Hay películas y series de televisión que merecen unas cuantas explicaciones por lo complicado de su argumento, porque sus responsables han prescindido de la claridad narrativa para construir una intriga oscura y que los espectadores se desconcierten, alucinen y, más tarde, le den vueltas a lo que han visto para intentar comprenderlo. En esta categoría podemos incluir largometrajes como 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), Pi, fe en el caos (Darren Afonofsky, 1998), Primer (Shane Carruth, 2004) o El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) y ficciones televisivas como Les revenants (Fabrice Gobert, 2012-2015), The Leftovers (Damon Lindelof y Tom Perrota, 2014-2017) o Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020).

El británico Christopher Nolan (Origen) quiso aportar su granito de arena hace poco con Tenet (2020). Y, en los últimos días, el estadounidense Charlie Kaufman (¡Olvídate de mí!) nos ha brindado en Netflix un nuevo ejemplo de cine para listillos, el extraño filme Estoy pensando en dejarlo (Charlie Kaufman, 2020), en el que se produce un claro desbordamiento del surrealismo que siempre le ha gustado a su ocurrente director. Y hay que decir que, si bien la propia novela homónima en la que se basa, del canadiense Iain Reid (2016), contiene los principales elementos surrealistas que contemplamos con la boca entreabierta en la adaptación, el cineasta ha ido mucho más lejos en este sentido imprevisible durante el tramo final de la misma.

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La historia comienza con un monólogo psíquico en el que una joven (Jessie Buckley) se dice con insistencia que quiere dejar a su novio, Jake (Jesse Plemons); y este la recoge para llevarla en su automóvil a conocer a sus padres (Toni Collette y David Thewlis), que viven en una granja perdida. Durante el trayecto, percibimos incoherencias en su personalidad, como que unas veces parece poco interesada en la cultura y, otras, justo lo contrario. Una percepción evidente que se intensifica con alteraciones de carácter y expresión, y cuando Jake la llama por distintos nombres y le atribuye ocupaciones diferentes a lo largo de casi todo el filme. Y mientras la susodicha recita en el coche un poema que asegura haber compuesto, mira directamente a cámara por unos segundos.

En el montaje de lo anterior se intercalan escenas del viejo y solitario conserje de un instituto (Guy Boyd), del que los alumnos se burlan, y su rutina de limpieza de las instalaciones; y la secuencia de una película falsa sobre otra pareja juvenil (Colby Minifie y Jason Ralph). En el hogar familiar, Jake y sus padres desaparecen en un momento cuando la protagonista se da la vuelta y, al recorrer la casa en su busca, se topa con los progenitores en varias edades y mostrando otro aspecto, actitud y estado mental; y descubrimos que el poema que había recitado yendo hacia allí y las pinturas que le había mostrado a los personajes de Collette y Thewlis como propias, con un memorable comentario cuñadesco de este último contra el arte abstracto y en favor del figurativo, no le pertenecen.

Además, recibe insistentes llamadas a su teléfono móvil de supuestas amigas, alguna con uno de los nombres que Jake le había adjudicado a ella; y escucha un mensaje de voz con un tono demente o incluso suicida, grabado por el actor Oliver Platt (El inolvidable Simon Birch), y cuyo inicio ya habíamos escuchado cuando el conserje se asoma a la ventana de su apartamento al principio. De regreso a la ciudad, la joven cambiante es reemplazada por la de la película ficticia en un primer plano; y se detienen en una heladería salida de los años sesenta en la que están trabajando dos de las alumnas del instituto que se ríen de Jake, desprecian al conserje y ensayaban el musical Oklahoma! (Richard Rodgers y Oscar Hammerstein, 1931). El preferido de Jake, por cierto, del que se ríen.

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Este pierde los estribos porque los helados pueden dejar el reposavasos pegajoso y se empeña en desviarse a su instituto para tirarlos a la basura. Pero su inestabilidad mental persiste y abandona a su novia en el automóvil, que entra al centro educativo, buscándole. Allí habla con el conserje y le explica que Jake, a diferencia de las dos versiones contradictorias que nos habían referido sobre cómo se conocieron, se había limitado a mirarla incómodamente y no le había dicho ni mu. Y, tras una coreografía con trasuntos de los tres personajes, el conserje se dispone a volver a casa pero sufre un colapso mental en su camioneta y deambula por el instituto desnudo, siguiendo a un cerdo dibujado, parlante y herido por los gusanos devoradores por los que habían muerto los de la granja.

A continuación, un maduro Jake representa el musical, con su madre en el escenario, y recibe un reconocimiento ante un público entre el que se encuentra el resto de personajes menos el conserje, todos maquillados de forma ridícula para envejecerlos, como él mismo. Y con semejante disparate concluye el surrealismo febril de Estoy pensando en dejarlo, la historia de un viejo conserje con problemas psicológicos y una enorme frustración vital que se imagina cómo hubiese sido su existencia en el caso de que, de joven, se hubiese atrevido a hablar con el personaje de Buckley y hubiese podido salir con ella. Jake es el conserje del instituto, por lo tanto; y cuantas alteraciones se producen en la joven se deben a que no sabía nada en absoluto de su personalidad y considera las posibilidades.

El enfoque onírico de las secuencias exteriores, que nunca suceden en el mundo verdadero, se nota porque casi nunca se ve más allá del coche de Jake ni del círculo de los focos, como si se tratase de un escenario sobre el que echan nieve artificial. El desorden en la casa de su familia, con sus progenitores en una u otra edad y la novia descendiendo varias veces seguidas el mismo tramo de escaleras, es el desorden de su mente o de su imaginación enfermiza, que rumia su arrepentimiento y su vida malograda en bucle. Y la última imagen de Estoy pensando en dejarlo, con el vehículo del conserje cubierto de nieve compacta, nos indica que, en realidad, no había llegado a salir de él y que probablemente habría muerto de frío durante la noche, en mitad de la nevada.

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