Con El quinto elemento, ocurre un fenómeno curioso. A pesar de haber transcurrido más de un cuarto de siglo desde su estreno, la película de Luc Besson sigue marcando un hito en la ciencia ficción. Además, uno perdurable porque no se limita únicamente a su historia, una premisa que abarca de religión a filosofía en el escenario surrealista de un universo en peligro. A la vez, se trata de los múltiples factores que convirtieron a la película en un hito. De su estética, personajes extravagantes hasta el icónico personaje de Milla Jovovich, convertido en ícono de la heroína poco convencional. La producción abarca varios escenarios, territorios y propuestas que la hacen única. 

Más allá, que la convierten en un mundo psicodélico que todavía resulta novedoso. La trama de cómo Leeloo Multipass (Jovovich), logra evitar la destrucción de todos los mundos conocidos, gracias al amor, podría ser cursi y sensiblera. Solo que Luc Besson — que imaginó el argumento desde la adolescencia — supo convertir todo el relato en un brillante camino del héroe. Además, en una epopeya colorida que llevó a su personaje a varios de los parajes más extravagantes y novedosos de la ciencia ficción contemporánea. Con su aire destartalado, este mundo futurista en el que la Tierra está gobernada por un único líder y se enfrenta a la maldad de un planeta consciente, sorprende. 

Lo hace, además, al convertir toda su propuesta en un elaborado escenario, que atraviesan las principales obsesiones de su director. Que, por supuesto, también escribe el guion. El diseño de producción, a cargo de Dan Weil, recrea un futuro distante que tiene un evidente parecido con lo planteado por Ridley Scott en Blade Runner (1984). No obstante, allí dónde Scott enfatizó sombras y pesimismo, Weil fue al punto contrario. Por lo que este cosmos lleno de naves, publicidad vistosa, viajeros espaciales de todo el cosmos, monjes en misión salvadora y una mesías vestida de cintos blancos, es un gran experimento afortunado. A lo anterior, habría que añadir que El quinto elemento, disfruta de un apartado estético, sensual y provocador, que todavía, en la actualidad, parece ingenioso. Eso, gracias al diseño de vestuario que corre de la mano del modisto Jean-Paul Gaultier.

Un mundo sofisticado, todavía sorprendente 

Uno de los puntos más altos de la película de Besson, es el intento del director de dar una bocanada de aire fresco a la ciencia ficción. Para los últimos años de la década de 1990, buena parte de la propuesta en el género era más cercana al terror o a la melancolía. Con las sagas Alien, Terminator y The Cube convertidas en íconos, la visión distópica se volvió recurrente. Mucho más, las imágenes de paisajes destruidos o a punto de serlo y la promesa de un futuro en escombros. 

Pero Besson, que desde la adolescencia había escrito y reescrito su película más de diez veces, no se conformaba con una perspectiva pesimista del porvenir. Así que dotó a su mundo de una vitalidad de tonos vivaces y un cosmos sobre poblado de todo tipo de criaturas exóticas. Con cierto parecido con Star Wars, en sus mejores partes, El quinto elemento, se asemeja a una versión adulta de la obra de George Lucas. No obstante, para Besson, la cuestión de la Space Opera — y sus temas habituales — se quedaba corta para lo que deseaba contar. Por lo que su película tiene más de obra que abarca varios puntos de vista, que un homenaje a cualquier universo mayor. 

Contar una historia novedosa

De las primeras secuencias, que exploran una mitología pseudocientífica en combinación con filosofía y religión, hasta la promesa de la misteriosa llegada de Leeloo. La cinta engloba una premisa que se hace más compleja y rica a medida que avanza. Para Besson era importante que su película se alejara de temas precisos o en cualquier caso, que fuera tan universal como para que toda la simbología que utiliza tuviera sentido.

De modo que antes de preocuparse por una guerra, Leeloo debe luchar contra un planeta consciente, que además encarna en mal. Eso, junto a su mundano, práctico y siempre eficiente compañero Korben Dallas (Bruce Willis), que terminará por ser su interés amoroso. Porque al final, este personaje singular, lucha por un ideal válido en cualquier época: el amor. 

Los grandes temas en ‘El quinto elemento’

Quizás debido a ese subtexto — simple, pero alejado de ser superficial — la película funciona como un engranaje de puntos de vista curiosos. Por un lado, el guion se preocupa y enfoca su atención Zorg (Gary Oldman, en uno de sus papeles más extraños). Este es un industrial que parece resumir todos los males y preocupaciones corporativos, solo que llevados a un ámbito cósmico. Lo que permite a la película ponderar — y en más de una manera — acerca del bien y del mal, muy humano y reconocible en cualquier época. 

Gradualmente, esa concepción de lo maligno, se enlaza con el peligro con el que tiene que lidiar el presidente planetario Lindberg (Tom Lister Jr.). Este último encarna las influencias, cierta malicia a la hora de legislar e intereses que van por encima del bien común. Incluso, hay una tercera facción, a la que da rostro el padre Vito Cornelius (Ian Holm).

Desesperado por cumplir su misión, deberá plantearse a su vez si vale la pena salvar mundo destinado al desastre, en apariencia por sus propias decisiones. Lo que hace que cada punto de la película se vuelva de lo que aparenta ser. Eso en medio de un recorrido a través de una Nueva York de siglos a la distancia, dos planetas y por último, regiones oscuras del nuestro. 

Una heroína fuera de serie

Pero, es sin duda, Leeloo (Multipass), el centro de esta historia repleta de metáforas, símbolos y ambiciones. El personaje, a mitad de camino entre una mesías y un superhéroe, resume todo lo que Luc Besson quiso contar en su película. Pero también va más allá. Como figura creada para sostener una premisa que podría haberse vuelto confusa, su arco tiene relación con la solidez del argumento. Por lo que la madurez de Leeloo (que aprende todo lo necesario con sobrecogedora rapidez), es también como el guion narra su historia.

Es allí, que el director toma decisiones que hicieron de El quinto elemento, una combinación de decisiones inteligentes para contar una trama semejante. Desde el hecho que Leeloo habla un idioma de 400 palabras inventadas por Bresson para su criatura cinematográfica, hasta su parecido con Juana de Arco. Eso, pasando por escenas memorables como la ya célebre interpretación de La Diva (Maïwenn Le Besco). Lo cierto es que la película funciona gracias al esfuerzo de contar una premisa que funciona por sus múltiples niveles de mitología y detalle. 

Adelantada a su tiempo, con un humor negro que sigue vigente y docenas de giros que la hacen una premisa conmovedora y misteriosa, El quinto elemento envejece bien. Pero, más que eso, celebra a la ciencia ficción en toda su capacidad para ser imprevisible y siempre novedosa. Su mayor aporte al género y lo que hace perdurable — e importante — su vigencia. 

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