Si el crossover entre The Walking Dead y su spin-off en la cuarta temporada de este último y su interesante esquema narrativo no fuesen suficientes por ahora, no cabe duda de que los espectadores que siguen las peripecias del mundo postapocalíptico hasta arriba de alegres zombis de Fear the Walking Dead, creada en 2015 por Robert Kirkman y Dave Erickson, se habrán quedado ojipláticos ante el imprevisto cierre del episodio “Good Out Here” (4x03)**. Lo cierto es que, a toro pasado, cualquiera de nosotros podría decir que uno ya ha tenido tiempo de sobra para haberse acostumbrado al modo en que los guionistas tratan al personaje concreto al que van a cargarse en su capítulo final y, sin embargo, esta atrevida suposición tal vez no sea otra cosa que una manera de pasarnos un poco de listos, o bastante, porque también podría decirse que idéntico tratamiento dramático le procuran a todos ellos para gestionar sus propias tribulaciones.
El episodio se centra en Nick Clark (Frank Dillane) casi por completo desde la escena uno, tanto durante los tramos de la vida de los supervivientes en el estadio deportivo como en los del futuro gris en el exterior. Los primeros nos descubren las razones de su reticencia a salir y exponen el inicio de su odio profundo por los Buitres o, más concretamente, por Ennis (Evan Gamble) y la decepcionante conducta de Charlie (Alexa Nisenson), siempre con su madre, Madison (Kim Dickens), a su lado, una presencia que no hay que considerar poco significativa porque no aparece por lo pronto en el hilo narrativo del futuro y es posible que esta ausencia esté relacionada con aquello por lo que Nick abomina a los Buitres o a Ennis específicamente. Y el segundo nos enseña la realización de los temores de Nick, la persona sanguinaria en la que no quiere convertirse luchando por la supervivencia, con el espejo reconfortante de Morgan Jones (Lennie James), que trata de reconducirle hacia la serenidad y la cordura.
La trágica muerte de Nick es irónica en tres aspectos fundamentales: quitando el hecho de que no acabe con él ningún zombi ni la infección apocalíptica que portan, sucumbe en el exterior y tras dar rienda suelta a los instintos homicidas que quería evitar sin éxito; es la traidora de Charlie, a la que habían acogido en el estadio y con la que él había tenido tiempo de confraternizar, quien le pega el tiro de gracia por haber asesinado a Ennis; y esto ocurre instantes después de que parezca que ha accedido a que Morgan le preste su ayuda para, digamos, rehabilitarse. Porque en este mundo brutal no hay ninguna providencia que cuide de las personas, no existe garantía alguna de que los personajes protagonistas vayan a sobrevivir ni de que la diñen cuando estén preparados o redimidos y en el momento más oportuno. Y, no obstante, lo que sucede es que Nick encuentra la paz que inspira el campo de altramuces azules, hallado con su madre y al que regresa solo luego: la del fin definitivo de la angustia, la paz de la muerte.
Y después de la estremecedora secuencia del disparo y la agonía y el montaje estupendo de imágenes con Nick inerte frente a la casa desconocida y en el campo de las flores apacibles, cuerpo a tierra en los dos sitios —quizá no tan icónica como la del hombre del cuervo en el capítulo “Burning in Water, Drowning in Flame” (3x05) pero seguro que mucho mejor que la desfachatez con la que se libraron de Travis Manawa (Cliff Curtis) al inicio de “The New Frontier” (3x02)—, ¿qué nos depara la serie? Lo que está claro es que el esquema narrativo de los saltos temporales obliga a que Nick Clark continúe apareciendo en pantalla hasta que terminen de contarnos todo lo sucedido tras la voladura de la presa en “Sleigh Ride” (3x16), y más tarde, en el estadio de béisbol con los Buitres. Conque su fallecimiento en el tercer episodio de esta cuarta temporada, solicitado por Frank Dillane en su búsqueda de nuevas oportunidades, supone una treta valiente que aumenta el interés ante lo que está por venir.