La palabra monstruo procede del latín monstrum, que significa “augurio” y representa una señal de los dioses frente a una desgracia o una amenaza. Por ejemplo, en los cuentos clásicos, los monstruos se utilizan para ilustrar los peligros del entorno, como sucede con el lobo feroz que acecha a Caperucita roja en el bosque o la bruja malvada de Hansel y Gretel. Con el tiempo, el concepto popular de este término ha pasado a denotar a criaturas fantásticas y terroríficas que reflejan nuestros miedos como sociedad. Por eso, los monstruos pueden tener muchas formas.
Dos errores y un acierto en ‘Godzilla: Rey de los monstruos’
En la ciencia ficción, suelen ser criaturas que no se pueden clasificar dentro de los campos de lo conocido y por tanto nos causan terror o rechazo, aunque muchas veces esté fomentado por nuestro propio desconocimiento. Así, el monstruo constituiría la ruptura de la normalidad, un amenaza a nuestro día a día; es “el Otro”. En el mundo occidental, esta normalidad es la que se identifica con una sociedad blanca y patriarcal, por lo que es frecuente que las víctimas de estos monstruos sean mujeres caucásicas indefensas. Así ocurre en las adaptaciones de King Kong o Drácula, por ejemplo.
Sin embargo, el monstruo no siempre representa al "Otro". En muchas ocasiones, este concepto ha derivado en una desfiguración del "Yo". Es decir, el monstruo está en nosotros mismos, es una representación de nuestros más oscuros pensamientos y deseos; nos muestra en lo que podríamos llegar a convertirnos. Los monstruos llevan presentes en nuestras historias desde que comenzaron a escribirse y el cine los ha explotado en todas sus formas posibles.
Una de las figuras más icónicas del cine de monstruos es Godzilla. Apareció por primera vez en el cine en 1954, en una producción de los estudios japoneses Toho. El monstruo reflejaba el terror nuclear de esta nación después de las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Aunque comenzó siendo un lagarto gigante que destruía todo a su paso, se convirtió en el salvador de Japón, en su protector frente a la amenaza occidental.
A lo largo de los años ha sido protagonista de más de treinta películas. Sus últimas adaptaciones occidentales corren de la mano de Legendary Pictures, que está en plena creación de su MonsterVerse. El pasado 21 de junio se estrenó la tercera entrega de la franquicia, Godzilla: Rey de los monstruos, en la que el Titán es representado como la salvación de toda la Humanidad. Este monstruo, junto a varios Kaiju más de la tradición nipona serían la única vía para restaurar los ecosistemas y proteger el planeta de la devastadora acción humana.
La mujer y la bestia
Muy relacionado con el anterior, King Kong aparece por primera vez en una película de 1933. Treinta años más tarde, Toho recreará su primer conflicto con Godzilla. Este enfrentamiento tendrá pronto su propio remake en el MonsterVerse en 2020.
En la historia original, King Kong es un gorila gigante que habita en Isla Calavera, un reducto biológico en el que sobreviven algunas especies de dinosaurios. Él, por el contrario, parece el último de su especie. Un equipo norteamericano de investigadores lo encuentra y se lo lleva para exhibirlo en Nueva York, pero el gigante escapa y consigue escalar el Empire State Building, en una icónica escena que todos recordamos.
En este caso, el monstruo no representaba ninguna amenaza para la Humanidad, y es nuestro impulso de intervenir en la naturaleza lo que provoca la destrucción de la ciudad y finalmente la muerte del primate. También es un buen ejemplo para ilustrar el papel de la mujer en esta clase de películas, ya que la única razón de que Kong escale el edificio es su afán por intentar proteger a la protagonista.
Esta hermosa joven rubia fue primero ofrecida como cebo al primate para capturarlo, pero consigue formar un lazo emocional con el monstruo y parece que este se enamora de ella. De aquí surge la famosa frase que afirma que a Kong no lo mataron las armas, sino la belleza de esta mujer, por la que sacrificó su vida. Una reflexión machista que saca a relucir el concepto dual de la mujer en la sociedad como un ser puro y uno perverso y sexual al mismo tiempo.
