No importan los títulos universitarios o la experiencia. En la era de los likes, para muchas personas la palabra de un influencer vale más que la de un farmacéutico. Y esa es un arma muy peligrosa. Ana Rubio trabaja como community manager en una empresa de marketing y, como tal, está muy al día de todo lo que ocurre en las redes sociales. Debe estar pendiente de ellas durante su jornada laboral, pero también lo hace en su tiempo libre, con el fin de mantenerse informada de las últimas noticias y tendencias de sus áreas de interés. “Me encanta estar al día sobre temas como la moda, los libros, el cine, la belleza y, por supuesto, los cotilleos”, explica a Hipertextual. “Antes me compraba muchas revistas, ahora apenas. Lo hago más bien a través de las grandes marcas, revistas online y, sobre todo, las influencers”.

Como otras tantas personas de su generación, esta chica consume con gran fidelidad el contenido de sus influencers favoritos, algunos de los cuales exponen su vida como si esta formara parte de su trabajo. Todo esto lleva a que las líneas entre lo personal y el ocio, para los primeros, y el trabajo, para los segundos, se difuminen, haciéndose casi imperceptibles. Muchos usuarios ven a estas personas casi como parte de su familia o su grupo de amigos. ¿Cómo si no iban a hacerles partícipes de su vida con tanta profundidad? Esto, aparte de poder convertirse en una fuente de ansiedad para quienes viven de las redes sociales, también hace que ciertos comportamientos que han existido siempre se maximicen, llegando a hacerse mucho más peligrosos de lo que ya eran.

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Si antes una amiga te recomendaba una pomada antibiótica para los granos o tu vecino te aseguraba que una crema anestésica le había ido genial para su último tatuaje, ahora esa misma persona puede llegar a muchas más personas, con todo lo que eso conlleva. Es fácil difundir mensajes positivos, pero también situaciones tan peligrosas como el uso indebido de fármacos sujetos a prescripción médica.

Es aquí donde empieza un problema que ha dado mucho que hablar en los últimos meses y que, lejos de solucionarse, parece enredarse cada día más con la aparición de nuevos casos. Aunque en realidad no es un asunto nuevo. Si ahora es más visible es gracias a varios profesionales sanitarios que han utilizado también las redes sociales para dar a conocer los casos que se han ido encontrando. Una de las personas más activas en este ámbito es el farmacéutico Guillermo Martín Melgar, quien desde su cuenta de Twitter, Farmacia Enfurecida, lleva varios meses denunciando la recomendación indebida de un amplio abanico de medicamentos, muchos de ellos antibióticos.

Los antibióticos nunca son cosméticos

La mayoría de los medicamentos mal recomendados que se han dado a conocer en los últimos meses son antibióticos en diferentes formatos, dirigidos al tratamiento del acné.

Esta es una afección generada por Propionibacterium acnes, una bacteria que se encuentra en la piel de la mayoría de los adultos sanos, utilizando como fuente de energía los ácidos grasos presentes en el sebo que secretan los folículos pilosos. Por lo general no da lugar a ningún síntoma. Sin embargo, factores como una producción excesiva de grasa o el bloqueo del folículo por algún motivo concreto pueden llevar a que este microorganismo se acumule y provoque una respuesta inflamatoria mediada por el sistema inmunitario, cuya señal visible es la aparición de los típicos granitos que tantas personas sufren durante su adolescencia. Todo esto, además, puede verse intensificado por la proliferación de otras bacterias oportunistas. Para tratar este problema los dermatólogos suelen recurrir a la combinación de un antibiótico, como la eritromicina, con otro tipo de fármacos.

Al ser una patología de la piel, no siempre se recetan medicamentos en comprimidos, sino que se puede optar por otros formatos más dirigidos y fáciles de utilizar, como las cremas o incluso las toallitas húmedas. Pero no por eso dejan de ser antibióticos y, como tales, requerir una administración adecuada. Es importante tener en cuenta factores como no interrumpir el tratamiento ni alargarlo más de lo debido, espaciar las tomas adecuadamente y, por supuesto, recurrir a él solo cuando sea realmente necesario. Si cualquiera de estos puntos no se lleva a cabo correctamente, se facilita que las bacterias adquieran resistencias, que las prepararán para luchar contra los mecanismos a través de los cuales el fármaco las destruye normalmente.

