2003 fue el año que brindó una mirada directa a lo que podría ser el cine en las próximas décadas. Y lo hizo casi de manera inadvertida. Nadie podía prever que un proyecto singular, extravagante, pero sobre todo desconcertante, cambiaría de forma sustancial la forma en que las audiencias comprendían el cine.

El ya por entonces director de culto Quentin Tarantino decidió que era un buen momento para llevar a cabo un gran experimento argumental, visual y sobre todo de ritmo cinematográfico, para crear la que es quizás su obra más inteligente, depurada y la que le convirtió en uno de los cineastas más icónicos de la historia del cine. Kill Bill se convirtió en la primera gran película del milenio y lo hizo, gracias a su asombrosa capacidad para destrozar paradigmas y demostrar que el mundo cinematográfico, aún era un lenguaje con una fértil capacidad para la experimentación.

De las trampas de la imaginación a lo sombrío

Cuando la peonza que cierra la última escena de la película Inception (2010) de Christopher Nolan siguió rodando sin detenerse, buena parte de la audiencia que llenó los cines contuvo el aliento. La mayoría esperaba que el objeto resbalara sobre la mesa, pero otros tantos comenzaron a sospechar que se trataba de uno múltiples trucos argumentales que el director había utilizado a lo largo del sorprendente guion. La escena fundió a negro y la peonza jamás dejó de rodar y dio paso quizás a una de las imágenes emblemáticas de una década cinematográfico que llevó la experimentación en la narración y en la manera como se relacionan con el público, a una dimensión por completo nueva. Fue Nolan el primer gran realizador que comenzó a experimentar con la dualidad en el discurso cinematográfico en una época cínica, hiperinformada y sobre todo, sometida a las filtraciones de información a través de redes sociales. Para Nolan, el secreto sostuvo la expectativa alrededor de la primera gran película de la década y lo hizo bien.

Nolan explica el final de Inception

Ya el realizador había intentado algo parecido con el film que cambiaría para siempre la forma en cómo comprendemos las películas de superhéroes: Batman The Dark Knight (2008), llegó al cine precedida por la ola de rumores sobre la actuación del recién fallecido Heath Ledger. El actor había sido el centro de una pública controversia cuando Nolan le escogió para encarnar a el Joker, uno de los villanos más complejos y crueles del mundo de las historietas. Ledger venía de protagonizar ese otro gran éxito como lo es Brokeback Mountain de Ang Lee (2006) y convertirse en una de las grandes promesas del cine de la década. Pero aún así, los fans dudaban de su capacidad para dar vida a un tipo de hombre “que sólo quiere ver arde al mundo”. Un letal, provocador y desprejuiciado criminal, que encarnaría el lado oscuro de Gotham.

the dark knight star wars mashup
Warner Bros.

Ledger se tomó en serio el reto y logró una de las grandes actuaciones de la historia del cine, pero no vivió para disfrutar del éxito y el reconocimiento. De modo que su actuación se convirtió en uno de los grandes secretos de la película, que se estrenó prometiendo mostrar lo que quizás era un hito no solo en la forma de analizar lo superheroíco en la gran pantalla, sino, además, el paso definitivo del género al mundo adulto. El Joker de Ledger se convirtió en un icono cinematográfico y además en uno de los personajes más enigmáticos de toda la historia reciente del cine. De la misma forma que el trompo que jamás dejó de rodar, esa última y asombrosa actuación de Ledger demostró que el cine de la década sería una colección de experimentación, una nueva mirada a la relación del público con el producto en pantalla y sobre todo, un vinculo profundamente emocional entre las audiencias y un nuevo tipo de espectáculo en pantalla concebida para una generación educada para y por la información.

Paso a paso hacia el futuro

La década del 2010 comenzó con la despedida de una de las franquicias más exitosas del cine moderno: Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte 1) se estrenó y recordó a los fanáticos del todo el mundo, que la historia predilecta de toda una generación se acercaba al final. David Yates, que se había hecho cargo de la saga a partir de su cuarta entrega, brindó una enorme sensibilidad y también dureza a una historia que había perdido sus últimos trazos de inocencia para convertirse en una épica mínima sobre la batalla del bien y del mal, que involucró a toda una generación. Al año siguiente, la gran conclusión cerró con dignidad — y una que otra sorpresa — el recorrido del niño mago para encontrar su destino. Con la nueva generación a bordo del expreso Hogwarts y el trío mirando hacia el futuro, el cine fantástico decía adiós a uno de sus iconos.

