Sean Connery (1930-2020) probablemente fuese en su momento el actor escocés más famoso del mundo, compatriota de Ewan McGregor (Big Fish), James McAvoy (Múltiple), Emma Thompson (Harry Potter y el prisionero de Azkaban), Tilda Swinton (El curioso caso de Benjamin Button), Brian Cox (La señal), David Tennant (Broadchurch), Robert Carlyle (Las cenizas de Ángela), Billy Boyd (El Señor de los Anillos), Henry Ian Cusick (Lost) o Iain Glen (Juego de tronos). Y el rol por el que más se le recuerda no puede ser otro que James Bond, al que encarnó en siete ocasiones, una de ellas no canónica.
El debut en su larga trayectoria cinematográfica se produjo con un papelito en La reconciliación (Herbert Wilcox, 1954), y la misma estuvo jalonada por otros personajes como Mark Rutland en Marnie, la ladrona (Alfred Hitchcock, 1964), el coronel Arbuthnot de Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974), el Daniel Dravot de El hombre que pudo reinar (John Huston, 1975), Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), Jim Malone en Los intocable de Eliot Ness (Brian de Palma, 1987) o el John Patrick Mason de La Roca (Michael Bay, 1996).
Y, por supuesto, James Bond en Agente 007 contra el Dr. No, Desde Rusia con amor (Terence Young, 1962, 1963), James Bond contra Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Operación Trueno (Young, 1965), Solo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967), Diamantes para la eternidad (Hamilton, 1971) y, sí, Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Pero, con todo lo que logró al ocuparse de estas encarnaciones, tal vez a ninguna de ellas se la pueda considerar la mejor de su filmografía, pues la que más nos hizo disfrutar de su presencia y sus dotes como intérprete fue una enormemente divertida.
La del profesor Henry Jones Sr. en Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg, 1989), la tercera entrega de las aventuras del personaje al que Harrison Ford (Lo que la verdad esconde) ha dado vida en cuatro irregulares largometrajes hasta el momento tras En busca del arca perdida (1981), Indiana Jones y el templo maldito (1984), la mencionada e Indiana Jones y la calavera de cristal (2008), todas con la dirección del Rey Midas de Hollywood y con otra proyectada en el horizonte para 2022, si la pandemia de coronavirus nos da un respiro, se ahorran tanta palabrería y se ponen manos a la obra por fin.
Hay que reconocer, si uno tiene ojos en la cara, que no son muchas las películas en las que nos encontramos una pareja cómica tan extraordinaria como la que nos pudieron regalar Harrison Ford y Sean Connery en Indiana Jones y la última cruzada. Los dos Henry Jones, padre e hijo, y su relación difícil fue lo más gratificante de la mejor aportación de la saga, que probablemente lo sea por lo mismo. Por no hablar con la que forma también con su amigo Marcus Brody (Denholm Elliott) durante esa inolvidable secuencia en el interior del tanque alemán. Y el entonces ya veterano actor no había contado con demasiadas oportunidades de explotar su vis humorística como la que le dieron aquí, y no cabe ninguna duda de que la aprovecha bien.
Huraño, severo, poco cariñoso con su hijo, indignado ingenuamente a perpetuidad pero tan apasionado por la arqueología como Indiana Jones, al que exaspera con su conducta desconsiderada hacia él y siempre que se le ocurre llamarle Junior, su papel es un auténtico regalo para Sean Connery y para nosotros, agradecidos espectadores. Por eso nos entristeció tanto a algunos que se negara a retomar a Henry Jones Sr. en La calavera de cristal por haberse retirado del cine en 2004. Y la prueba de que su personaje fue de una categoría superior para la saga la hallamos en la alargada sombra que proyecta en el filme, no solamente cuando le mencionan, sino con su hijo comportándose como él ahora que es papá de Mutt (Shia LaBeouf) y clamando: “¡Es intolerable!”