Los brotes de sarampión no dejan de florecer por todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de alertar que de un alarmante incremento de casos en Europa, donde estos se han multiplicado 45 veces. Las causas están claras: la expansión de los grupos antivacunas. El sarampión es una enfermedad perfectamente vacunable, que se ha mantenido contenida en los países más desarrollados durante las últimas décadas. Sin embargo, la decisión de los antivacunas de no inmunizar a sus hijos ha hecho florecer la enfermedad de nuevo.

Podríamos pensar que este no es un problema grave. Tampoco hay tantos antivacunas: ¿cómo puede ser que se estén generando brotes de sarampión tan grandes? Y la respuesta, desgraciadamente, es que la decisión de una persona puede afectar a otras muchas. 

Las vacunas sirven para proteger a la persona que se vacuna, pero también a todas las que están a su alrededor. Es algo de lo que ya se habló mucho ante las reticencias de la población a recibir la vacuna de la COVID-19. Hay personas que no pueden vacunarse, como los pacientes inmunodeprimidos y los bebés muy pequeños. Por eso, que quienes se encuentran a su alrededor estén vacunados supone un cortafuegos esencial para que los patógenos no lleguen hasta ellos. Los brotes de sarampión se están originando precisamente por la ausencia de cortafuegos. Y lo peor es que, si no se hace nada para solucionarlo, la situación irá in crescendo y retrocederemos años en el tiempo hasta una época que, a buen seguro, no queremos volver a vivir.

La historia de una vacuna que salvó millones de vidas

Durante la pandemia de COVID-19 nos familiarizamos con el número R0, que hace referencia a la cantidad de personas a las que puede llegar a contagiar un solo infectado. Con el caso del coronavirus, esta cifra fue variando, pero de media se mantuvo en torno a 1,5. Para el sarampión, en cambio, se calcula que esta cifra oscila entre 12 y 18. Es decir, un solo enfermo puede contagiar de 12 a 18 personas si no se aísla. Pensemos ahora en la gran pandemia que provocó el virus de la COVID-19. Con esto, podemos entender mucho mejor los brotes de sarampión.

De hecho, se calcula que en la primera mitad del siglo XX esta enfermedad causaba unos 2,6 millones de muertes al año. Estaba claro que era vital encontrar una forma de frenarla, por lo que muchos científicos se pusieron manos a la obra. En 1954, los doctores John F. Enders y Thomas C. Peebles lograron aislar el virus, con el que empezaron a trabajar en busca de una vacuna como las que ya se habían desarrollado para otras enfermedades, como la viruela o la rabia. Esta llegó en 1963, aunque se lanzaron otras dos en 1965 y 1968. Solo en Estados Unidos, se habían estado diagnosticando 500.000 casos anuales de sarampión al inicio de la vacunación. Para 2020, cuando esta estaba totalmente implantada, se diagnosticaron nada más que 13.

El problema es que poco a poco fueron apareciendo los movimientos antivacunas. La pandemia de COVID-19 trajo de nuevo a muchos de estos detractores de la vacunación. Algunos solo se negaban a vacunarse contra el SARS-CoV 2, pero otros decidieron no poner ninguna vacuna a sus hijos. De este modo, la cifra de casos de Estados Unidos en todo el 2020 se ha igualado ya prácticamente en lo que va de 2024. Y posiblemente seguirá subiendo, pues se han detectado varios brotes de sarampión. Lo mismo ha ocurrido en otros países como Reino Unido, Australia y varios puntos de la Unión Europea. ¿Qué está pasando?

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La vacuna del sarampión forma parte de la triple vírica. Crédito: CDC

Los brotes de sarampión son cosa de todos

Actualmente, la vacuna del sarampión suele formar parte de la que se conoce como vacuna triple vírica, con la que también se inmuniza frente a las paperas y la rubéola.

Esta consta de dos dosis. Se recomienda poner la primera a los niños de entre 12 y 15 meses y la segunda a los que tengan entre 3 y 6 años. Solo la primera dosis ya aporta protección frente al sarampión a un 93% de los vacunados. Con la segunda, se calcula que quedan protegidos un 97% de los pacientes. ¿Qué significa todo esto?

En primer lugar, significa que la protección de los niños menores de un año depende de que las personas a su alrededor estén vacunadas. Ocurre lo mismo con pacientes cuyo sistema inmunitario está tan debilitado que se opta por no vacunarlos.

Y también significa que hay un 3% de personas que, quizás, no desarrollen suficiente inmunidad frente al sarampión con las vacunas. Eso no es un problema en una sociedad que está completamente vacunada. Pero en una en la que se eliminan los cortafuegos sí puede ser problemático. 

Es cierto que es muy raro contagiarse con la vacuna del sarampión puesta, pues es muy eficaz. Pero, para esos casos extremadamente raros, lo mejor es que haya una buena inmunidad de rebaño.

Los movimientos antivacunas están atentando contra ese rebaño. Y serán sobre todo los bebés y niños muy pequeños los que lo paguen. No debemos olvidar que aunque muchas personas pasen el sarampión sin problemas, también es una enfermedad que ha causado muchas muertes a lo largo de la historia. Y que las sigue causando. No poner las vacunas a nuestros hijos puede parecer una decisión de libertad individual, pero lo cierto es que no lo es. Quienes toman esa decisión deberían meditarlo. 

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