Las princesas Disney se han constituido como toda una institución dentro de la casa de Mickey Mouse, pero no podemos decir lo mismo de sus contrapuntos masculinos. Los llamados príncipes Disney lo son por derecho de cuna o de matrimonio, pero no han tenido el honor de pasar a formar parte de un club nominal en la compañía, por lo que las líneas entre estos personajes son algo más difusas y podemos tomarnos la libertad de añadir a alguno que en la lista femenina ha sido excluido, como Simba o Kovu, los leones protagonistas de El rey león y El rey león 2.

Mucho se ha debatido en los últimos veinte años sobre la influencia de las princesas Disney en la audiencia infantil, ya que las toman como referente y modelo a seguir, pero es necesario detenernos también sobre los príncipes para hacernos una idea de qué figuras están inspirando a estos niños y niñas, y qué ideales se han establecido a la hora de buscar una pareja romántica.

De damiselas en apuros a heroínas: la evolución de las Princesas Disney

En la primerísima época de los clásicos Disney solo podemos hablar de príncipes sin agencia. Perfectos en su actitud de valeroso silencio, *los príncipes de Blancanieves y los siete enanitos (1937) y Cenicienta (1950) son una idea más que un personaje*. El primero se enamora de la joven Blancanieves al oírla cantar y apenas pronuncia un par de palabras en toda la cinta, limitándose a besar a la doncella dormida al final. Lo mismo podemos decir del segundo, que se pasea por el castillo bailando con todas las damas casaderas del reino hasta que la joven de zapatos de cristal llama su atención. Con una salvedad, y es que este caballero sí parece tener alguna motivación externa, ya que al principio de su historia nos lo presentan como un hombre independiente que tiene poco interés en contraer matrimonio y trae de cabeza al viejo rey.

Nueve años más tarde, Disney nos presentaría al príncipe Felipe —el primero con un nombre propio de importancia— en La bella durmiente (1959). Felipe se enamora de la voz de Aurora, pero su papel en la película es mucho más significativo: se rebela contra su matrimonio concertado —sin saber que se trata de la misma Aurora— y emprende el rescate de su amada, luchando contra las hordas de Maléfica y el inmenso dragón hasta llegar a la princesa. Eso sí, todos sus actos de heroicidad se dan a costa de una protagonista ausente, sin presencia en la película de la que es el personaje principal. Además, sigue mostrando un ideal de masculinidad inalcanzable que se relaciona con la figura del príncipe clásico de cuento.

Lo que resta de siglo, Disney flirtea con la posibilidad de unos príncipes liberados de este canon y que formen equipo con sus intereses amorosos femeninos. Esta evolución va de la mano de forma irremediable con el cambio de las propias princesas, que pretende ajustarse al devenir de los tiempos y la nueva mentalidad respecto a lo que significa ser mujer. El príncipe Eric (La sirenita, 1989), Bestia —o príncipe Adam— (La bella y la Bestia, 1991) y Li Shang (Mulán, 1998) son personajes con total agencia en sus respectivas películas que se sorprenden, de una manera u otra, por la fuerza de las princesas de las que se enamoran y trabajan con ellas para salvar el día, en lugar de tomar del todo las riendas.

Tanto Eric y Ariel —que derrotan juntos a la bruja del mar—, como Bestia y Bella —que acaban con Gastón y los pueblerinos, ayudados por los habitantes del castillo embrujado— nos enseñan que ambos protagonistas pueden compartir el foco de atención sin minar la autonomía de uno de ellos. En el caso de Bestia, además, nos muestran por primera vez la importancia de los sentimientos masculinos. Bestia deja marchar a Bella cuando lo necesita y es su amor por ella lo que finalmente lo salva de la maldición.