Por supuesto, el cine de la primera y segunda década del nuevo milenio se enfrentaba al hecho de un público que había crecido frente a las pantallas del ordenador y el teléfono móvil. ¿Qué podría asombrar y conmover a las nuevas audiencias? ¿Cómo podría lograrse una conexión real que brindara valor a las historias narradas sino también, con el resultado en pantalla? Toy Story 3 (2010) de Lee Unkrich, vino a resolver el complejo dilema haciendo gala de los mejores atributos del cine Pixar.

Se trató de un capítulo de la historia que ya había conquistado audiencias en las décadas anteriores, sino que demostró que Disney Pixar apostaban a la madurez del producto en pantalla a través de una historia que en esencia, era para niños, pero que en ningún modo era solo infantil. Con una evolución asombrosa de los personajes, la película deslumbró no sólo por su el salto evidente en la tecnología de animación que Pixar utilizó, sino por un guión profundamente emocional que enlazó lo mejor de las anteriores entregas con un final apoteósico que cerró con cuidado y delicadeza las grandes líneas argumentales de una historia entrañable.

Pixar ha encontrado una forma magnífica de encarar los temas más dolorosos

El dúo Disney/Pixar demostró que el cine necesitaba algo más que adelantos tecnológicos de punta para cautivar al público y quizás, por ese motivo, varias de las grandes obras de la década están enfocadas en un ámbito emocional e íntimo que explora a un nuevo nivel las emociones de sus personajes. El film Cisne Negro (2010) de Darren Aronofsky, profundizó en clave de terror y suspenso, sobre la personalidad escindida, el bien y el mal moral, pero sobre todo, el sufrimiento de una forma tan estéticamente hermosa y bien construida, que convirtió al argumento en un punto de ruptura sobre el dialogo entre los entresijos de la mente y los terrores inconfesables. La actuación de Natalie Portman (frágil, violenta y audaz) le valió un premio Oscar y abrió la puerta para otros grandes dramas, basados, como no, en el sustento y en la versión de la realidad mediatizada a través del sufrimiento emocional.

Algo parecido ocurrió con Blue Valentine (2010) del director Derek Cianfrance, uno de los primeros grandes dramas de la década y quizás, uno de los más potentes de la historia del cine, con su descarnada combinación del sufrimiento emocional convertido en un lenguaje y sobre todo, el diálogo silencioso entre los personajes y el público. Ryan Gosling y Michelle Williams encarnaron a una pareja que se desmoronaba frente a la pantalla en una agonía tan dolorosa como violenta. Al final, el film recorrería cada uno de los espacios de la vida en pareja y la derrota cotidiana del desamor desde un escenario realista que definió la forma en que el drama llegaría al cine, en el nuevo milenio.

Ryan Gosling pareció aprender lo suficiente de la intimidad del sufrimiento como para protagonizar, esa pequeña joya del cine independiente como lo es Drive (2011) de Nicolas Winding Refn, todo un prodigio de imaginación, narración y argumento, en el que su personaje sufre todo tipo de vicisitudes desde cierta frialdad inexpresiva. Todo el argumento parece transcurrir desde el rostro hierático de Gosling y su amor profundo y extraño por Carey Mulligan. Con una portentosa capacidad para crear una atmósfera malsana e inquietante, la película transformó la usual road movie en algo más enrevesado, complicado y doloroso.

El 2010 también fue el año en que las redes sociales, que hicieron su histórico debut en el cine: The Social Network de David Fincher hizo recorrido inteligente, potente y bien construido sobre la conciencia colectiva y el mundo moderno, sino además, una reflexión sobre el poder, que curiosamente es más pertinente que nunca en la actualidad.

Claro está, el cine de los primeros años del milenio está marcado por la relación de los personajes con su entorno y su mente. Y mientras el personaje de Natalie Portman padecía dolores insoportable en su transformación en una mítica criatura que sólo habitaba en su imaginación y el conductor sin nombre de Ryan Gosling avanzaba a través de una ciénaga oscura plagada de peligros, el cine dio un salto considerable hacia la forma en que se analiza la vida cotidiana desde los extremos, los dolores y la soledad.

