A principios de la década de los 2000, el ex presidente de Disney Consumer Products, Andy Mooney, creó que lo que en la actualidad conocemos como Princesas Disney o lo que es lo mismo, una selección de los personajes más emblemáticos de la casa de Mickey que formarían parte de una franquicia exclusiva dedicada en específico al público femenino.
El grupo original incluía a Blancanieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Belle y Jasmine. En algún punto de los años siguientes Campanilla fue incluida para luego ser reemplazada por Tiana, Pocahontas y Mulán. Por último, el curioso club aceptó entre su exclusiva membresía a Mérida y Rapunzel, en medio de unas muy publicitadas ceremonias en los parques temáticos de la empresa.
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Elsa, Anna (Frozen, 2013) y Moana (de la película del mismo nombre estrenada en el 2016) llegaron para completar lo que parece ser un recorrido por la historia misma de la compañía y, también, la forma en que analiza a sus personajes e historias más emblemáticas.
Las catorce princesas han tenido un considerable impacto cultural: no sólo por convertirse en frecuente reinvención, parodia y memes de varios de los activos más importantes de Disney, sino además por la constante discusión a su alrededor sobre cuanto influyen —y de qué manera— sobre las niñas —y también niños— que forman parte de su amplia base de fans.
No se trata de una exageración, aunque pueda parecerlo: las princesas Disney son consideradas en la actualidad parte de cierto patrimonio intangible, que aunque puede y necesita ser actualizado sostiene una percepción de considerable importancia acerca de los atributos de lo femenino contemporáneo. A pesar de su tendencia al estereotipo y lo mucho que se ha debatido sobre su figura y premisa de belleza imposible, la compañía también ha procurado que durante los últimos años sus personajes icónicos tengan un considerable ingrediente de valor agregado de atributos intelectuales y de carácter que puedan brindar un contexto distinto a las niñas que les idolatran.
De la misma manera que Barbie —a quien por años se le criticó por promocionar un ideal de belleza inalcanzable—, las mujeres creadas por Disney para sus productos cinematográficos y televisivos atravesaron una lenta evolución hasta convertirse en una forma de reflejar el crecimiento de ideales y virtudes, además de en símbolos infantiles con un peso benéfico; elaborado alrededor de la idea de un objetivo moral de considerable importancia. Ya no se trata de encarnar cuentos de hadas tradicionales, también hay que sustentar un discurso muy específico sobre la mujer y lo femenino, que las Princesas Disney, desde su ternura, fragilidad y el inevitable apego al canon comercial, representan en la medida de sus limitadas posibilidades.
¿Es aceptable la simbología e importancia que se le brinda a las princesas, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de productos comerciales y también, de estereotipos que de alguna manera, contradicen el discurso sobre el género en la actualidad? La idea merece una reflexión cuidadosa y sobre todo, una mirada amable sobre su verdadera trascendencia.
Las inevitables princesas
En el 2016, The New York Times publicó un artículo en el que divulgaba la considerable importancia de las Princesas Disney en niñas —y también niños— menores de diez años. Se trataba de la estrecha relación entre las encarnaciones de los cuentos tradicionales, de un real vinculo afectivo y emocional con la versión de la compañía en pantalla grande. Según los investigadores, la mayoría de las niñas que jugaban con las muñecas alegóricas o usaban mercancía alegórica, se esforzaban por imitar al personaje.
Según la misma investigación, la relación entre las niñas y la figuras de las Princesas Disney muestra a la vez un rasgo positivo y otro negativo; lo que presupone que la figura como símbolo puede tener un peso concreto en determinados comportamientos infantiles. Por un lado, se comprobó un aumento de los estereotipos femeninos (como jugar en silencio y evitar riesgos) en las niñas que tienen por ejemplo a las Princesas. No obstante, también se constató que las figura de las personajes son metáforas de ideas esencialmente poderosas relacionadas con la figura femenina.
Todo es cuestión de perspectiva
“Blancanieves y Cenicienta eran activas”, dijo Catherine Connors, fundadora de Demeter Media y también ex directora de contenidos de Disney Interactive for Women and Family “pero no necesariamente masculinas”. Una idea que reflexiona sobre a qué se le confiere importancia al momento de analizar la fortaleza femenina en diversos patrones de la cultura pop.
