Con todos los récords de temperaturas que se han batido en los últimos meses, es normal hacer un repaso a todos los efectos del cambio climático. Las olas de calor y las precipitaciones y las sequías extremas ya las estamos viendo, pero eso es solo el principio. Poco a poco iremos viendo daños colaterales poco conocidos, que pueden llegar a ser terroríficos. Uno de ellos, sin duda, es la fusión del permafrost. 

Se define así al conjunto de tierra, rocas y sedimentos amalgamados con un hielo que no se ha derretido en al menos dos años. Por lo tanto, hace referencia a una capa permanentemente congelada, que lógicamente se encuentra en los lugares más fríos de la Tierra. El problema es que el cambio climático también está llegando a esos lugares, por lo que ese hielo poco a poco se irá derritiendo, liberando lo que hay bajo él. Se ha hablado mucho sobre la posibilidad de que se liberen microorganismos altamente patógenos, para los que nuestros sistemas inmunitarios no están preparados. Pero eso no es todo. También podrían liberarse grandes cantidades de un gas altamente radiactivo y cancerígeno.

Este gas es el radón. Se encuentra naturalmente bajo la superficie terrestre y, generalmente, sale al exterior a niveles que no son preocupantes. Al aire libre se disipa con rapidez, pero en los edificios sí que puede acumularse, llegando a ser muy peligroso. Por eso, es muy importante conocer los niveles que salen al exterior en zonas concretas de la Tierra. Un estudio de 2022 demostró que en el Ártico la liberación de radón a causa de la fusión del permafrost podría ser catastrófica. Y es que, allí, se unirían varios factores que podrían acabar con la muerte de muchos de sus habitantes.

¿De dónde sale el radón?

El radón que se encuentre bajo la superficie terrestre procede principalmente de la descomposición del uranio presente en algunas rocas. También se puede encontrar en el agua subterránea. Por todo esto, este gas se va formando y liberando continuamente a través de la superficie terrestre.

En los edificios puede penetrar a través de pequeñas grietas, acumulándose en su interior. Es una de las razones por las que es tan importante la ventilación. La cantidad de radón dependerá de la composición geológica de la zona, ya que no todas las rocas tienen uranio y, las que lo poseen, no lo tienen en la misma cantidad. 

Pero en el caso de las zonas heladas, la fusión del permafrost añade un factor inquietante, que no se ha estudiado lo suficiente y que, con el cambio climático tan avanzado, debería empezar a tenerse en cuenta. 

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En el permafrost, sus componentes se mantienen amalgamados gracias al hielo. Crédito: Boris Radosavljevic (Wikimedia Commons)

Los peligros del radón por la fusión del permafrost

El permafrost, en lo referente al radón subterráneo, es un arma de doble filo. Por un lado, actúa como escudo para evitar su liberación. Pero, precisamente por eso, también favorece su acumulación. Si no puede salir fuera, se va acumulando a medida que el uranio de las rocas se descompone.

De hecho, se calcula que la concentración de radón en las zonas cubiertas por permafrost aumenta 12 veces en comparación con las superficies no heladas con una misma composición geológica. Como consecuencia, la fusión de ese permafrost puede traer muchos problemas a la población cercana.

Según las investigaciones sobre sus efectos, el radón es la segunda causa principal de cáncer de pulmón después del tabaquismo. Además, el propio tabaco crea sinergias con el radón, de manera que los fumadores tienen una probabilidad mucho mayor de enfermar si se exponen a este gas. Teniendo en cuenta que en el Ártico la tradición de fumar sigue muy arraigada y hay una gran cantidad de fumadores, los riesgos para la salud serían aún mayores.

Se ha visto que todo esto se multiplica en los edificios con sótano, ya que es por ahí, si no está bien sellado, por donde entra la mayor proporción de radón. Por lo tanto, ahora que el cambio climático está empezando a mostrar su crueldad, esto es algo que también se debe contemplar.

Si las predicciones no cambian, para 2050 se habrá perdido un 42% del permafrost circumpolar ártico. Eso supone la liberación de peligros imaginables e inimaginables. Al menos, deberíamos empezar a prepararnos para los que sí se pueden imaginar. 

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