Si hay un verdadero “Gran Hermano” entre los seres humanos, ese es sin duda nuestro cerebro, pues no solo se entera de todo lo que hacemos, sino que realmente es el responsable de que lo hagamos. Ocurre lo mismo en otros muchos animales. Sin embargo, hay uno que también sabe cómo trabajar por libre, sin que su cerebro se “entere” de todo lo que hace.

Se trata de los pulpos. Es más que conocido que son animales realmente inteligentes, capaces de resolver acertijos y utilizar algunas herramientas. Para ello, está claro que deben tener un sistema nervioso complejo, diferente al de otras especies. Pero lo que no se sabía, o al menos no había podido comprobarse hasta hace poco, es que sus tentáculos tienen la capacidad de actuar de forma independiente, sin que el cerebro medie entre ellos. Lo ha descubierto un equipo de científicos de la Universidad de Washington, cuyas conclusiones se han presentado recientemente en la Conferencia Anual de Astrobiología que se está celebrando esta semana en Seattle.

Acortando el camino

Los seres humanos, así como otros animales vertebrados, tenemos un sistema nervioso central, compuesto principalmente por la médula espinal y el encéfalo, que consta a su vez del cerebro, el cerebelo y el tubo encefálico. Por otro lado, se encuentra el sistema nervioso periférico, formados por una serie de nervios sensitivos y motores que sirven de enlace entre el sistema nervioso central y el resto del organismo.

Así, cualquier estímulo, tanto externo como del interior del cuerpo, viaja en forma de impulsos eléctricos por este cableado compuesto por neuronas hasta la médula espinal y de ahí al encéfalo, en el que se procesa la información y se envía de vuelta una respuesta. En algunos casos, esta información fluye mucho más deprisa, sin llegar al encéfalo. Es el caso de los reflejos, en los cuales el procesamiento de la señal se da directamente en la médula espinal, con la intervención solo de dos neuronas: una motora y una sensitiva. De este modo se consiguen movimientos rápidos que promueven la supervivencia, como apartar la mano al tocar un objeto muy caliente.

Lo que está claro es que, ya sea el encéfalo o la médula espinal, el sistema nervioso central se encarga de dirigir todos nuestros “actos”. No ocurre lo mismo en el caso de los pulpos, que se encuentran entre los invertebrados con un sistema nervioso más complejo. Sin embargo, esto no quiere decir que su funcionamiento sea igual que el nuestro. Se sabe que algunos de estos cefalópodos tienen aproximadamente 500 millones de neuronas, de las cuales alrededor de 350 millones se encuentran a lo largo de los tentáculos, agrupadas en unas estructuras conocidas como ganglios. Conociendo esta información, los autores del estudio decidieron comprobar si podían mover dichas extremidades sin que los impulsos generados en estas neuronas tuviesen que viajar hasta el cerebro.

Misión (im)posible: consiguen reproducir pulpos en cautividad

Para ello, pasaron varios años estudiando dos especies de pulpos del Pacífico, el pulpo gigante del Pacífico (Enteroctopus dofleini), y el pulpo rojo del Pacífico (Octopus rubescens). En los experimentos realizados se entregaban a los animales algunos objetos, como bloques de cemento o piezas de Lego, así como algunos laberintos y rompecabezas con golosinas en su interior. A continuación se utilizaron técnicas de seguimiento y grabación neural para comprobar cómo se transmitían los impulsos nerviosos a medida que manipulaban tanto los juguetes como la comida. Así fue como descubrieron que, efectivamente, parte de las señales se transmitían directamente entre los tentáculos, de modo que “el cerebro no sabía dónde estaban”, pero sí disponían de esa información entre ellos. Esto se debía a que directamente se procesaba ahí la información, sin tener que pasar previamente por un sistema nervioso central.

Todo esto es consistente con otras investigaciones anteriores, que ya apuntaban a que los tentáculos del pulpo pueden procesar los estímulos por sí mismos y que incluso podrían seguir haciéndolo una vez que se separan del cuerpo sin vida del animal.

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Es un gran hallazgo; pues, según ha explicado uno de sus autores en un comunicado de prensa, nos ayuda a comprender la diversidad de la cognición en el mundo, y tal vez en el universo. Aunque para saber algo más sobre esto último habrá que seguir investigando un poco más, por supuesto.

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