En 2012 esa densidad emocional encontró una nueva forma de expresión con la brillante Silver Linings Playbook de David O. Russell, en la que Jennifer Lawrence y Bradley Cooper se convierten en una trágica y desconcertante pareja de amantes en medio de sus enfermedades mentales. Hay algo dulce, amargo y portentoso, en la manera en que la película encuentra un lugar para lo extraño y lo angustioso en medio de un espacio carente de nombre. Y esa noción sobre la rareza, lo inusual y la belleza, lo que hizo del film uno de los iconos de un año especialmente brillante.

Las grandes y pequeñas historias

Luego de la solemne caída en los infiernos del Batman de Nolan, el cine de superhéroes tuvo que esforzarse por encontrar de nuevo su tono y su forma: The Avengers (2012) la primera gran película en equipo de superhéroes (que coronó los esfuerzos de Disney y Marvel por crear una colosal producción que reuniera a las principales figuras de la casa de las ideas) dotó de un nuevo ritmo y profundidad a la mirada de la cultura pop sobre sus grandes mitologías. Para la ocasión, Joss Whedon utilizó los trucos de entretenimiento puro que aprendió en Buffy, cazavampiros y creó una épica inteligente, ligera, pero a la vez ingeniosa sobre lo heroico. Lo mejor del cine del género había llegado a la pantalla grande.

Con un tono más comedido y oscuro, Zach Snyder intentó también brindar un nuevo aire al mundo de los superhéroes con su Superman: Man of Steel (2013), en la que el último hijo de Kripton se convierte no sólo en una nueva incógnita dentro del Universo Cinematográfico DC, sino en un personaje con nuevas dimensiones que encarnó una nueva era de la casa de editorial en su intención de competir con Marvel en su terreno. Pero a pesar del buen esfuerzo de su director y un guión sólido que exploró la noción más humana del superhéroe, no logró en realidad llenar las expectativas. El Superman encarnado por Henry Cavill volvería a aparecer tanto en Batman vs Superman (2016) como la fallida Justice League (2107), ambas dirigidas por Snyder, sin que DC logrará dar verdadera profundidad al mundo superheroico basado en su icónico mundo editorial.

La oscuridad de los hombres

Lorraine Warren (Vera Farmiga) sostiene un pequeño reloj de cuerda antiguo y contempla su rostro en el espejo de la tapa interior. La tensión aumenta y, de pronto, lo inevitable ocurre: una pequeña figura pálida aparece en una de las esquinas que refleja el pequeño objeto. Se trata de una escena exquisita y pequeña, de las muchas que sostienen la cuidada puesta en escena de The Conjuring (2013). La película que trajo de vuelta el buen cine de terror de los años ’70, con inteligencia argumental y los recursos narrativos del nuevo milenio. James Wan creó una obra delicada, elegante y sofisticada que reformó el cine de género y lo convirtió en algo por completo nuevo, dejando atrás los años de opaca repetición de clichés y estereotipos que habían llevado al cine de terror a una progresiva erosión en el gusto del público.

Pero Wan también exploró la oscuridad de los hombres, en un doble discurso que hizo de The Conjuring un éxito de taquilla y de público. La forma en que lo que tememos se manifiesta como líneas elementales y consistentes de la psicología colectiva. Algo parecido logró Steve McQueen en su película 12 Years a Slave (2013), en la que despojó al tema de todo disimulo al tema de la esclavitud y lo dotó de un poder simbólico de asombrosa contundencia. McQueen, que ya había conmovido a las audiencias con Shame (2012), utilizó el mismo recurso de despojar a sus personajes de toda capa que pudiera ocultar el sufrimiento deshumanizado y violento que padecían.

