De muy pocos cineastas se puede decir que uno no tiene ni la idea más remota de lo que va a encontrarse cuando se sienta a ver una nueva película suya. No en cuanto a sus intereses como autores ni, así, a los elementos narrativos comunes en su filmografía, sino más bien respecto al propio desarrollo de la trama y las ocurrencias que tienen por el camino. Firman sus guiones casi siempre, cómo no, por lo que el rasgo autoral es completo. Y, si incluiríamos en esta categoría privativa a David Lynch (El hombre elefante) o a Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño), no puede faltar en ella el inefable Charlie Kaufman.

Si guionistas como David Koepp (Misión imposible), Akiva Goldsman (Una mente maravillosa) o Eric Roth (Forrest Gump) tienen un nombre en la industria de Hollywood, tal vez solamente Aaron Sorkin (Algunos hombres buenos) y Kaufman de veras sean célebres entre la cinefilia aparte de gozar de la misma buena reputación. Y el caso es que en Netflix acaba de lanzarse la última ventolera del neoyorkino, que se titula Estoy pensando en dejarlo (2020), se basa en la novela homónima del canadiense Iain Reid (2016) y supone el definitivo desbordamiento del surrealismo al que el director había apuntado.

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Basta con zamparse la insólita Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999), la disparatada Human Nature (Michel Gondry, 2001), la interesante Adaptation, la equilibrista Confesiones de una mente peligrosa (Jonze, George Clooney, 2002) y la extraordinaria ¡Olvídate de mí! (Gondry, 2004), cuyos guiones le pertenecen, o la ambiciosa Synecdoche, New York (2008) y la ingeniosa pero pequeña Anomalisa (2015), que también ha dirigido, para conocer la irreprimible vena surrealista de Charlie Kaufman. A la que le ha dado rienda suelta sin contemplaciones en Estoy pensando en dejarlo. Y el hecho de que este tipo artístico, agudo y clarividente es mejor guionista que director.

Su nuevo filme no resulta fascinante en una sola de sus secuencias, pero sí de un gusto desconsolado, y tan desconcertante casi siempre, empeñado tan claramente en que el indefenso espectador no se plante nunca en suelo firme a lo largo de su impredecible recorrido, que la incomodidad que provoca es la misma que sienten los personajes principales, enfrentados a situaciones que ni controlan ni desean en absoluto, ni lo más mínimo. Porque Estoy pensando en dejarlo, con sus confusos seres de ficción, inseguros en sus interacciones con otras personas, en sus anhelos y hasta en los dominios de su identidad personal, es tan poco confortable como la propia incertidumbre de la vida.

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El surrealismo de Estoy pensando en dejarlo es oscuro, rural y deprimente, solo luminoso en composiciones con una puesta en escena salida de una fábrica de sueños y de musicales; un puzle que se arma con piezas de muchos distintos, como si Kaufman no hubiera podido decidir qué historia contarnos, aunque sabemos perfectamente que sí; con personajes construidos muy bien por Toni Collette (El sexto sentido) y David Thewlis (Gangster No. 1), progenitores creíbles y matizados en sus desdoblamientos y cuya excentricidad inquieta más que ninguna otra cosa, una Jessie Buckley (Chernobyl) que convence con su joven hastiada e inespecífica y un Jesse Plemons (Black Mass: Estrictamente criminal) que clava al aburrido y neurótico Jake y su tono de voz monocorde.

Entre planos detallistas, picados y contrapicados, cenitales y nadir, transiciones encadenadas y un montaje sólido al servicio del desconcierto; entre conversaciones culturales sin rumbo fijo, algún recital hipnótico y elocuente, monólogos tenaces con voz en off del fluir de la conciencia —como en la narrativa del modernismo inglés al estilo de Adaptation, lo que le proporciona un tono muy psicológico—, una gran negrura existencial e inesperados guiños metacinematográficos, ese surrealismo estalla a lo Madre! (Aronofsky, 2017); pero mucho menos abrumador, por supuesto. Y las preguntas de su intriga se van acumulando, y Charlie Kaufman no tiene ninguna intención de responderlas.

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