Hemos sabido recientemente que Bajocero, el thriller policiaco español que ha realizado el barcelonés Lluís Quílez (2021), ha subido hasta el número uno en el ranking de visionados de Netflix en el mundo entero. Y, en verdad, si uno se molesta en sentarse a ver su largometraje anterior, la ópera prima Out of the Dark (2014), ni sabría entender la confianza de la plataforma en este hombre ni, por supuesto, podría esperar que su nueva película mereciese la pena. Porque esa obra de terror fantasmagórico es una absoluta nulidad en todos sus aspectos, lo que incluye un reparto de tres caras conocidas que se desaprovecha del todo.
Pero, luego, si profundiza algo más en su trayectoria, descubre que sus cinco cortos han obtenido nominaciones y premios en diversos certámenes internacionales. Tanto El siguiente (2004), Avatar (2005) y Yanindara (2009), previos a Out of the Dark, como Graffiti (2015) y 72% (2017), los dos posteriores. Y el penúltimo, en concreto, estuvo nominado a los Goya y no se fue de vacío en el correspondiente Festival de Cine Fantástico de Sitges. De modo que la experiencia y los reconocimientos varios pueden servir para comprender que Lluís Quílez acabara dirigiendo la hoy exitosa Bajocero para Netflix.
La película no se anda con circunloquios. La escena inicial nos mete de lleno en la violencia del filme, sin contemplaciones. Pero también origina las preguntas necesarias para que queramos enterarnos de lo que está ocurriendo. Como unos cuantos detalles ulteriores. Describe a los personajes eficazmente con una pocas pinceladas, distinguiéndolos en sus respectivas personalidades y, así, por lo que el espectador puede esperar de ellos. Sin embargo, no es que ninguno de los nueve principales se aleje del tópico mucho en lo que son malhechores y maderos o de lo prototípico. Y tampoco parece imprescindible con las intenciones de Bajocero.
Padece cierta falta de elocuencia en la mayoría de sus diálogos, pero nunca hasta el extremo del primer largometraje de Lluís Quílez. Repetir semejante horror habría sido de juzgado de guardia, digno de una condena en firme a permanecer a kilómetros del objetivo de una cámara hasta que regrese el cometa Halley. No en vano, el guion de Bajocero lo ha escrito el cineasta catalán con un nuevo colega, el granadino Fernando Navarro, en cuya carrera ambivalente tiene unas cuantas propuestas fallidas y otras más potables. En este segundo saco podemos echar el filme que nos ocupa, afortunadamente.
Como Toro (Kike Maíllo, 2016) o Verónica (Paco Plaza, 2017). Y en el agujereado, Anacleto: Agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015), Orígenes secretos o Cosmética del enemigo (David Galán Galindo, Maíllo, 2020). Pero, en lo que respecta a Bajocero, se beneficia claramente en principio de la situación del entorno cerrado, del aislamiento en el que suceden cosas de gravedad. Algunos de los giros mortales resultan bastante forzados, hasta de americanada de terror, viéndosele entonces las costuras de un Diez negritos muy vulgar. Y fuerza un poco la verosimilitud a veces.
Otros volantazos de la trama, no obstante, se los valora por lo imprevistos que son. Con cierta osadía al final. Pero el conjunto carece del nervio que un thriller exige para lograr atraparnos y producirnos verdadera tensión. Porque su planificación visual, su montaje e incluso la banda sonora de Zacarías M. de la Riva (Las aventuras de Tadeo Jones) no ayudan decididamente en dicha tarea. Son un tanto lacios en ese sentido. Correctos, aceptables, pero de alcance pobre. El buen reparto, como de costumbre, sí tira de la cuerda hacia ese propósito en Bajocero; Javier Gutiérrez (Truman) encarnando a Martín, para empezar.
O Luis Callejo (Princesas) y Karra Elejalde (Lázaro de Tormes) como Ramis y Miguel, Isak Férriz (Gigantes) y Patrick Criado (Antidisturbios) en la piel de Montesinos y Nano o Andrés Gertrúdix (Frío sol de invierno) y Édgar Vittorino (Vis a vis) como Golum y Rei. Y no hay duda de que Lluís Quílez ha progresado mucho en sus habilidades como director desde la pedestre Out of the Dark. Y, si nos contenta que una película se deje ver, Bajocero y su hermandad con Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016), cumplen. Pero no llega a sobresalir lo suficiente como para merecer estar en lo alto de ningún ranking. Tampoco el de Netflix.