Los cielos repasé, mientras que ahora repaso las tinieblas de la tierra: en los cielos la mente se encerraba, tirado queda el cuerpo como sombra”. Antes de que la fiebre le arrebatase la vida de forma prematura, con 58 años, Johannes Kepler, astrónomo fascinante, puente -junto con Tycho Brahe- entre el antiguo misticismo y una ciencia lógica que luchaba por abrirse camino, tuvo tiempo de componer ese hermoso epitafio.

Un par de líneas con las que el alemán se define un amante del firmamento. Al igual que Ptolomeo, Copérnico, Brahe o Galileo, Kepler alzó su vista e instrumentos de medición hacia las estrellas. Durante buena parte de su vida sin embargo también sondeó los cuerpos celestes con la imaginación. Quizás así, a través de su poderosa creatividad e inteligencia, suplía las secuelas que le había dejado en los ojos la viruela que padeció cuando era niño.

Kepler no solo es un astrónomo decisivo, autor de Astronomia nova (1609) o Harmonice Mundi (1619), pieza clave en la publicación de las Tablas Rudolfianas y artífice de sus famosas leyes del movimiento planetario. Para grandes como Isaac Asimov o Carl Sagan inauguró además la literatura de ciencia ficción.

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Varios siglos antes de que Mary Shelley diese forma a su Frankenstein –libro que, por cierto, cumple este año su 200 aniversario-, Kepler ya había ideado una historia con ingredientes dignos de las novelas de Arthur C. Clarke, Alfred Bester o Ursula K. Le Guin, quien escribió el último verso de su vida hace solo unas semanas: Somnium, o El sueño, un maravilloso viaje a la Luna con contacto extraterrestre incluido.

El alemán empezó a trabajar en esa obra durante sus años de universitario en Tubinga –a raíz de una disertación de 1593 sobre cómo percibiría un habitante de la Luna los fenómenos celestes- y ya no dejaría de pulirla y perfilarla durante toda su vida adulta. En 1630, en Silesia, revisó y completó el texto con la intención de publicarlo. Sin embargo y -aunque circuló una versión sin el permiso de su autor-, no saldría a la calle hasta cuatro años después de su muerte, en 1634. Sería su hijo Ludwig Kepler quien lo mandaría imprimir.

Un viaje a la Luna gracias a una hechicera

Aunque se adelantó bastante a Verne, Kepler no fue el primero en idear una travesía sideral. Mucho antes habían emprendido un periplo similar los personajes de Luciano, en su Historia verdadera; o Ludovico Ariosto, en Orlando furioso. El gran mérito del germano es su planteamiento. Las páginas de Somnium tienen un aire fantástico, pero en ellas Kepler no se sacude –ni mucho menos- su talante científico. Aporta descripciones detalladas y arma su fábula sobre una lógica robusta y bien engrasada. Prueba de ese enfoque son las extensas y vastas notas a pie de página redactadas por el propio Kepler.

En Somnium Kepler relata la historia del islandés Duracoto, un joven que tras aprender astronomía con Tycho Brahe –guiño genial de Kepler, quien cuela al famoso astrónomo en su ficción- viaja a la Luna con su madre, Fiolxhilde. ¿Cómo? Gracias a un demonio que conoce la buena mujer, una suerte de hechicera que se gana la vida vendiendo pócimas a los marineros y tiene tratos con seres fantásticos.

Madre e hijo llegan al satélite tras un viaje fantástico durante un eclipse. Anticipándose en más de tres siglos al viaje del Apolo 11, su travesía es digna de la fantasía desbordante de Verne: para la aventura necesitan pólvora y narcóticos con los que hacer más llevadero el trance a los viajeros. Para evitar que sufran lesiones durante el trayecto se insiste además en que los primitivos “astronautas” deben ir bien protegidos. El objetivo: “Que el tronco no se separe de sus nalgas o la cabeza del cuerpo”. El aire gélido del espacio exige además respirar a través de una esponja húmeda.

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阿爾特斯 (Wikimedia)

Una vez en la Luna los protagonistas contactan con los selenitas y se familiarizan con su modo de vida y Subvolva y Privolva, los dos hemisferios de la Luna. En realidad el planteamiento de la historia es más enrevesado, en línea con las modernas técnicas de ficción dentro de la ficción. La acción nos la traslada el narrador, un hombre de 1608 que se ha quedado dormido mientras lee una vieja crónica. En su sueño ojea un extraño libro comprado en la feria de Frankfurt. Son sus páginas las que relatan las aventuras de Duracoto.