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Y mientras Michael Fassbender sufría los secretos inconfesables de una adicción que le robaba toda posibilidad de redención y convertía a su personaje Brandon Sullivan en un alma perdida y roto en medio de una soledad indescriptible, el mismo actor llevó los recovecos del alma humana al otro extremo al encarnar al esclavista Edwin Epps, capaz de las mayores crueldades y horrores. Ambos personajes — ambos creaciones de McQueen como formas de narrar los monstruos que se esconden bajo el rostro humano, son reversos de una misma percepción de la realidad. Mientras el adicto al sexo de Shame se autodestruye hasta romperse en mil pedazos en una escena de brillante y dura belleza, el esclavista golpea a un hombre hasta casi matarle, con una sonrisa demencial en el rostro. Se trató de una nueva reflexión del hombre en medio de la oscuridad, que vino a engrosar la galería de personajes de una década que se obsesionó con los mundos interiores descritos en el cine, más obvios y profundos que nunca.

Tal vez por eso, Gravity (2013) de Alfonso Cuarón se convirtió en la gran sorpresa: con su elenco compuesto por dos personajes y su reflexión sobre los espacios interiores a partir de Cosmos Infinito, logró el mismo recorrido que McQueen, solo que a través de una búsqueda de lo asombroso, que la Ciencia Ficción dotó de una belleza hipnótica. Sandra Bullock abandonó sus sonrisas de niña amable, cortó su larga melena castaña y flotó hacia la posibilidad de la redención, mientras analizaba su propia vida desde el miedo a la muerte.

En algo parecido meditó el argumento de The Wolf of Wall Street de Martin Scorsese, al explorar la codicia moderna desde los excesos encarnados por Leonardo Di Caprio, ya convertido en uno de los actores fetiches del director y que reflejó la ambición contemporánea entre excesos de alcohol y drogas, lluvias de billetes y carcajadas heladas. Llegando casi a la mitad de la segunda década del Milenio, el cine comenzaba a hacerse grandes preguntas y sobre todo, a responderlas en pantalla.

El amor según la tecnología, los nuevos mutantes y un extraño grupo de compañeros espaciales

Luego de atravesar una buena cantidad de altibajos, la franquicia X Men necesitaba una nueva revisión o al menos, un aire fresco que le permitiera recuperar el sitial perdido por otras franquicias superheroícas. Y la oportunidad llegó con X-Men: Days of Future Past de Bryan Singer, una película que renovó por completo el universo de los mutantes y además, creó la infinita posibilidad de sostenerse sobre líneas alternativas temporales y una fresca connotación sobre varios de los principales hilos argumentales de la franquicia.

En el 2011, Matthew Vaughn había dado el necesario impulso para la renovación de la franquicia con X Men: First Generación, pero sin duda, fue la magnífica obra de Singer la que logró traer de nuevo al célebre grupo de mutantes a la pantalla grande con toda la profundidad que los personajes merecían. Con Michael Fassbender encarnando a un Magneto de antología y James McAvoy como un humano Charles Xavier en pleno uso de sus facultades físicas, la película se convirtió en una de las mejores películas de superhéroes de la historia y la demostración que la saga mutante aún tenía mucho que ofrecer.

x-men days of future past

También hubo cambios de considerable importancia en la factoría Disney: Elsa de Arendelle no solo cantó “Let It Go” y la convirtió en la canción de películas animadas más rentable de la historia, sino que además cambió para siempre el mundo de las Princesas Disney. Convertida en un fenómeno taquillero, la relación entre las dos hermanas más famosas del estudio del ratón Mickey acaba de repetir éxito en boletería y crítica con una historia feminista, poderosa y sensible que demuestra —si alguien lo dudaba— que llegó el tiempo de las heroínas en el cine.

De damiselas en apuros a heroínas: la evolución de las Princesas Disney

En el Universo Marvel, las cosas comenzaron a moverse también muy de prisa y de pronto, un grupo de desadaptados, perdedores y ladrones se convirtió en uno de los triunfos más singulares de la factoría de la casa de las ideas: Los Guardianes de la Galaxia Volumen I llegó en el 2014 para marcar un antes y un después en la forma en que Marvel asumía a sus personajes secundarios y menos conocidos del mundo del cómic. La película se convirtió no sólo en un éxito de taquilla, sino también, en una nueva versión del Universo superheroíco.