Este peligro que hace unos años se cernía sobre nosotros como una sombra oscura que parecía que nunca nos envolvería, es ya una realidad que, de hecho, está detrás de la muerte anual de 35.000 personas solo en España. Por eso, que haya personas que aconsejan introducir en la rutina facial diaria un antibiótico, ya sea en toallitas como las Eridosis o en pomadas como el Dalacin, es una irresponsabilidad realmente peligrosa para sus seguidores.

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No hay más que hacer una búsqueda rápida en foros sobre el tema para encontrar numerosos casos de usuarios que se quejan de haber experimentado una recaída en el acné después de haber introducido estos productos en su rutina. Esto puede parecerles un drama para su aspecto físico, pero es aún más preocupante, pues indica que el mal uso del antibiótico ha hecho a las bacterias resistentes a él, de modo que cuando realmente generen una infección que requiera tratamiento no podrá combatirse de este modo.

Desconocimiento peligroso

“No creo que estas personas vayan con maldad ni pretendan enriquecer a la industria farmacéutica, simplemente han probado un tratamiento que les ha ido bien y lo recomiendan”. Estas son palabras de Camino Olmedo, creadora de contenido en Camino con Allure. En su canal de YouTube también publica vídeos relacionados con belleza y cosmética, como otros muchos influencers, pero con la diferencia de que ella es bióloga y, por lo tanto, cuenta con una información de la que no todos los youtubers disponen. Por eso, recuerda la importancia de tener claro qué tipo de productos se están recomendando. “Lo primero que debemos hacer es comprobar si es medicamento o no”, aclara. “Eso es fundamental, porque la única persona que puede decidir si otra se toma un medicamento es un médico y nosotros no somos ni médicos ni farmacéuticos”.

En cuanto a las razones por las que se cometen este tipo de errores, apunta principalmente a dos: “Por un lado, en España nos automedicamos muchísimo. Por otro, ocurre que ciertos productos no dan la sensación de ser medicamentos por el tipo de administración; ya que, al ser tópica, no se asocian con algo peligroso o que pueda empeorar la salud”.

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Esto lleva a que los farmacéuticos se encuentren muy a menudo con casos de personas que acuden a sus establecimientos en busca de supuestos cosméticos, que en realidad no lo son. “A mí me ha pasado varias veces con las toallitas Eridosis famosas”, cuenta Guillermo Martín Melgar. “Por lo que tengo entendido a varios compañeros les ha pasado lo mismo. Suele ser gente joven que lo confunde con un cosmético”.

Pero no solo acuden personas que han escuchado la recomendación en boca de youtubers e influencers. ”A las farmacias suele venir gente con la famosa frase me lo ha recomendado mi vecina, o algún peluquero etc.”

Esto último, por ejemplo, es común en personas que acuden en busca de champús con ketoconazol “para tratar cualquier picor”, cuando en realidad se trata de un antimicótico, que solo debe prescribirse en caso de infecciones causadas por hongos.

Más allá del medicamento

Está claro que medicamentos como el Dalacin, las Eridosis, la Mupirocina o el Dercutane, todos ellos recomendados habitualmente por youtubers e influencers, son fármacos sujetos a prescripción médica y que es un error recomendarlos, por parte de estas personas, y suministrarlos, por parte de los farmacéuticos que no solicitan la receta. ¿Pero qué pasa con los productos que realmente no se consideran como medicamentos?

Es el caso de ciertos suplementos alimenticios o remedios naturales que sí que son de venta libre, pero que igualmente deben tomarse teniendo en cuenta ciertas precauciones. Como es lógico, se recomiendan aún con menos miramientos y esto puede acarrear problemas como el que cuenta Ana en declaraciones a este medio. “Hace cuestión de tres meses, vi que una influencer, no recuerdo cuál, hacía una publicación y sus seguidoras le preguntaban por su pelo, que había crecido mucho y lo tenía abundante y con mucho brillo”, recuerda la joven. “Ella recomendaba tomar espirulina en pastillas. Esa misma tarde, fui a la farmacia para comprármelas. Se lo conté a la farmacéutica, que es de confianza, y me dijo que no era tan milagroso como me habían dicho y que necesitaba mucha constancia, pero no dudé ni un momento y a día de hoy todas las mañanas me tomo mi pastilla”.

