Este es un texto que escribí hace tiempo porque en una de las escuelas donde estudié me preguntaron por qué era fotógrafo. Y después de dar muchas vueltas a la cabeza me salió esto, una reflexión. Sería interesante que vosotros dierais vuestras razones para coger una cámara. Aquí tenéis las mías.

Me hice fotógrafo porque mis padres me llevaron a ver la exposición de Cristina García Rodero en el antiguo museo de Arte Contemporáneo de Madrid en 1989, y al ver todas esas fotografías de lugares mágicos que estaban como mucho a 500 Km de mi casa, decidí que quería hacer lo mismo. La segunda vez que me sentí cerca de una mirada mitológica fue cuando vi la obra de Richard Avedon en un libro, Técnicas de los grandes fotógrafos. Destacaba entre todos.

Ese encuentro fue el inicio de mi adoración. Sus libros comprados a costa de mis ahorros, la edición de la obra de Avedon en El País Semanal durante 1995, la exposición de Salamanca de 2001, los intentos de hacer lo mismo disparando a algunos de mis amigos en las sombras de la casa de la cueva, horas antes de la exaltación de la amistad.

En un curso con Jordi Socias descubrí que era otro apóstol del señor Avedon. Recomendaba no salir a hacer retratos si antes no te habías postrado ante An autobiography todos los días de tu vida. Y es lo que hago desde entonces, pero con su autorretrato que tengo en la nevera. También es bueno recordar que tienes que comer y que estás obligado a hacer otras cosas.

Y un día del año 2002, las imágenes del señor se manifestaron, como una zarza ardiendo. En Granada exponía su serie In the american west. También pasaría por Barcelona y por Madrid. Y en las tres estuve para ver si me iluminaba y me elegía como su sucesor. La primera estación de mi via crucis fue el centro José Guerrero, que linda con la catedral granadina donde algunos adoran a otros, pobres herejes. Fui con una amiga, en autobús, sin dinero, con la única certeza de poder dormir en una cama con sábanas negras.

Y empecé a sufrir. Me imaginaba que el primer encuentro pleno con él iba a ser la consagración, la confirmación de mi paso por la vida como fotógrafo. No fue así. Contemplando, una a una, todas esas fotografías me di cuenta de lo insignificante que era, de lo que nunca llegaría a conseguir, de la absoluta incapacidad de crear algo semejante alguna vez en la vida. Él es único, y los demás estamos con la cámara al cuello porque tiene que haber de todo. Me puse a llorar por dentro. Jamás crearía obra alguna que permanezca en la historia. El encuentro con los grandes es una de las mejores curas de humildad que existen. No te dan falsas promesas, te dicen lo que hay. Yo he hecho Kind of Blue, o he escrito Pedro Páramo o soy Haydn y he compuesto el diálogo entre Adán y Eva, y tú no.

Sus grandes imágenes en blanco y negro, con iluminación natural, tomadas con una cámara de gran formato, como hizo en su época Edward Curtis, dan aires de leyenda rota a todos los protagonistas, ya sean mendigos, fisioterapeutas o vaqueros. No eran retratos amables para el presidente Reagan y todos sus secuaces. Era el oeste visto por un hombre genial.

In the american west es un trabajo duro y descarnado, de un  realismo que mata el tópico del hombre Malboroy lo acerca al calor, el sudor y a la tristeza. Nadie ríe en ellas.

No puede haber nada más sencillo. Una cámara, un fondo blanco iluminado por la luz de la sombra, un fotógrafo y una persona elegida por él. Y consigue emocionar, contar una historia, que es al fin y al cabo, la función de la fotografía. La cámara registra lo que le deja ver el fotógrafo gracias a que la luz se lo permite. El modelo espera a que todo suceda y se va. De Richard Avedon depende el momento que permanecerá. Y por eso son geniales, porque está él. Y nadie puede hacer lo mismo. El fondo elegido aísla y da presencia al modelo, que se limita a mirar de frente. No sabe que se va a quedar desnudo, que su vida circulará en la cabeza de todos los espectadores. Que lo que le están haciendo no es foto carnet, no, están contando su vida sólo con un disparo. La fotografía como opinión.

Pensé en colgar la cámara, abandonarlo todo, dedicarme a cualquier otra cosa que no tuviera que ver con la fotografía. En las sucesivas exposiciones mi admiración crecía paralelamente a la tentación de dejar la cámara. Los ojos de los retratados, que no dejaban de ser la mirada de Avedon, me mataban. Pero me deje llevar por la pasión de toda una vida. Asumes que no serás como te gustaría, sino que serás como puedas. Desde entonces disparo con el único fin de mejorar en cada fotografía, intentando tener en la retina y en la cabeza todo lo que he aprendido desde entonces mirando directamente a los ojos de Richard Avedon.

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