Gamberra, por momentos humorística, a ratos conmovedora, la obra de James Gunn removió los cimientos del cine de superhéroes y le dio un segundo aire, que recordó que aunque el peligro de saturar a la audiencia siempre está muy cerca, no faltan movimientos estratégicos que renueven el género con buen gusto e ingenio. Pero sobre todo, Gunn exploró con cuidado las delicadas conexiones entre el cine de género y las emociones humanas, recordando que la gran mayoría del público acude al cine para ver buenas historias con las que pueda empatizar.

guardianes de la galaxia vol 2

Un año antes, el director Spice Jonze había meditado sobre el tema, pero desde la intimidad y una infinita melancolía: Her, exploró las posibilidades de la ciencia ficción y la fantasía, convertida en un vínculo misterioso entre la mente y las emociones humanas. Como la extraña historia de amor que es, el argumento medita y profundiza sobre los dolores y pesares del espíritu humano, idénticos entre sí no importa la época y la circunstancia que atraviese su protagoniza. Para la ocasión, Joaquin Phoenix encarnó a un atormentado Theodore Twombly, que sucumbió al desarraigo y la soledad, en medio de una enloquecedora historia de sentimientos inexplicables hacia un dispositivo de inteligencia artificial, con la voz de Scarlett Johansson, tal vez una de las parejas más trágicas de la década y también, de las más exquisitas.

La nueva chica mala recorre un paraje misterioso

Rosamund Pike tiene el extraño privilegio de ser la llamada primera chica mala del nuevo milenio, un curioso título que podría parecer excesivo hasta que el argumento de Gone Girl (2014) de David Fincher no solo la transforma en uno de los personajes más fascinantes de la historia del cine, sino la demostración de una renovación sobre los estereotipos femeninos en el cine. La Amy Elliott Dunne de Fincher, encarnó una nueva y mucho más sofisticada versión de la Alex de Glen Close en Fatal Atraccion (1987) de Adrian Lyne, sino que además, creó un nuevo tipo de mujer aterradora que se hizo preguntas sobre la naturaleza humana que hasta entonces, había resultado un poco inquietantes, cuando no casi imposibles de responder. Amy, capaz de sonreír cubierta de la sangre del hombre que acababa de asesinar, encarnó un nuevo tipo de antiheroína que se convirtió quizás en modelo para muchas de las que vendrían después.

Al año siguiente, George Miller llevaría a la pantalla grande a otra heroína atípica: con el cabello cortado al rape, un brazo amputado y conduciendo a toda velocidad por un desierto postapocalíptico, la Imperator Furiosa de Charlize Theron convirtió a Mad Max Fury Road, en algo más que la reinvención de una célebre franquicia. La película asombró por su argumento feminista pero también, por el hecho de redimensionar y reclasificar los roles de género en las películas de acción. El silencioso Max Mad encarnado por Tom Hardy se encontraba al mismo nivel que la Furiosa de Theron y juntos crearon una de las historias más memorables de los últimos tiempos. Con rumores de una secuela en puertas, solo queda preguntarse ¿Qué ocurrirá con Furiosa en plena época #MeToo?

Lo entrañable, el tiempo transcurre y los legados invisibles:

Christopher Nolan se aseguró de guardar por todos los medios posibles el secreto sobre el argumento de Interstellar (2014), de modo que cuando la película llegó al cine sorprendió por su combinación de ciencia ficción en estado puro y un elemento emocional que no llegó a convencer a todo el público, pero si dejó muy claro que el cine se había convertido en terreno fértil para la combinación de géneros y también, la percepción sobre una manera novedosa de narrar historias.

Algo que Wes Anderson ya sabía. El director llevaba buena parte de la década anterior sorprendiendo a sus seguidores con una colección de películas que mezclaban argumentos brillantes con una depuradísima estética visual. El Gran Hotel Budapest (2014) depuró el estilo del director que le brindó la oportunidad de crear una nueva percepción del estilo visual como una forma de conformar — y construir — un lenguaje elaborado y efectivo. Más adelante, el director lo lograría de nuevo de Isle of Dogs, esta vez desde una conmovedora fábula que demostró que el director había no sólo profundizado en la forma de contar historias sino también, de hacerlas inolvidables.

"Grand hotel Budapest" | Wes Anderson

2014 trajo también al nuevo héroe de acción del milenio: John Wick de Chad Stahelski y encarnado por Keanu Reeves, llegaría para sacudir los polvorientos cimientos del cine de acción y narrar una historia que aunque trivial, tuvo todos los elementos para sostener algo más complejo. El Wick de Stahelski es una combinación del clásico Chuck Norris de los años ’80 con una versión más depurada del clásico asesino silencioso en busca de revancha. Como diría su director en una entrevista: “Todo se trata de contar buenas historias”.