Pero no podemos olvidar la contrapartida terrible de algunas de estas actitudes, y es que enseñar a una audiencia infantil y fundamentalmente femenina que el amor cambia a las personas puede ser un riesgo. Lo que ocurre en un cuento infantil como este —Bestia deja atrás toda agresividad, violencia y malos modos cuando se enamora de Bella— no tiene nada que ver con la realidad. En este sentido, **La bella y la bestia normaliza uno de los mitos más peligrosos del amor romántico**, y del que las expertas en violencia de género suelen advertir.

Pero la compañía del ratón siguió avanzando, siempre manteniendo el equilibrio entre su inherente conservadurismo y una adaptación parcial a los nuevos ideales de la sociedad. Con Mulán cambió por completo el paradigma de las princesas Disney, y también el de sus parejas. El capitán Li Shang lucha contra sus prejuicios de época para terminar apoyando a la guerrera en su cruzada por salvar el país y la ayuda en la medida de lo posible para acabar con los hunos. Además, Shang se ha convertido en un símbolo bisexual para gran parte de la comunidad LGTBI+, al considerar que tenía sentimientos por Mulán también cuando creía que era un hombre llamado Ping. Por supuesto, esta teoría no entra en el canon de Disney que, por el momento, se niega a incluir diversidad entre sus personajes.

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Estos cambios se escenifican mejor en contraposición con Aladdín (1992) o Hércules (1997), que reflejan un modelo de héroe que debe hacerlo todo por sí mismo para salvar a la doncella en apuros —de forma literal en el segundo ejemplo—. En el caso de Aladdín, vemos cómo Disney ha querido reparar en cierto modo la actuación de su protagonista en el remake live action de este mismo año, en el que cambian el final. De este modo, Jasmín ya no tiene que intentar seducir a Jafar para distraerlo y que Aladdín pueda derrotarlo. Sin embargo, sigue siendo este último quien da con la clave para para derrotar al villano.

Otro tipo de príncipes

A partir de los 2000, los príncipes Disney han ido absorbiendo algunas de las mejores cualidades derivadas de la revolución de las nuevas masculinidades, que reclaman el alejamiento de los hombres del estándar tóxico tradicional. Arrancamos el nuevo siglo con el emperador Kuzco, cuyo físico y personalidad no podrían distar más de la figura imperante de hombre “perfecto” clásica, y sus compañeros de reparto: el amigable y olvidadizo Kronk, que cocina buñuelos, y Pacha, un campesino bonachón y padre de familia.

Le siguieron los personajes masculinos de Atlantis: el imperio perdido, liderados por un académico de complexión flaca, que lleva gafas y no es demasiado habilidoso en las tareas físicas, pero que emplea su intelecto y sensibilidad hacia otras culturas para salvar el día. Como la princesa Kida, Milo ha quedado fuera del canon de la realeza de Disney, pero no deberíamos olvidar su importancia de la deconstrucción de los ideales masculinos y femeninos de los protagonistas de esta compañía.

Sin embargo, es *Flynn Ryder (Enredados*, 2010) quien pone la primera piedra en la instauración de un nuevo modelo de masculinidad en Disney. Flynn encarna todos los valores clásicos del perfecto interés amoroso: es guapo, fuerte, valiente y con carisma; pero también es un antihéroe en la medida en que es un ladrón sin principios morales en apariencia, que está dispuesto a todo para conseguir una recompensa con la que retirarse. A medida que avanza su historia, sin embargo, descubrimos aún más capas de su personalidad. Flynn se revela como Eugene Fitzherbert, un joven que es, en realidad, sensible y bueno de corazón, que había adoptado su fachada desenfadada para que lo tomaran en serio.

Por un lado, Flynn refleja la presión a la que los niños se ven sometidos por encajar en ese canon tradicional de masculinidad tan constreñido, que intenta reprimir sus emociones y deseos verdaderos. Por otro, se trata de uno de los primeros príncipes Disney que no aparta del peligro a la princesa. Rapunzel y él se defienden de las adversidades y luchan por mantener al otro a salvo sin pisarse entre ellos. Además, vuelven a poner de manifiesto la importancia de mostrar los sentimientos* en un emotivo final que los libra de Madame Gothel.