Hasta aquí todo parece normal. No obstante, con el tiempo descubrió que, a pesar de ser un suplemento alimenticio natural, también puede conllevar ciertos efectos indeseados. “Con el tiempo he reducido la ingesta, ya que decía tres al día, y solo tomo dos cuando hago ejercicio, porque me “altera” y luego me cuesta dormir”, narra. “Lo malo es que mi madre también se las tomaba, hasta que un día la vio mi hermano, que es farmacéutico, y le dijo que las dejara, ya que tiene hipertiroidismo”.

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La de su hermano era una recomendación muy sabia, puesto que estas pastillas contienen yodo, que afecta a la glándula tiroides, de modo que podrían empeorarse los síntomas de la enfermedad. Eso no significa que estos pacientes no deban tomarla bajo ningún concepto, pues según la gravedad del caso podrían hacerlo siguiendo unas pautas muy concretas, pero estas siempre deben estar elaboradas por un profesional sanitario.

Por otro lado, no son pocos los casos de personas que han experimentado un fallo hepático a causa del consumo excesivo de suplementos a base de hierbas, como el té verde. Además, muchos de estos remedios naturales pueden interferir con ciertos medicamentos, disminuyendo su eficacia o generando efectos secundarios indeseados. El principal problema de todo esto es que, al considerarse tan inocuos, muchos pacientes olvidan referirlos cuando se les pregunta sobre posibles tratamientos. ¿Qué se debe hacer en estos casos? ¿Dónde ponemos el límite?

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“Está muy extendido que ‘natural’ es sinónimo de inocuo y no: la fitoterapia (uso de plantas con fines medicinales) también tiene peligros y debe ser siempre recomendada por un especialista”, recuerda Martín Melgar. “Algunas plantas tienen muchísimas interacciones con medicamentos, pero paso a paso: es importante concienciar a la gente de que los sanitarios somos los especialistas de la salud y no los influencers".

Está de acuerdo Camino, quién narra al otro lado del teléfono su forma de proceder en estos casos. “Yo siempre que recomiendo algún producto de este tipo aconsejo que consulten con un médico”, especifica. “Sí que es verdad que con los suplementos alimenticios hay una línea un poco delgada. La suerte que tengo yo es que dispongo de formación y sé qué puedo recomendar. Por ejemplo, los probiótcos, prebióticos y simbióticos se pueden recomendar, a nadie le van a hacer daño, si hablamos de ácidos omega 3 también, porque no hay nadie que no los tolere salvo que sea alérgico. La cosa cambia con complementos vitamínicos; como la vitamina C, que no es recomendable para personas con daño renal”.

La youtuber aconseja también que los consumidores de contenido tengamos espíritu crítico y nos planteemos si debemos o no probar un producto concreto. “Internet ha abierto mucho las puertas para informar a la gente”, argumenta. “El problema es que la gente ha dejado de buscar información por sí misma. Nos fiamos de opiniones y comentarios y nos olvidamos de que a lo mejor esas personas no tienen una formación adecuada”.

Ante un caso como este, Olmedo recomienda a los consumidores de contenido que antes de comprar un producto consulten con su farmacéutico, incluso si no estuviera sujeto a prescripción médica. “Lo primero que yo haría sería no comprarlo por Internet, sino acudir a la farmacia y preguntarle al farmacéutico qué es. Ya no qué precio tiene o lo que sea, sino qué tipo de producto es, qué efectos secundarios tiene, etc.”. Además, recuerda que lo que a un individuo le va muy bien a otro puede provocarle algún problema, derivado de características particulares suyas, y esto es algo en lo que un profesional de la farmacología puede asesorar. “Cada persona es un mundo y puede que un componente del producto le vaya mal a alguien, debido a alergias o intolerancias. Esto ocurre también en cosmética”.

Finalmente, añade que podría ser interesante la existencia de una base de datos a la que pudieran acudir tanto creadores como consumidores de contenido, para comprobar si un cosmético es o no un medicamento.

Consecuencias legales

Recientemente los farmacéuticos españoles celebraban que el Ministerio de Sanidad haya tomado cartas en el asunto a raíz de las quejas referidas por el colectivo y se encuentre trabajando junto a Google y YouTube para eliminar los vídeos en los que se hacen estas recomendaciones. Es una pequeña victoria, ¿pero se puede lograr algo más?

