Debiera saberse que realizar una buena comedia, sin caer en lo estúpido o lo ridículo y logrando algo tan fundamental para el género como un buen ritmo sostenido, es enormemente difícil. Bastante más que entregarnos un buen drama. Y, si los planes de un director implican una mezcla de tonos, la dificultad sube varios enteros. Y, cuando esta ensalada tragicómica se aplica a un cóctel temático para rematar, precipitarse desde la cuerda floja a la lona triste de lo fallido es tan fácil que para ello basta un solo paso en falso. E intentar mantener el equilibrio como David Galán en Orígenes secretos (2020) parece toda una osadía.

Este filme, que ha elaborado para Netflix según su propia novela homónima (2016), incluye en una única receta cinematográfica ingredientes dispares como el thriller de asesinos en serie y los comienzos superheroicos en un tono que, por otra parte, pivota entre la solemnidad a veces siniestra y el humor desfachatado. Una combinación ambiciosa que no nos debería extrañar lo más mínimo porque, si hay dos características obvias en sus cortometrajes, son el gran interés de David Galán por los cómics de superhéroes y su irreprimible vena cómica. Y tal vez podamos señalar como su mejor exponente al divertido Ceramics Swan (2011).

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No cabe duda de que el director español es un auténtico experto en cuanto concierne a la cultura superheroica y la industria de sus cómics y que, por eso, su primer largometraje entraña una concepción atractiva y profunda sobre la esencia de sus historias, y unas nociones reconocibles y claras, entretejidas con el entramado mismo del guion, suyo y de Fernando Navarro (Verónica). Además, ha expuesto en buen número de ocasiones que ingenio humorístico no le falta precisamente. Pero, después de zamparse toda su filmografía, uno comprende los motivos por los que Orígenes secretos no acaba de cuajar ni de cerca.

Incluso si se diera la circunstancia dichosa de que en el papel funcione, su traducción a imágenes en movimiento no consigue el tono preciso entre lo gracioso, lo dramático, lo lúgubre y lo solemne. Y, por esta razón, las escenas en las que David Galán se permite el lujo de querer hacernos reír como de costumbre, tras otras de gravedad, nos desconciertan por lo desubicadas que se las siente. También en el caso de la mejor de Orígenes secretos, sobre los frikis en las tiendas de cómics. Se diría que pertenecen a dos filmes distintos al menos por su carencia de cohesión, como letras recortadas en la carta exigente de un secuestrador creativo.

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Y, no al margen de una planificación visual sin demasiados alicientes, generalmente correcta pero defectuosa en algunos instantes, otro de los problemas mayores de Orígenes secretos es que no logra una puesta en escena creíble en las de gran intensidad. Por los encuadres escogidos y su montaje impertinente y el hecho de que actores como Antonio Resines (La caja 507) en la piel de Cosme, Brays Efe (Paquita Salas) de Jorge Elías, Verónica Echegui (Gente hablando) como Norma y, sobre todo, Javier Rey (Fariña) en su encarnación de David se esfuerzan por imbuirse pero no están bien dirigidos.

Lo opuesto a Leonardo Sbaraglia (En la ciudad sin límites) como Paco y, muy especialmente, a lo que construye Ernesto Alterio (Ventajas de viajar en tren) para su Bruguera, cuya personalidad y estilo expresivo destacan sobre los del resto de personajes por su creación singular. Por otro lado, el compositor Federico Jusid (La odisea de los Giles) cae a veces en una grandilocuencia poco favorecedora. Un inconveniente más para la fallida Orígenes secretos, la ambiciosa película española de superhéroes en la que David Galán ha intentado abarcar elementos diversos y no ha sabido apretarlos mucho.

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