Cónclave, de Edward Berger, resultó una de las grandes sorpresas de esta curiosa, impredecible y, a punto de terminar, temporada de premios. La película fue de menos a más en favoritismo, y luego de su triunfo en los Critics Choice Award, todo parece indicar que la noche de los Oscar podría llevarse algunos premios. Pero más allá de sus bondades de guion y puesta en escena, la historia ofrece un punto de vista diferente del Vaticano y lo que allí sucede. Algo que, por cierto, Los dos Papas, de Fernando Meirelles, ya hizo en 2019 y en lo que coincide con la cinta protagonizada por Ralph Fiennes

Los dos Papas, que también tuvo su impacto en la temporada de galardones del año de su estreno, es una combinación perfecta de muchas cosas diferentes. De la misma forma que Cónclave, analiza la responsabilidad política, la fe y la ética de las altas esferas de la Iglesia. Pero mientras la película de Berger explora las complejidades de una elección papal, la de Meirelles va un poco más allá, y retrata a dos pontífices contemporáneos a través de un debate de ideas que transcurre casi en tiempo real. 

No obstante, las similitudes con Cónclave no terminan allí. La cinta comienza en el año 2005, poco después de la muerte de Juan Pablo II. El argumento enfoca su interés en los críticos días posteriores y la elección de Joseph Ratzinger (Anthony Hopkins), que toma el nombre del Papa Benedicto XVI. A pocos votos de distancia, se encuentra Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce), argentino, de izquierdas y notoriamente más joven que su contrincante. A pesar de eso, ambos estarán más unidos de lo que puede parecer. Y, de hecho, ocho años después, Bergoglio tomará el poder pontificio en un momento especialmente complicado y singular de la historia Vaticana. 

Una encrucijada en la vida de dos hombres brillantes

La amistad entre ambas figuras que retrata la película, no solo es de especial importancia para conocer la relevancia de la iglesia católica contemporánea. También para entender cómo ambos protagonizaron un momento prácticamente inédito en el derecho canónico: la renuncia de Benedicto XVI al trono Papal debido a problemas de salud.

No obstante, en lugar de perderse en dogmas o en detalles de protocolo, Los dos Papas explora a sus personajes. Y lo hace en una perspectiva sensible y cercana acerca de dos pontífices muy distintos en personalidad y sus puntos de vista sobre el mundo y su legado, pero que, aun así, están unidos por la camaradería, por un poderoso vínculo intelectual y al final, por algo parecido a la amistad. Eso sí, la película no lo trata de una óptica idealizada del dúo de líderes espirituales. 

Una conversación sobre la fe

En realidad, uno de los puntos más interesantes de Los dos Papas, es indagar acerca de qué piensan las altas esferas clericales sobre el papel de la institución que representan. Sin dejarse llevar por el sermón moralista, la película plantea el escenario de un mundo en el que Dios es una metáfora. De hecho, varios de los momentos más intrigantes de la cinta ocurren cuando el Papa está a punto de renunciar.

Los dos Papas se esfuerza por mostrar la humanidad de ambos a través de la complejidad de la fe, tal y como la concibe la Iglesia. Asimismo, el deber de llevar la palabra de Dios a todos los países a su alcance. El guion, de Anthony McCarten, es minucioso en las conversaciones entre ambos personajes, pero sensible al exponer las preocupaciones de uno y de otro, lo que lleva a los diálogos a lugares complicados y a veces complicados de entender: el miedo a morir, la búsqueda de la trascendencia o la naturaleza de la confianza en lo divino. Nada falta en este argumento que reflexiona sobre la vida espiritual contemporánea.

Un drama amable para entender al Vaticano

De la misma forma que Cónclave, Los dos Papas ofrece una visión privilegiada acerca de la Santa Sede. Pero no lo hace a través de un recorrido en directo — la cinta transcurre en Castel Gandolfo — sino en el funcionamiento de sus mecanismos de poder e influencia. A partir de la larga conversación entre sus dos protagonistas, la película profundiza acerca de las jerarquías y el peso de las decisiones de los jerarcas católicos.

Sobre todo en la forma en la que toda esa estructura depende, casi por completo, de su capacidad para perdurar a través del tiempo. Es entonces, cuando la película enfrenta las dos visiones de sus personajes. Benedicto XVI es un académico apasionado y disciplinado. Bergoglio es un hombre formado en Buenos Aires, entre luchas sociales y batallas ideológicas. Por lo que ambos tendrán que conciliar ambos extremos para comprenderse entre sí. 

Para su escena final, es evidente que un cambio histórico se avecina. No porque la renuncia Papal sorprenderá al mundo, sino porque el nuevo Pontífice tendrá el deber de llevar la Iglesia al futuro. Un escenario complejo que la película narra de forma impecable.