Y si de contar historias hablamos, Boyhood (2014) de Richard Linklater ponderó sobre la evolución espiritual, moral y física de los personajes desde un raro experimento argumental que todavía sorprende por su audacia: el director reunió a buena parte de su elenco y le propuso filmar una épica cotidiana en tiempo real que se reflejaría en pantalla. ¿El resultado? Es un meditado recorrido sobre las emociones, los vínculos que unen y sostienen sobre un lenguaje emocional profundamente asimilado y los dolores discretos de la vida corriente. Para Linklater, fue crear una mezcla entre el cine y el mundo real. Para la audiencia, una experiencia asombrosa.

Pixar por supuesto, también tenía algo que decir sobre el tema de las emociones y lo hizo como mejor sabe hacerlo. Inside Out (2015) de Pete Docter fue el gran experimento del estudio para contar una historia de enorme belleza y profundidad, a través de la sencillez. Y no solo lo logró, sino que convirtió a la película en una meditada forma de comprender a la identidad, la personalidad y lo que sostiene nuestro mundo interior.

Creed (2016) de Ryan Coogler meditó también sobre las emociones, el dolor y la redención, solo que llevados al escenario de una de las franquicias más queridas de la historia del cine. Rocky Balboa regresó al cuadrilátero pero no para levantar, sino para dar su última batalla a través de Michael B. Jordan, como el hijo del recordado Apollo Creed. La combinación, reflexionó sobre el legado difuso que el cine refleja y también el poder de la nostalgia en las nuevas audiencias cinematográficas.

El gran regreso a una galaxia muy, muy lejana

Cuando Disney adquirió LucasFilm fue evidente que el Universo Star Wars regresaría a la pantalla grande. Y lo hizo, mucho antes de lo esperado y de una manera casi apoteósica: Star Wars: Episode VII — The Force Awakens (2015) de J.J Abrams rompió todos los récords de taquilla y se convirtió en un regreso a no sólo los personajes más emblemáticos de la saga, sino la puerta abierta para toda una nueva serie de historias, que con menor y mayor fortuna, han ampliado el detalladísimo Universo de Space Opera más querida del cine. En el 2017 Star Wars: Episode VIII — The Last Jedi de Rian Johnson continuaría la historia y dividiría a los fanáticos, con su ruptura del canon tradicional en favor de una revolución argumental que no fue muy bien recibida. El próximo 20 de diciembre, Star Wars: The Rise of Skywalker de J.J Abrams pondrá punto final a la nueva trilogía y a la historia de los Skywalker. ¿Estará a la altura de sus predecesoras? Sólo resta esperar.

Una deuda histórica, los plácidos silencios de la memoria y un lenguaje desconocido:

Sin duda, Leonardo Di Caprio es uno de los gran actores de su generación y quizás, uno de los mejores de la historia, pero tuvo que luchar con un oso a manos desnudas, para ganar su primer Oscar. No obstante, la película de The Revenant (2016) de Alejandro González Iñárritu es mucho más que la anécdota sobre el triunfo de su protagonista, sino una obra que marcó un antes y un después, al momento de analizar los grandes espacios naturales como una obra elaborada y sustanciosa en consonancia con la vida interior de sus personajes.

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Algo parecido podría decirse sobre Moonlight (2016) de Barry Jenkins, que utilizó a Miami en todo su esplendor decadente para reflexionar sobre el amor adulto, los sufrimientos invisibles y las pequeñas grandes desgracias intimas. Con su aire pesaroso, intimista y melancólico, la película logró lo que parecía imposible: que una historia sobre la vida de un hombre gay afroamericano se alzara con la estatuilla a mejor película del año. La La Land de Damien Chazelle también medito sobre el amor y sus contratiempos, en uno de los grandes musicales de una década en la que el renacimiento del género avanzó a pasos atropellados. No logró el Oscar — y protagonizó el momento más embarazoso del año sobre el escenario en la entrega de los Premios de la Academia — pero si, logró recordar el sabor de los grandes musicales de la época dorada de Hollywood.

