En buena parte de la película Indiana Jones y el dial del destino, de James Mangold, el explorador encarnado por Harrison Ford medita sobre la muerte. Un matiz sorprendente que demuestra la evolución del personaje. El arqueólogo demostró en anteriores entregas que le preocupaban muy poco la mortalidad, la fugacidad de la vida y su trascendencia. Tópicos que la nueva película encara, con menor o mayor acierto, en lo que parece la culminación del camino de la icónica figura.
James Mangold brinda un tono sobrio y levemente amargo a las grandes aventuras del héroe. A pesar de que intenta conservar el tono dinámico característico de la saga. Pero ya sea porque Indiana es un anciano o porque el director no tiene la habilidad de Steven Spielberg, Indiana Jones y el dial del destino carece de vitalidad.
Un punto obvio desde el principio y que hace tambalear la trama en sus elementos más importantes. Desde la cuestionable decisión de rejuvenecer el rostro del arqueólogo en el largo prólogo, hasta su extrañísimo tramo final. Cada guiño en el largometraje es un homenaje obvio, aunque intenta no parecerlo. No obstante, no hay duda de que la nostalgia busca unir todas las partes sueltas de una historia desordenada.
Indiana Jones y el dial del destino
Indiana Jones y el dial del destino, de James Mangold, es una despedida simbólica a todo lo que la saga significó para el cine de aventuras. Pero, ya sea porque el director carece de la habilidad de Steven Spielberg o porque el guion pone énfasis en la vejez, la película es más triste que divertida. Lo que provoca que buena parte del largometraje se enfoque en la despedida de Indiana Jones más que en contar su asombrosa historia. Con más riesgos argumentales que ninguna otra, James Mangold desperdicia una escena final impactante en favor de un tono sobrio que no concuerda con la franquicia y, mucho menos, con su figura central.
Las contradicciones de Indiana Jones y el dial del destino
Si antes el caos y la frenética acción eran lo más relevante de la saga, en Indiana Jones y el dial del destino provocan la sensación de que la trama se apresura. No en sus giros clave —que, de hecho, llegan tarde y mal—, sino en su interés por explorar en su figura central.
Pero el Indiana retirado, alejado de todos sus parientes, amargado y gruñón, tiene muy poco parecido con versión tradicional. El guion de Jez y John-Henry Butterworth, David Koepp y James Mangold es ineficaz en la medida que lo hace irreconocible. Convirtiendo lo que debió ser la descripción de su última edad en el cine en un recorrido por sus debilidades.
No queda nada del explorador impulsivo, lleno de energía e inteligencia. En Indiana Jones y el dial del destino, parece que el arqueólogo regresa a la pantalla cansado. El argumento hace un excesivo énfasis en todos sus achaques y problemas, en lugar de centrarse en su camino para superarlos.
Lo que debería ser, claro está, la alegría de la aventura o la esperanza de un gran final apoteósico a su excitante vida fuera de las aulas. Pero nada de eso ocurre. En su primera media hora, queda claro que la película de James Mangold se dedica a imitar, como puede, las grandes glorias de la franquicia.
En busca de la redención, sin lograrla
Las primeras secuencias de Indiana Jones y el dial del destino plantean que el misterio que se debe resolver proviene de un enemigo conocido. En un largo flashback hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, la trama muestra a Indiana junto a Basil (Toby Jones). De nuevo, ambos enfrentan al Tercer Reich para evitar que utilice objetos de enorme valor arqueológico —e importancia mística— para su propio beneficio.
Lo que incluye un singular artefacto creado por Arquímedes. Según la Gestapo, su utilidad no es únicamente hacer cálculos matemáticos o predecir terremotos. En realidad, el mecanismo también es capaz de encontrar fisuras en el tiempo. Que no son otra cosa que intervalos temporales que rompen la línea cronológica normal.
Por supuesto, el dúo de héroes saben lo que significa que semejante herramienta caiga en manos de los nazis. En especial, de Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), un físico con ideas muy claras —y desde luego, siniestras— de qué hacer con algo semejante. Al final, el objeto acaba partido en dos mitades, evitándose de manera definitiva —o así lo parece— su uso fraudulento.
Lo nuevo y lo viejo en Indiana Jones y el dial del destino
Después, la trama avanza hasta 1969 para encontrar al arqueólogo en pleno tránsito a la jubilación. En Logan, James Mangold logró enlazar la idea de la vejez con la perspectiva de reconstruir lo perdido. Pero en Indiana Jones y el dial del destino, la trama gira alrededor del desencanto y la frustración, con un tono de hastío que resulta irritante. Hay una sensación de objetivo perdido que dota al personaje de un aire obsoleto. En especial, cuando, a su alrededor, la historia parece transcurrir más rápido que su propia capacidad para comprenderla.
El director desperdicia la oportunidad de profundizar en la célebre figura como parte de su historia. En lugar de eso, incluye todo tipo de guiños a la saga tan superficiales como incompletos. Cada referencia parece estar añadida solo para conquistar a los amantes de la historia original y no para completar el relato. Algo que se repite una y otra vez a lo largo de la narración.
Salvando el mundo con unos cuantos achaques
Helena (Phoebe Waller-Bridge) es, finalmente, el punto de partida hacia el segundo tramo de Indiana Jones y el dial del destino, más parecido al habitual tono de la franquicia. La hija de Basil, y ahijada del explorador, será la encargada de llevar a la trama el dial del destino.
La actriz logra crear otra de las grandes mujeres de la franquicia, a pesar de que el personaje carece de verdadera sustancia. Su labor —muy poco disimulada por el argumento— es llevar sobre los hombros a Indiana. Incluso cuando se insinúa que sus intenciones no son del todo nobles, la intérprete brinda ambigüedad, lo que la convierte en una figura de interés.
No puede decirse lo mismo del Voller de Mikkelsen, que regresa en busca del objeto. Tras el final de la guerra, fue trasladado a EE. UU. y ahora trabaja para el gobierno. Pero, más allá de su falso propósito de enmienda, se encuentra un intento siniestro de restituir el nazismo.
Uno que tiene por centro el misterioso objeto. Aunque el danés ofrece otra de sus sólidas actuaciones, su papel de villano es casi caricaturesco. Todo lo que rodea al personaje es solo una excusa para demostrar las dotes de Helena como intelectual y el vasto conocimiento del arqueólogo.
De hecho, las mejores partes de Indiana Jones y el dial del destino ocurren cuando Indiana y Helena trabajan juntos. Hay una potente química entre ambos y el aventurero es la figura paterna de un personaje singular. Pero el guion está escrito con tanta torpeza y tan centrado en el desastre y la muerte que incluso esa virtud se desvanece.
Al final, el tiempo lo es todo
En sus últimas escenas, y después del giro de guion más asombroso e inesperado —que incluye un emocionante cameo—, Indiana Jones y el dial del destino deja claro su objetivo. Despedida o no, lo realmente importante es celebrar a Indiana Jones como legado de la cultura popular.
No sabemos con certeza si lo logra. En realidad, la gran pregunta debería ser si era necesario un homenaje que recuerda todo lo perdido, algo que la película no logra poner correctamente sobre la mesa. Sin duda, su problema más incómodo de analizar.