No es la primera vez que la mujer funciona como interés amoroso del protagonista monstruoso o como víctima de sus ataques. Sin ir más lejos, Disney nos muestra en La Bella y la Bestia (1991) una representación de la mujer que se corresponde con la de King Kong: una joven de gran belleza y sensibilidad que sabe ver más allá de la apariencia del monstruo. Ellas no lo perciben como un Otro, sino que son capaces de entender su naturaleza bondadosa. Se dan cuenta de que el verdadero monstruo no es la bestia, sino las personas.
En la aclamada La forma del agua (2017), de Guillermo del Toro, vemos una reinvención de este clásico de la literatura, en la que el monstruo es una criatura pacífica a la que sacan de su hábitat natural para estudiarla y sacar provecho de su extraña naturaleza. Su condición de “monstruo” radica en su aspecto alienígena y en su incapacidad para comunicarse de forma efectiva con los humanos. Por eso, la protagonista de la historia es una mujer muda, apartada de la sociedad por la misma razón.
De hecho, el reparto de la película está formado por personajes marginales: una mujer muda, una mujer negra y un hombre gay, todos ellos de clase baja. Por el contrario, el antagonista representa la “normalidad” que mencionábamos antes, y que se basa en la sociedad blanca y patriarcal. En este cuento al revés, son “los Otros” quienes reflejan los valores positivos y el “Yo” -hombre blanco heterosexual- quien termina siendo el verdadero monstruo.
El espejo de nuestro terror
Esta vuelta de tuerca que juega con nuestra concepción del monstruo tiene su origen probablemente en Frankenstein, la novela de Mary Shelley (1818) que narra la creación de un monstruo a partir de cadáveres. El macabro experimento del doctor Frankenstein da lugar a una criatura deforme, que lo fascina y aterra a partes iguales. Esta criatura refleja todos los miedos de la sociedad a principios del siglo XIX, en la que la modernidad y las revoluciones industriales ponían en tela de juicio las creencias y modos más tradicionales. El monstruo de Frankenstein aúna el miedo a los grandes cambios y despierta por primera vez el temor a que una creación propia se rebele contra nosotros.
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Otro monstruo que cambió paradigmas del cine de terror fue el xenomorfo de Alien: el octavo pasajero (1979). Este horripilante alienígena se concibió como un ente femenino y parasitario, que necesita de un recipiente humano para completar su ciclo reproductivo. Además, el Alien se diseñó para tener un aspecto marcadamente sexual, tanto en la forma física como en su motivación durante la película. Por primera vez, el monstruo era imbatible -fuerte, rápido, insensible y con sangre ácida- y de objetivos desconocidos. Nadie en la nave de Ripley sabía por qué los estaba atacando.
La violencia que exhibe el xenomorfo durante la película fue clave para conseguir el impacto que finalmente tuvo en el público. La escena del “parto” en la que una cría de Alien sale abruptamente del pecho de un hombre se ha quedado grabada en la memoria de todos los espectadores. Toda su iconografía no puede más que recordarnos de cierta manera al monstruo de Stranger Things.
El Demogorgon también permanece en las sombras durante casi toda la primera temporada. Solo percibimos retazos de su forma y movimientos rápidos por el rabillo del ojo hasta el enfrentamiento final en los últimos capítulos. De igual modo, su boca dentada, su agilidad y su violencia nos producen sensaciones similares a las del monstruo de Ridley Scott.
Esta criatura tiene un elemento añadido: viene de El Otro Lado, ese lugar que parece una realidad paralela, pero más oscura y por supuesto letal para los humanos. Es precisamente esta falta de conocimiento sobre el monstruo y su lugar de procedencia lo que nos provoca más terror. No deja de ser una proyección a gran escala del miedo que siente un niño a no saber qué se esconde en la oscuridad.
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Stranger Things se posicionó en 2017 como una de las originales de Netflix con más éxito, que renovó casi instantáneamente por cinco temporadas más. A pocas horas de que se estrene la tercera aún tenemos muy pocas pistas sobre El Otro Lado. Confiamos en que Once y los chicos puedan arrojar un poco de luz sobre la cuestión para saber a qué clase de monstruo nos estamos enfrentando esta vez.