De momento no mucho, según explica el abogado consultado por Hipertextual, al menos en el ámbito legal. “En el caso del medicamento sujeto a prescripción, la recomendación del influencer no facilita su consecución”, aclara. “Si el influencer se limita a contar una experiencia personal, puede desinformar, pero establecer una responsabilidad de un uso inadecuado sería difícil. Entiendo que esta persona no se sitúa en posición de garante de la salud de sus suscriptores, o sea, no pretende suplantar a un profesional de la salud. No parece una conducta propia de un delito contra la salud pública, que castiga conductas mucho más graves, ni de una responsabilidad derivada de una negligencia”.

Sin embargo, sí que recuerda que sería distinto si el influencer cobrara por anunciar un medicamento o tratamiento.

En este caso debe quedar claro que se trata de publicidad, y cumplir con la normativa correspondiente, aunque en este asunto la verdadera responsabilidad es del anunciante.

¿Pero qué pasaría si una persona contrajera un problema de salud derivado del mal uso de un fármaco recomendado por uno de estos creadores de contenido? “Si hay un daño, hay que examinar el nexo causal (o sea, si se ha producido verdaderamente por la acción de un tercero) y el grado de culpa”, expone el letrado. “Según la conducta, podría exigirse responsabilidad, pero habría que individualizarla mucho. No es lo mismo contar una experiencia personal, o recomendar algo con cierta frivolidad (un aumento de pecho, operarse la miopía, reducirse el estómago), que luego debe ser ejecutado por un profesional médico, que hacerse pasar por un profesional sanitario sin serlo, o hacer recomendaciones temerarias, que pueden resultar en unas lesiones imprudentes o en una responsabilidad civil por daños”.

En definitiva, “habría que estudiar cada caso con detalle, pero si pensamos en el influencer medio, que simplemente narra una experiencia personal, parece difícil establecer responsabilidad por unos daños hipotéticos”.

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De nuevo, sería un asunto muy diferente que alguien ajeno a la medicina difunda información de carácter médico, pero” incluso esto debe regularse restrictivamente, porque hablar de la propia experiencia, en sí mismo, no es ilícito”.

No debemos olvidar que todo esto es un problema también porque sigue habiendo algunos farmacéuticos que no piden la receta de un fármaco, aun sabiendo que este está sujeto a ella. Cada vez son menos los que lo hacen, pero están llevando a cabo una conducta igualmente temeraria, que sí podría tener consecuencias legales con más facilidad. “Al contrario que un influencer, un farmacéutcio es un profesional sujeto a diversas normas en el ejercicio de su función y susceptible de responsabilidad”, cita. “Aunque sea una práctica común e incluso aceptada socialmente, no debe vulnerarse la necesidad de prescripción médica por el farmacéutico al dispensar medicamentos. Puede generarse responsabilidad incluso por dispensar un medicamento distinto al recetado o por dispensar fármacos de modo tal que se cometa un delito contra la salud. En el caso de dispensar reiteradamente medicamentos sujetos a prescripción médica sin receta, el farmacéutico se enfrentaría a las sanciones previstas”.

Para terminar, es importante recordar que muchas de las personas que habían recomendado estos productos en sus redes sociales ya han pedido perdón, haciendo ver que, como dice Camino, lo hacían por puro desconocimiento. Por eso, más que demonizar o criticar a quienes lo hacen, debemos dar a conocer el problema. Al ser preguntada por este medio, Ana reconoce que al haberse hecho este tema tan mediático ha cambiado su percepción sobre estas recomendaciones y ha pasado a desconfiar. Sigue consumiendo el contenido, pero ahora sabe a quién debe preguntar en caso de seguir alguno de sus consejos. “En cuanto a medicación, por suerte no tomo, pero sí que me da bastante desconfianza cuando anuncian tratamientos estéticos (botox, ácido hialuronico, vitaminas pinchadas...)”, explica. “Si algún día me lo hago, acudiré antes a algún especialista”.

Y ese es el objetivo. Aquí no hay ni buenos ni malos, sino personas informadas y desinformadas. Como mucho, si tuviéramos que elegir a héroes y villanos, podríamos citar como héroes a los antibióticos, que por culpa de esta falta de información están sucumbiendo cada vez más a los terribles poderes de las bacterias. Y no son los únicos medicamentos que estamos usando mal. Cuando la salud está de por medio, ni los likes ni los seguidores cuentan. Consulta a tu farmacéutico.