskova se convirtió en la primera mujer en volar al espacio exterior. Ese mismo año, se casó con Andriyan Nikolayev, quien en 1962 se convirtió en el tercer cosmonauta en emprender la misma hazaña.

Por eso, cuando el 8 de junio de 1964 nació su hija Elena Andrianovna, la recién formada familia se colocó en el punto de mira de los medios de comunicación de todo el mundo. La recién nacida era la primera hija de dos personas que habían viajado al espacio. ¿Afectaría eso a su salud?

No tardaron en surgir todo tipo de bulos que afirmaban que era sorda, ciega o retrasada mental. Por supuesto, tampoco faltaron los que apuntaban a la carencia de dedos en sus manos o sus pies.

Más allá de conspiraciones y fake news, es cierto que la pequeña estuvo sometida a un exhaustivo control médico durante sus primeros cinco años de vida. Al fin y al cabo, no se sabía cómo podría haber afectado la radiación cósmica a sus progenitores.

Afortunadamente, fue una niña totalmente sana; que, una vez en la edad adulta, no siguió la carrera espacial, como sus padres, aunque sí la científica, ya que se licenció en medicina.

Mujeres científicas y activistas

Wangari Maathai es una de esas mujeres científicas que supieron muy bien lo que es cargar con los prejuicios ajenos a sus espaldas. No solo tuvo que lidiar con las barreras de su género. También con las impuestas por ser negra y venir de un país tan pobre como Kenia.

A pesar de eso, se convirtió en la primera mujer de África Oriental y Central en obtener un doctorado y en la primera africana en ganar un Premio Nobel.

A pesar de haberse licenciado en ciencias, no obtuvo el galardón en ninguna de las categorías científicas. Ganó el Nobel de la Paz en 2004, por su "contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz". Ese activismo político y también medioambiental se lo transmitió a su hija Wanjira, quien también estudió biología. Al igual que su madre, hoy destaca por su defensa del medio ambiente, una tarea que desempeña principalmente como vicepresidenta y directora regional para África del Instituto de Recursos Mundiales.

Vocación por la medicina

Gracias a Patricia Bath, muchos ancianos conservan hoy en día la vista. Y es que esta oftalmóloga, hija de un marino mercante que emigró de Trinidad a Nueva York, fue pionera en el desarrollo de la cirugía de cataratas con láser.

Fue la primera mujer miembro del Jules Stein Eye Institute , la primera mujer en dirigir un programa de formación de posgrado en oftalmología y la primera elegida para el personal honorario del Centro Médico de UCLA. Además, como afroamericana, fue la primera, de cualquier género, en trabajar como residente en oftalmología en la Universidad de Nueva York, la primera cirujana afroamericana en el Centro Médico de UCLA y la primera doctora en recibir una patente para fines médicos.

Allá por donde iba derribaba barreras, que allanaron el camino de multitud de mujeres científicas afroamericanas. Y, por supuesto, también de su propia hija, Eraka, quien actualmente ejerce como profesora asistente de psiquiatría en UCLA, el centro en el que su madre destacó a tantísimos niveles.

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