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Frozen* y el culmen de la evolución masculina en Disney

En 2013, Elsa de Arendelle demostró por primera vez en la historia de Disney que una mujer podía sostener por sí misma la trama de uno de sus clásicos sin que tenga que mediar ningún interés romántico. Esto la convirtió en una figura de indomable poder e impacto entre la audiencia, pero su “Let it go” no es el único acierto de esta película.

Walt Disney Animation Studios

En contraposición con su hermana, Anna de Arendelle es una joven revoltosa y soñadora que espera encontrar el amor verdadero más pronto que tarde. Por eso, se deja llevar por sus sentimientos con el príncipe Hans a la primera de cambio. Frozen no solo ridiculiza ese ímpetu de boda instantánea que ha caracterizado a casi todos sus clásicos hasta la fecha mediante la respuesta irónica de Elsa, sino que, además, rompe todos los esquemas al revelarnos a Hans como el villano de la historia.

Durante su viaje, Anna conoce a Kristoff, un joven recolector de hielo que da un giro espectacular a la figura del príncipe clásico. Kristoff es un poco huraño -pasa más tiempo con su reno Sven que con otros seres humanos- y, además, no tiene una figura normativa. Pero tiene un corazón bondadoso y, según evoluciona su relación con la princesa, se demuestra que haría lo que fuera por ella.

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Mientras que Frozen se centra casi en exclusiva en la transformación de Elsa y su relación de amor fraternal con Anna, Frozen 2 (2019) expande sus horizontes y busca profundizar en la naturaleza de todos sus personajes; también en la de Kristoff. Así, nos muestran a un joven que da una importancia tremenda a sus sentimientos por Anna y que pasa por una crisis relevante cuando cree que su relación podría estar enfriándose. Todo ello queda reflejado en una canción propia, “Lost in the woods”, que referencia las power balads de los años ochenta y noventa con un giro sensible que sitúa los sentimientos tradicionalmente adoptados por las mujeres en el principal personaje masculino.

No solo eso, sino que Kristoff jamás intenta quitarle el puesto de heroína a su novia. Desde el principio, sabe que ella es la princesa, la que mejor conoce a Elsa y la que tiene alguna posibilidad de salvar el reino. Por eso, cuando la ve corriendo para llevar a cabo el plan final que lo arregle todo, se pone a su lado y le dice “estoy aquí, ¿qué necesitas?”. Adiós para siempre al “yo te rescato” y al “ponte detrás de mí”; Kristoff sabe ayudar sin tener que buscar una posición protagonista.

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Además, es él el más interesado en hacer planes de boda. Durante la mayor parte de la película, intenta proponerle matrimonio a Anna sin mucho éxito y se ven sus enormes esfuerzos por mantener viva la llama de su amor. Por otro lado, es interesante que Kristoff se relacione con más personajes fuera de la pareja, ya que los intereses amorosos en Disney suelen limitarse a tratar con la princesa en cuestión y con el villano para derrotarlo. En cambio, Kristoff se relaciona con Sven, por supuesto, con Olaf y también con Elsa, con la que vemos que tiene una bonita amistad y con la que se funde en un tierno abrazo al final de Frozen 2.

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Kristoff es solo el primer paso hacia un nuevo modelo de masculinidad en Disney que es revolucionario a pesar de la simplicidad del cambio —un cuidado y atención básicas a las necesidades de su pareja—. Aunque Disney avance con pies de plomo en el terreno de lo modernizador, es un alivio observar que, de hecho, hay algún tipo de avance, aunque no estén dispuestos aún a dar espacio a la comunidad LGTBI+. Al menos, parece que en el futuro habrá mejores príncipes que sirvan de modelo a seguir para niños y niñas.

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