Como todos sabemos, The Walking Dead (Frank Darabont y Angela Kang, desde 2010) es la serie de televisión más famosa que se ha ambientado en un apocalipsis zombi. Por ello, a sus responsables les ha sido posible estrenar un spin-off como Fear the Walking Dead (Dave Erickson y Robert Kirkman, desde 2015), en unos meses se lanzará otro, The Walking Dead: World Beyond (Scott M. Gimple y Matthew Negrete, desde 2020) y, en algún momento, varios largometrajes protagonizados por Rick Grimes (Andrew Lincoln). Pero, curiosamente, ningún personaje pronuncia jamás la palabra zombi.

El motivo se lo explicó a Chris Hardwick el propio Kirkman, guionista además de la novela gráfica homónima (2004-2019) en la que se basa la primera serie, en el segundo episodio del programa Talking Dead (desde 2011): “Una de las cosas de este mundo es que la gente no sabe cómo dispararles al principio, y no están familiarizados con los zombis, per se. Este no es un mundo en el que existan las películas de [George A.] Romero, por ejemplo. Porque no queremos retratarlo de esa manera: sentimos que decirles «zombis» todo el tiempo le recordaría a todo el mundo películas de zombis que conocemos en el mundo real”.

the walking dead zombis
AMC

Así que “estas personas no entienden la situación. Nunca han visto esto en la cultura pop” y “es algo completamente nuevo para ellos”. No cabe ninguna duda de que, sin la obra inmortal del director de La noche de los muertos vivientes (1968), el tipo de zombi devorador de carne que vemos en The Walking Dead y sus series hijas en absoluto podría encontrarse en la cultura popular ni, claro, en la cabeza de los personajes supervivientes de su universo apocalíptico. Y tanto el grupo de Rick Grimes como el de la familia Clark en Fear the Walking Dead o el de Huck (Annet Mahendru) y compañía en World Beyond lo desconocen.

Porque no han sufrido el bombardeo interminable de este subgénero, machacado hasta la náusea literal por Romero mismo con otras cinco películas, sus remakes y centenares de contribuciones más de otros colegas. Y este razonamiento de Kirkman fue acogido sin discusiones por la prensa especializada y los cinéfilos. Pero carece de sentido, pues no estamos hablando de monstruos icónicos del terror y su idea específica, sino de palabras. Y el término zombi no se refiere solamente a la persona que resucita con el único empeño de zamparse a los que siguen vivos, sino a cualquiera que se levanta de entre los muertos.

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Y no lo acuñó el cineasta neoyorkino ni fue quien logró volverlo de uso corriente. Su origen etimológico lo hallamos en África Occidental: nzambi y zombi, en las lenguas kongo, significa “espíritu de una persona muerta”, “retornado de la muerte” o “muerto que camina”, y lo más probable es que llegara al francés y al inglés con el culto vudú haitiano de por medio, de obvias raíces africanas. Y El Zombi del Grand-Pérou, o La Condesa de Cocagne, novela autobiográfica escrita por el normando Pierre-Corneille de Blessebois hacia 1697, es el primer texto significativo que utiliza la palabra y el concepto, un poco confuso aún.

El martinicense Moreau de Saint-Méry la incluyó en un diccionario dominicano de 1789 para definir a “un espíritu o fantasma que regresa de la tumba”. Y el poeta británico Robert Southey, en el último volumen de su History of Brazil, publicado en 1819. Pero la primera obra narrativa de gran impacto con zombis por este nombre fue La isla mágica, que lanzó el estadounidense William Seabrook en 1929. A partir de entonces, estos fueron absorbidos por la cultura popular. Y el cine dispuso de ellos en La legión de los hombres sin alma (Victor Halperin, 1932), cuyo título original es White Zombie.

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A la que le siguieron muchas: La rebelión de los zombis (Halperin, 1936), El rey de los zombis (Jean Yarbrough, 1941), Yo anduve con un zombi, Revenge of the Zombies (Jacques Tourneur, Steve Sekely, 1943), Zombis en Broadway (Gordon Douglas, 1945), El valle de los zombis (Philip Ford, 1946), Zombies of Mora Tau (Edward L. Cahn, 1957), Teenage Zombies (Jerry Warren, 1959), Santo contra los zombis (Benito Alazraki, 1961), Zombies (Del Tenney, 1964), La maldición de los zombis (John Gilling, 1966) o The Astro-Zombies (Ted V. Mikels, 1968). Todas ellas antes de la revolucionaria aportación de Romero.

Tal vez Kirkman no pretendiese aludir solo a los famélicos zombis de este último, sino a su concepto más general, y únicamente los señaló como ejemplo porque se trata de los más populares. Pero, para que en el mundo de The Walking Dead no exista la palabra zombi de esta forma, tampoco debe existir todo lo que procede de su noción desde su abolengo africano: el culto vudú, las obras literarias, que también engloban aquellas sin el término escrito pero que derivan de su acervo cultural, como unas cuantas historias de Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce o H. P. Lovecraft, y las mencionadas del séptimo arte y un sinnúmero más.

Pero lo más curioso es que, por algún motivo incomprensible, Kirkman parece suponer que los personajes de las otras ficciones cinematográficas en las que se refieren a los cadáveres vagabundos a lo Romero como “zombis” sí conocen las películas de este realizador. Aunque ni las menten. Cuando la realidad es que, en la gran mayoría de las ocasiones, el desconcierto ante lo que ocurre es general y se ven obligados a aprender el proceso de zombificación y cómo hay que rematar a los muertos vivientes. De manera que, si en The Walking Dead los llaman “caminantes”, “mordedores” y demás pero nunca “zombis”, es por puro capricho.

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