La mayoría de las Princesas Disney aspiran a ser rescatadas y celebran el amor romántico (lo que podría considerarse una metáfora sobre lo que se considera tradicional en personajes femeninos), pero también son mujeres son mujeres fuertes, compasivas y amables, que demuestran —o así lo sugiere Connor— que la fortaleza en los personajes va más allá de lo obvio.
Y es allí donde la percepción de las Princesas Disney ha evolucionado de forma acelerada durante los últimos años. De las mujeres frágiles, aterrorizadas, en busca de ser rescatadas, las figuras emblemáticas de la compañía han encontrado una forma de manifestar el poder espiritual que las define, un impulso intelectual y moral de considerable importancia. Desde Mulán —que acudió a la guerra para salvaguardar el honor de su familia— hasta Mérida —que se negó a cumplir el papel tradicional que se esperaba de ella— las princesas Disney se han transformado en una versión sobre la mujer que se sostiene sobre la búsqueda de atributos de enorme significado moral, una idea en la que Disney trabaja en el mundo de las Princesas y a gran escala en el resto de sus productos.
Salvar al mundo al ritmo de una buena canción
Parece exagerado atribuir a la simplicidad de las Princesas Disney un valor que además supone una cierta contradicción a la figura femenina que se promociona en la actualidad. Pero a su manera, las mujeres de la factoría Disney han alcanzado una forma de sostener una mirada singular sobre la fortaleza femenina, que les llevado a convertirse de superficiales símbolos de culto comercial a verdaderas heroínas para un considerable número de fans.
Uno de los primeros intentos del cambio de paradigma fue con Mulán (Tony Bancroft, Barry Cook — 1998), en donde ya era evidente que la tradicional princesa del estudio del Ratón Mickey podía desarrollar un peso argumental considerable. Liberada del patrón tradicional y sobre todo, con un propósito específico más allá del romántico, Mulán sorprendió por su combinación de bondad y fuerza. El fenómeno se repetiría con Mérida en Brave ( Brenda Chapman, Mark Andrews — 2012); que no solo no necesitaba un ideal romántico, sino que se enfrentó a la posibilidad de un papel tradicional. Para cuando Elsa de Arendelle cantó “Let it Go”, el cambio de la identidad de la Princesa Disney era más que evidente pero sobre todo con una considerable importancia. Se convirtió en un símbolo de una nueva forma de contar historias dentro del estudio y de mostrar a su heroína.
Elsa de Arendelle, reina por derecho propio, traumatizada por un poder inexplicable y en la búsqueda de su identidad, tuvo el privilegio de comenzar una lenta revolución que permitió que las Princesas Disney se liberaran de la carga de un motivo romántico y tradicional para sostenerse. Frozen se convirtió en un inmediato suceso de boletería y público, pero también en un mensaje a la industria: el poder de las heroínas. Hasta entonces, resultaba impensable que una de las clásicas Princesas Disney pudiera sostener una historia sin un interés romántico de por medio y sobre todo, sin coincidir con el canon habitual en cómo el estudio suele mostrar a los personajes.
Frozen resultó una inspiración que aglutinó la idea de las mujeres de que “sueñan en grande”, un concepto que por otro lado Disney había comenzado a explotar de manera tímida en producciones anteriores. Pero fue Elsa, y en menor medida su hermana Anna, las que brindaron rostro a una nueva vanguardia sobre la noción de lo femenino como una expresión de poder real. Una elevada connotación sobre la capacidad de la mujer en la cultura pop para ser algo más que un símbolo emocional relacionado con los dolores, sufrimientos y padecimientos del mundo romántico. Algo que se reflejó en Moana ( Ron Clements y John Musker -2016) en la que la heroína no tiene interés romántico alguno —ni tampoco, hay la menor insinuación que pueda haberlo— sino que además, tiene un propósito muy definido: batallar para salvar a su pueblo y a la isla en que vive.
De modo que las princesas Disney —todavía incómodas, la mayoría de las veces en contraposición a la forma en que la mujer se concibe en la actualidad— continúa siendo una parte importante de la cultura que celebra a la mujer, que asume su importancia y en la actualidad, se sostiene sobre un imaginario propio de considerable importancia. De mujeres en desgracias a heroínas poderosas, las mujeres Disney crean una nueva versión sobre lo femenino pop, que quizás necesite una revisión más profunda — y amable — de la que ha recibido hasta ahora.