El plano con el que se inicia el capítulo “I Lose People...” (4x14) de “Fear the Walking Dead” tiene la intención, primero, de que los espectadores admiren el gran trabajo de maquillaje del equipo dirigido por Frieda Valenzuela (Breaking Bad), y segundo, de satisfacer brevemente a los amantes del gore. Pero los guionistas saben de sobra que no hay más tiempo que perder con menudencias así, de nula utilidad, de modo que se meten con rapidez en harina: a Morgan Jones (Lennie James) no se le ocurre nada para huir de la azotea del hospital en el que quedaron atrapados durante el episodio “MM 54” (4x14), pero que June (Jenna Elfman) consiga establecer contacto sin proponérselo por walkie-talkie —mientras llamaba a la desaparecida Althea (Maggie Grace)— con Alicia Clark (Alycia Debnam-Carey), quien había encontrado con Charlie (Alexa Nisenson) a John Dorie (Garret Dillahunt) y a Victor Strand (Colman Domingo), les da un empujón de ánimo.
El curiosísimo cambio de tornas entre estos dos últimos personajes, que no pueden escapar de la inuncación sin la ayuda de Alicia y Charlie, es a la vez interesante, inesperado y pleno en su coherencia según los vaivenes anímicos de la trayectoria de ambos. Y, no obstante, la elocuencia del astuto Strand está muy por encima de la del buenazo de Dorie al proponerse convencer al otro de lo mismo que había intentado meterle en la cabeza en el capítulo anterior: que aún puede haber esperanza, un pensamiento que surge a menudo en las discusiones de los supervivienes en el apocalipsis zombi de The Walking Dead y su spin-off. Y que sean precisamente Alicia y Charlie las que se están viendo en la perspectiva creíble de socorrer tanto a Strand y Dorie como a Morgan, June y compañía, sobre todo tras sus actos perjudiciales para el grupo y su irritante negativa a actuar más que en solitario, se agradece por lo idóneo de su evolución como personajes.
Y ya es la repanocha que se topen con Martha (Tonya Pinkins), la peligrosísima mujer mugrienta y enloquecida que se las está haciendo pasar canutas a estos supervivientes, y que se desmaye por la herida que le produjo un certero disparo de Wendell (Daryl Mitchell) y la puedan reducir y retener, y que también recuperen el antiguo vehículo de los SWAT de Althea, muy útil para atravesar extensiones de agua difíciles —por cierto caimán glotón— con sus enormes ruedas y conveniente altura. Por su parte, Morgan prosigue con su empeño en cargar la responsabilidad absoluta de la supervivencia de sus amigos, al tiempo que el moribundo Jim (Aaron Stanford) parece querer insistir en comportarse con un capullo integral —o “de primera clase”, en los términos de Sarah (Mo Collins)— casi hasta el último momento y, cada vez que abre la boca, sube el pan.
Hay expectativa y buena tensión en el último cuarto del episodio, que de ningúna manera ahuyentan el tonito esperanzado que planea por todo él, y la banda sonora de Danny Bensi y Saunder Jurriaans (American Gods, Ozark) las apuntala con su precisión musical y sin una nota fuera de sitio en la partitura. Y, como no podía ser de otra forma con un personaje molesto como Jim pero sin una vileza evidente, y aunque tampoco tenía mucho que perder con su muerte cercana y previsible transformación en zombi, al final se redime con su sacrificio para ayudar al grupo, que ha logrado reunirse de nuevo a falta de Althea, en el que se revela como el capítulo más luminoso de esta cuarta temporada sin discusión posible, y no es esa la impresión que teníamos por su ominoso título. Pero debían dar la puntilla a la espera del último episodio, y parece que Martha se propone seguir haciendo de las suyas.