El público ya está presente horas antes del acto. Colocados de forma ordenada, se muestran ansiosos porque la estrella del evento está a punto de llegar. Quieren aparecer en el photocall, compartir con ella el momento. Libros en mano preparados para firmar. Estar allí es un privilegio. La saludarán fervorosamente e intercambiarán unas breves, pero intensas palabras. A la mayoría un nice to meet you les llenará de orgullo. Siempre hay lágrimas, sollozos y emociones por doquier. Estudiantes entregados, personas con mariposas en el estómago y familias orgullosas de compartir instantes que recordarán siempre. Políticos, autoridades y asientos reservados en primera fila. Gentes venidas de cerca y de lejos, en metro o en avión.
Esta es una de las imágenes más habituales para los cientos de eventos en los que, sin pausa, Jane Goodall participa en todo el planeta. El caso de Jane Goodall es diferente. Sin duda alguna, es una science star: para asistir a una de sus conferencias hay que saber esperar, reservar con mucha antelación o prepararse para hacer largas colas. Pero para los asistentes no es un problema. Sí, son pocos los científicos que llegan a atraer tanto al gran público. ¿Por qué ella sí? ¿Cómo lo consigue?
“La tranquilidad que transmito es porque la selva de Gombe siempre me acompaña”, suele comentar. La emisión del documental Jane ―dirigido por Brett Morgen y con banda sonora de Philip Grass― ha vuelto a poner en escena a la primatóloga más universal. Su historia nos acerca al lado más humano de la zoóloga británica, a los primeros pasos de la primatología y a las primeras investigaciones sobre el comportamiento de los chimpancés que revolucionaron nuestra visión sobre nuestros parientes vivos más cercanos.
Una mujer joven, sin formación académica, pero gran amante de los animales, se abrió paso en una ciencia escéptica repleta de testosterona. El apoyo de instituciones como la National Geographic Society, así como el apadrinamiento del paleoantropólogo Louis Leakey, contribuyeron de manera capital a la creación de un icono universal del conservacionismo actual.
Jane es la primera científica en asignar nombres a sus sujetos de estudio. Hasta aquel momento se les identificaba con códigos numéricos porque los animales eran un objeto de investigación, no individuos con historias, vidas, sentimientos y personalidad propia. Además Goodall es una de las personas que descubrió que la conducta instrumental no es una habilidad exclusiva de los humanos. Este honor lo comparte con Jordi Sabater-Pi, primatólogo de referencia y la persona que hizo crecer la primatología en España, pero injustamente desconocido para el gran público y para una parte nuestra comunidad científica.
Los trabajos de Jane ayudaron a desmontar la visión idealizada y romántica ―que todavía hoy persiste― sobre los chimpancés. Más concretamente, evidenció que eran capaces de participar en guerras en las que unos grupos aniquilaban a otros, cazaban y se comían incluso a otros monos, y donde el infanticidio y el canibalismo eran una realidad ―poco común, por otra parte― no conocida hasta entonces. Jane nos ha enseñado que con los chimpancés compartimos nuestra cara más empática, pero también nuestro lado más destructivo.
Goodall es un personaje ambivalente. Es capaz de transmitir con la misma intensidad fragilidad, coraje, determinación, humildad y una inagotable energía. Es una fuente de inspiración para millones de personas, con una actitud admirable pues siempre admite que nunca se rendirá. Estoy totalmente convencido de ello. En un mundo como el actual ―que vive un ritmo vertiginoso― sus palabras refuerzan la capacidad de cada uno de nosotros para marcar la diferencia, y por qué no, para mejorar el mundo. Sí, yo también creo es posible aunque no confíe en muchos de los humanos que habitan este planeta.
La científica británica es una activista implacable y una divulgadora nata, algo poco frecuente en nuestros días. Una persona que, a pesar de las innumerables adversidades, ha conseguido convertirse en un referente mundial. La abanderada de las mujeres científicas nos recuerda la importancia de la curiosidad, la humildad, las aspiraciones y el trabajo en equipo más allá de las ambiciones personales.
Otro en su lugar rebosaría de arrogancia. No es el caso. A sus 84 años sigue viviendo con pasión, viajando sin parar y promoviendo esa tan necesaria conciencia ambientalista que apenas está presente en los políticos que nos gobiernan. Todos tenemos nuestra parte de culpa en este mundo que estamos destruyendo. Jane nos recuerda constantemente nuestra responsabilidad para decidir qué impacto tenemos, cuál debe ser nuestra huella ecológica y cómo podemos actuar para cambiar las cosas localmente y, a la vez, partiendo de una visión holística.
Siempre he pensado que este es un país de primatólogos y primatólogas, y con un ferviente interés por la primatología. Es una disciplina minorizada, pero no minoritaria. Puede ayudarnos a tomar consciencia de quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Un lugar desde el que trabajar en la conservación y protección de unos hábitats cruciales para las más de 500 especies de primates que actualmente viven sobre la Tierra.
Tal como dice Jane: “Si somos la especie más inteligente del planeta, ¿cómo es que la estamos destruyendo?”. Una de esas 500 especies es la nuestra, Homo sapiens, y es la culpable de que más del 60% de los primates no humanos y el 100% de los grandes simios se encuentren en peligro de extinción. Es nuestro planeta el que estamos despedazando a un ritmo imparable. Me pregunto, igual que Goodall, cómo puede suceder algo así y cómo podemos alentar a las nuevas generaciones a que, con razón y emoción, promuevan un cambio en contra de la codicia y el materialismo de un mundo desarrollado que está aniquilando nuestro hogar compartido.