Una época dorada que celebró a grandes mujeres fuertes a las que Amy Adams parece encarnar para el nuevo milenio. La actriz venía de encarnar una mujer ambigua compleja y pesarosa en Nocturnal Animals (2016) de Tom Ford, para inmediatamente después encarnar a la única persona capaz de comprender un críptico mensaje en código alienígena en The Arrival (2016) de Denis Villeneuve. La actriz es el vínculo entre ambas películas, sino en su reflexión sobre lo inevitable y la noción sobre el destino, a través de dos géneros en apariencia contradictorios: desde el suspense a la Ciencia Ficción, Adams elaboró un cuidadoso retrato sobre la desdicha, el desarraigo y el dolor espiritual.

Los superhéroes también envejecen y los monstruos pueden enamorarse

La despedida de Lobezno, uno de los personajes más emblemáticos de la saga X Men, se convirtió en una película extraordinaria a cargo de James Mangold. Con un indudable aire a un western de cuidada factura Logan (2017) hizo por el héroe de las cuchillas afiladas lo que años antes Heath Ledger por el Joker: brindarle un sustento adulto a un personaje del mundo del cómic. Para la memoria colectiva, la muerte del personaje fue también su redención y la película — con su argumento hostil, violento y conmovedor — un recorrido por lo mejor del cine de género.

De hecho, el 2017 analizó de maneras distintas temas parecidos: Dunkerke de Christopher Nolan reflexionó sobre el dolor de la guerra, los sacrificios mínimos y el valor individual, desde un extremo heroíco que recordó de alguna u otra forma a esas grandes planicies de Sergio Leone que inspiraron a Mangold para Logan. Tanto una como otra película, fueron un recorrido por la naturaleza humana y al final, una celebración de sus mejores atributos. Un profundo recorrido a través de las emociones humanas desde símbolos distintos, pero recurrentes.

Warner Bros Pictures

Otra superheroína llegó a la pantalla grande y lo hizo para demostrar el poder de las grandes mujeres poderosas en el cine: Wonder Woman (2017) de Patty Jenkins y encarnada por Gal Gadot, no sólo se convirtió en el gran éxito de taquilla que DC necesitaba para sostener su agonizante Universo extendido sino un éxito por derecho propio. Con varias escenas de antología y una mirada por completo renovada sobre las heroínas en pantalla, la primera encarnación de la hija de Themyscira en el cine se convirtió en uno de los éxitos más resonantes de la década.

También fue el año de las grandes historias de amor: Call me by Your Name de Luca Guadagnino meditó sobre el primer amor y la ternura primaveral del descubrimiento del mundo interior, mientras que Guillermo Del Toro levantó la estatuilla a mejor película del año con La forma del Agua, la extravagante historia de amor entre una mujer muda y una criatura inexplicable. Pero al final, se trató del amor, enlazado y sostenido por una mirada al futuro y sobre todo, por las pequeñas grandes vivencias que cambian la vida para siempre.

Pixar regreso a la pantalla grande y esta vez, demostró con Coco que su capacidad para conmover y crear grandes historias a partir de temas abstractos continúa intacta: dirigida por Lee Unkrich y Adrián Molina, el argumento es un homenaje a la cultura mexicana y su relación con la muerte, pero también un reconocimiento a la diversidad en una época políticamente complicada.

E incluso este 2017 tan variado y lleno de propuestas, tuvo el tiempo para meditar sobre nuevo tipo de terror: Jordan Peele llegó para crear toda una nueva versión sobre el miedo cotidiano y lo que se esconde bajo la apariencia de la normalidad en Get Out, su opera prima y que le convirtió en una de las grandes promesas del cine de terror del nuevo milenio.

Las épicas de nuevas mitologías cinematográficas

La escena que cierra la extraordinaria Avengers: Infinity War (2018) de los Hermanos Russo, está llena de silencios. El grupo de héroes originales observa el mundo sumergido en una tensa quietud, mientras pequeños hilos de cenizas se elevan a su alrededor. Así terminaba una de las películas más colosales de Marvel y, sobre todo, una de las más osadas: la mitad de los personajes morían luego que el villano Thanos lograra reunir las piedras del Infinito y crear un genocidio a niveles cósmicos, que dejó a nuestros personajes sumidos en el horror y el desconcierto. Para muchos críticos es la película que cierra el ciclo de Marvel sobre sus superhéroes, pero, sobre todo, una alegoría fantástica y potente sobre todos los temas que las diferentes películas de la exitosa franquicia había tocado hasta entonces.