La obra no es solo un juego literario. Trasciende también las veleidades de Kepler con la pluma y las letras. Inspirado por las teorías heliocéntricas de Copérnico, el autor de Astronomia nova concibió una pregunta inspiradora: ¿Cómo se verían los astros y planetas desde fuera de la Tierra? ¿Qué percepción tendrían de sus movimientos en la Luna? Y la Tierra, ¿se verían sus vueltas? ¿A qué atalaya mejor que la Luna se podría subir para aclarar semejantes cuestiones? Esas ideas se agolparon en la mente de Kepler, que decidió plantearse un escenario fantástico para darles salida.

El castigo por error de la madre de Kepler

Desde la arena de Subolva el alemán se imagina obteniendo la prueba definitiva y palpable de que la Tierra no permanece quieta. Relato de ciencia ficción por lo tanto, pero también un alegato a favor del copernicanismo y, en cierto modo, un texto divulgativo que aspira a presentar de una forma amena ideas complejas. Esa faceta de Kepler ya había quedado clara en los tres volúmenes -aparecidos en 1618, 1620 y 1621- de su obra Epítome de la astronomía copernicana, con la que logró difundir sus teorías entre un público amplio.

Su “sueño” le costó caro a Kepler. Una copia del manuscrito de Somnium se distribuyó sin su permiso hacia 1611. Cuando se ventiló lo que había en sus páginas: los viajes al espacio, el demonio que conocía la clave de esa travesía, las pócimas, los selenitas… Las autoridades montaron en cólera y apresaron a la madre de Kepler, Katharina. Para ellos estaba claro que Duracoto era un trasunto del propio Kepler, también astrónomo y admirador de Brahe, con lo que concluyeron que aquella bruja llamada Fiolxhilde tenía que ser su progenitora.

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Fuente: Pexels

La pobre mujer acabó entre rejas en el verano de 1620 y con una gravísima acusación que –en aquella época- entrañaba un serio riesgo de arder en la hoguera. Kepler tuvo que luchar de forma denodada durante años para liberarla. Lo logró –no olvidemos que llegó a ser nombrado matemático imperial tras la muerte de Tycho Brahe, primero en la Corte de Rodolfo II y después en la de Matías-, en octubre de 1621, aunque su madre solo sobreviviría seis meses más.

Viaje al espacio con la imaginación

Con sus largas y densas anotaciones –más de dos centenares- Kepler busca precisamente despejar cualquier malentendido en Somnium. De un rigor concienzudo, esas acotaciones destilan erudición, tecnicismo y en ocasiones incluso humor. “La parte propiamente fantástica, que es el relato del libro, queda así como cabeza enana de un cuerpo gigantesco de comentarios y glosas” –relata Francisco Socas en el prólogo a la edición en castellano promovida por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla-. “Por si algún punto quedó sin aclarar, el autor añade a este sueño anotado un Apéndice Geográfico, o si se prefiere, Selenográfico”.

Un esfuerzo considerable que se suma a la trama que ya había urdido Kepler para dejar claro que su Somnium transitaba por el campo de la fantasía: un sueño dentro de la ficción, un antiguo y excéntrico libro dentro de su propio libro.

“Se trataba de seducir primero al escéptico y al recalcitrante, y luego, una vez atraídos al campo propio, convencerlos sin remedio”, anota Socas. Kepler era consciente en cualquier caso de la época en que vivía y probablemente por eso pospuso durante años la publicación de su relato.

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Fuente: NASA.

El viaje lunar de Kepler no fue el último emprendido por el hombre antes del Apolo II. Desde que el autor de Somnium ideó su genial travesía interestelar otros muchos escritores habían especulado sobre cómo sería un viaje al satélite plateado. Cyrano de Bergerac, Le Bovier de Fontenelle, Verne… se propulsaron hasta el espacio gracias a su imaginación. A pesar del talento de todos ellos, ninguna de sus obras puede compararse, por su contexto, peso, objetivo y carácter pionero, con las páginas de Somnium, un cruce inigualable de ciencia y fantasía de la mano de un auténtico genio.