Las tensiones entre el derecho a la información y el derecho a la intimidad son frecuentes en la prensa, hasta el punto de que forman parte del temario de la asignatura correspondiente en las facultades de Periodismo. En esta circunstancia, hay que saber discernir muy bien entre lo que es un hecho noticioso, de interés público, y lo que no lo es, y sobre todo, sopesar las consecuencias de su publicación y de qué forma sería conveniente llevarla a cabo sin ocasionar perjuicios indeseados a las personas sobre las que trata la información.Hay que saber discernir entre lo que es un hecho noticioso, de interés público, y lo que no, y sopesar las consecuencias de publicarlo
Pero parece que *The Daily Beast no había considerado ninguna de estas cuestiones cuando publicó en la mañana del pasado jueves *un artículo de Nico Hines titulado “The Other Olympic Sport In Rio: Swiping”**. En él, Hines contaba que se había desplazado a Río de Janeiro, sede de los Juegos Olímpicos este 2016, y se había paseado alrededor de la Villa Olímpica conectado en su smartphone a **la aplicación geosocial Grindr**, que pone en contacto a hombres homosexuales y bisexuales de las proximidades y que cuenta con dos millones de usuarios activos a diario en 196 países. Su propósito era cazar a cualquier deportista olímpico que estuviese también conectado a la aplicación.
Más tarde, con la información que había obtenido de esta manera, escribió el mencionado artículo y habló en él de las respuestas de estos atletas en un tono burlesco y condescendiente, aportando datos de sus perfiles con los que no costaba demasiado identificarles en una simple búsqueda de Google. Todo lo cual hubiese sido, digamos, solamente de mal gusto y una clara vulneración del derecho a la intimidad, injustificable a todas luces, si no fuera porque algunos de los deportistas afectados forman parte de delegaciones de países en los que la homosexualidad se persigue de un modo u otro. Es decir, *Hines y The Daily Beast pusieron en peligro la posición social y la integridad física y psíquica de estas personas*.El artículo de The Daily Beast aportaba datos con los que no costaba demasiado identificar a los deportistas en una simple búsqueda de Google
Es más, Hines reconocía en el texto al referirse a uno de los atletas que procedía “de un país notoriamente homófobo”, así que ni él ni la publicación que le acoge pueden alegar desconocimiento de las consecuencias que presumiblemente le iban a originar, si es que alegar semejante cosa no es ya un descrédito para un medio de comunicación que se dedica a informar a sus lectores. Y algunos otros medios han señalado que The Daily Beast no ha aclarado si pidieron permiso a los deportistas para publicar sus datos de Grindr, pero no parece que tenga mucho sentido dudar de que no lo hicieron si publicaron igualmente los de aquellos que podían resultar dañados.
Pero la falta de ética en este asunto tampoco resulta tan sorprendente cuando comprobamos el tono jocoso del artículo de Hines, como si meterse en la intimidad sexual ajena y divulgarla fuese algo divertido, y que insiste en considerar a las personas homosexuales más promiscuas que a las hetero, un tópico homófobo de los de toda la vida. Por fortuna, si bien únicamente reaccionó al principio quitando del artículo los datos identificativos de los atletas por el revuelo provocado, **en la noche del día que se publicó, The Daily Beast lo eliminó de su web y lo sustituyó por una madura disculpa** en la que, entre otras cosas, los editores afirman: “El artículo no tenía intención de hacer daño o degradar a los miembros de la comunidad LGBT, pero la intención no importa, sí su impacto”.Algunos atletas afectados por el artículo de The Daily Beast residen en países en los que la homosexualidad está perseguida
Lo que, en cualquier caso, debemos asumir de una vez por todas después de lo sucedido es que declarar abiertamente las propias inclinaciones sexuales es decisión exclusiva de cada uno, y **nadie tiene derecho a empujar a ninguna persona homosexual fuera del armario si esta no desea salir de él**, ni porque estos Juegos Olímpicos sean los de mayor representación LGBT de la historia; ni siquiera en aras de algún tipo de retorcida y falaz defensa de la información pública. Y todo lo demás es carecer de la ética periodística más elemental.