Por supuesto, aunque todavía la conclusión a la historia quedaba a un año de distancia, el éxito de Infinity War consistió en lo inesperado y en la fortaleza de una narración que atravesó todos los registros posibles.

De modo que el triunfo de crítica y taquilla de Avengers: Endgame no resultó una sorpresa para nadie, pero sí rebasó incluso los cálculos más optimistas. Convertida en la película más taquillera de la historia, no sólo cerró todos los hilos argumentales de la llamada fase tres del Universo cinematográfico de Marvel sino que además, fue un homenaje sentido a los fanáticos que durante más de diez años, acompañaron al estudio en una aventura prodigiosa. Fue el cierre magistral de una gran batalla de ideas brillantes y una puesta en escena inteligente, que, además, permitió explorar las infinitas posibilidades del Universo Marvelita.

Y si hablamos de universos hubo otra película que también demostró que hay mucho que decir sobre el mundo superheroíco, siempre en constante revisión: Spider-Man: Into the Spider-Verse de Peter Ramsey, Robert Persichetti Jr. y Rodney Rothman, exploró los multiversos de uno de los personajes más queridos del cine y el cómic, esta vez con el rostro de Miles Morales, héroes de las historietas que aún no había llegado al mundo cinematográfico. Sorprendente, con un guion extraordinario y quizás la más inteligente forma de narrar una historia completa, la película se transformó en un hito del cine de animación.

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Un nuevo tipo de cine

Roma, de Alfonso Cuarón

No todos apreciaron su ritmo pausado y su versión clásica del cine: Roma (2018) de Alfonso Cuarón, llegó para cambiar el juego de la industria del cine y construir nuevos caminos para la producción cinematográfica independiente. Producida y financiada por Netflix, la película se convirtió en la sensación de la temporada de premios del año y llegó a ganar la estatuilla a la mejor película extranjera en el Oscar y optar por la de mejor dirección. Algo, que abrió las puertas a una de las grandes películas de los últimos años: The Irishman (2019) se ha convertido en un fenómeno de crítica y sobre todo, en la obra cumbre de Martin Scorsese en la que resume su forma de comprender el cine. La película también fue producida gracias a Netflix y de pronto, es más obvio que nunca, que la industria cinematográfica comenzará a transformarse gracias a las influencias de las grandes cadenas por suscripción streaming.

Crítica de ‘The Irishman’: la oscuridad de los hombres regresa al cine de Scorsese

Los monstruos que se esconden en la oscuridad

Un niño con un impermeable amarillo se acerca a una alcantarilla en medio de una tormenta torrencial: Georgie Denbrough está a punto de morir y convertirse en parte de la historia del cine. El director Andrés Muschietti no solo adaptó la colosal novela de terror It para una nueva generación, sino que además creó toda una versión renovada sobre los viejos mitos del escritor Stephen King. Con su aire lúgubre, nostálgico y crudo, la película recordó los monstruos que habitan en la oscuridad y sobre todo, el poder que aún ejercen sobre nuestra imaginación.

Algo semejante intentó con éxito Todd Phillips, cuando decidió narrar la historia de origen de Joker desde una mirada realista en Joker. El Arthur Fleck de Joaquin Phoenix es una criatura de las sombras y también, un monstruo escondido bajo el rostro de un hombre frágil y taciturno. El director explora el dolor, el desarraigo y los miedos contemporáneos para crear una pequeña obra de arte que cierra el año con cuatro nominaciones al Globo de Oro y quizás, un número más abultados en las futuras para el Oscar de la Academia. Como descubrió Georgie y después Arthur, no todos los monstruos son evidentes y algunos, tienen rostro humano.

¿Y en el futuro? Con su extraña mezcla de drama, suspenso, terror y humor negro Parasite de Bong Joon-ho, triunfó en Cannes y se ha convertido en un fenómeno mundial. Y quizás, también el anuncio más claro de lo que nos espera en la década siguiente del cine: una forma de narrar historias imprevisibles, desconcertante pero sobre todo, profundamente humana que cambie el mundo cinematográfico para siempre.